
El 8 de diciembre de 1965, festividad de la Inmaculada Concepción, hace ahora 60 años, se clausuraba el Concilio Vaticano II, que ha sido uno de los elementos cruciales de nuestras vidas.
Probablemente, haya resultado el acontecimiento más citado y menos leído. Benedicto XVI, aún director del Santo Oficio, participante en la asamblea que convocara Juan XXIII llegó a mostrar su desánimo por los escasos frutos obtenidos del mismo. Yo tenía la misma sospecha pero, para mi sorpresa, su jefe, San Juan Pablo II, le contrarió: "esa es su opinión personal", aseguró. El polaco sí aplaudía el Concilio, en el que también participó.
Creo que Karol Wojtyla tenía razón, Joseph Ratzinger interpretaba que el desastre de la Iglesia desde los años sesenta hasta el siglo XXI era consecuencia de aquella magna reunión. A lo mejor no, a lo mejor la crisis de la Iglesia comenzó incluso antes de la convocatoria del Concilio y se ha ido extendiendo y pudriendo hasta hoy.
Pero por aquella aparente controversia de ambos papas insignes, me dio por releer las cuatro constituciones dogmáticas del Vaticano II: Dei Verbum, Lumen Gentium, Gaudium et Spes y Sacrosanctum Concilium. La conclusión fue la misma que la primera vez: no son buenas, son magníficas, y nada tiene que ver con la crisis de la Iglesia, a lo mejor son coincidentes, a lo mejor era necesario clarificar cosas y esa clarificación, sin embargo, sirvió para poco.
En cualquier caso sí llama la atención que de aquel árbol bueno que fue el Concilio Vaticano II no salieran frutos buenos. A lo mejor es que un concilio no es un árbol.









