Cuando hace semanas hablé sobre el igualitarismo, lo hice desde una perspectiva meramente social, como si aquello fuese algo ajeno a los que no compartimos esa rara enfermedad inoculada desde la política, los medios de comunicación y las palabras. El igualitarismo, como todos los ismos, indica la tendencia enfermiza a la desvirtuarización de algo bueno. La igualdad y la justicia tienen mucho que ver, porque ambas dan a los demás lo que realmente se merecen o necesitan. Sin embargo, en este convulso final de era, nos vemos abocados a convertir cualquier cosa que tratemos en una especie de confrontación agresiva, es decir, de imponer cada parte su razón desde opiniones personales, mientras que, a diferencia de un noble debate, donde se proponen argumentos para convencer al contrario -normalmente por personas que saben de lo que hablan-, aportando a la sociedad conocimientos estables, y no voces chillonas influenciadas por ciertos programas, medios o situaciones tan personales, cuyas razones se tornan en una terrible miopía que le aleja definitivamente de lo que verdaderamente es el mundo.

José Luis Rodríguez Zapatero, celebrando la aprobación de la Ley del matrimonio homosexual, destacó que "nos hace mejores a todos". ¿A qué todos y cómo nos hace mejores? La arenga populista dejó claro que se trataba de una ley igualitaria como se encargaron de repetir, es decir, el rodillo del igualitarismo

Esta vez escribo de igualitarismo desde la perspectiva de lo que sí nos afecta en la intimidad de la vida: el igualitarismo en la familia. Comencemos por decir que la familia es una estructura natural, poseedora de los principios antropológicos que dan sentido a cada ser humano. Que, como dejé claro en otra ocasión, la familia no puede equipararse a otras formas de agrupaciones de personas, porque lo que no es lo mismo no se puede considerar como igual, lo contrario a esto es precisamente el igualitarismo. Es aquí desde donde parte una de las raíces del mal que padecemos. El mal impuesto a través de una de las leyes más perversas e infames: el incorrectamente llamado matrimonio homosexual, con la que se dio carta de normalidad al ser legal, que no moral. Su promotor, José Luis Rodríguez Zapatero, celebrando la aprobación de la Ley, destacó que "nos hace mejores a todos".  ¿A qué todos y cómo nos hace mejores? La arenga populista dejó claro que se trataba de una ley igualitaria como se encargaron de repetir, es decir, el rodillo del igualitarismo.

Una vez diluida la realidad verdadera del matrimonio con otros brebajes, que no dan más sustancia al producto original, sino que lo convierten en otro, hace que en los matrimonios formales, es decir, los naturales, se hayan contaminado de todo esto. Empezando por la misma esencia del matrimonio, el hombre y la mujer, se ha instalado el igualitarismo como forma de comprender las relaciones entre ellos. Hoy en día, maridos y mujeres de toda condición y edad consideran que su convivencia, obligaciones y descansos, se ha convertido en un extraño negociado. Algo así como una relación mercantil que comparten al cincuenta por ciento. Ya no existe una relación basada en la confianza, en el amor y la complementariedad. Se confunde que el hecho de que se duerma en la misma casa, trabajen ambos y sean responsables de los hijos en igual proporción, el reparto de las tareas domésticas sean equitativas, despreciando lo que les hace realmente únicos al ser mejores, más eficaces si quieres, cuando compatibilizan sus vidas. En definitiva, lo que termina dando forma a eso que en la moral del matrimonio se determina como una sola carne, una sola vida.

Hoy en día, maridos y mujeres de toda condición y edad consideran que su convivencia, obligaciones y descansos, se ha convertido en un extraño negociado

Si bien los padres no son iguales, siendo una sola carne, en relación con los hijos, que son el fruto de la consecuencia de su amor -es decir, de la complementariedad-, la diferencia es aún mayor. Los hijos deben la vida a los padres y con ello se implanta de forma natural el debido respeto y la consabida autoridad. Cuando los hijos tienen cierta edad deben proteger al padre y la madre. Una protección que surge del amor connatural, no porque sea el vigilante jurado de sus vidas, pero que si llega el caso, también. No es exigible que las tareas de la casa se ciñan a un calendario de obligaciones en las que los progenitores entren en la misma rueda de la fortuna que los hijos, entre otras cosas porque seguramente también lo harán y más veces, es que seguramente ya lo hicieron en muchas más ocasiones antes que los hijos lo pudieran hacer. La falacia del antiheteropatriarcado quiere diluir el quién es quién y por lo tanto el discernimiento del bien y del mal, porque si nadie tiene autoridad para corregir o señalar el camino correcto, ¿cómo es posible saber qué hacer hoy o el día de mañana?

No tiene nada que ver la vida real y ciertas películas sentimentaloides de serie B, aunque en muchas ocasiones señalan el camino de la disolución. La familia representa la jerarquía natural que ordena hacia un fin superior, en el sentido trascendente de la palabra. Quizá también sea este otro de los motivos, por los que ciertos empeños ideológicos quieran destruir a la familia tal y como la conocemos, porque desde ella se instruye en la autoridad, el respeto, el deber y la devoción por los mayores y los necesitados. Al final es el orden con el que todos nos encontraremos en la vida profesional y social.

La falacia del antiheteropatriarcado quiere diluir el quién es quién. Y si nadie tiene autoridad para corregir o señalar el camino correcto, ¿cómo es posible saber qué hacer hoy o el día de mañana?

La igualdad no es igualitarismo. La igualdad es querer por igual a los hijos, dándoles a cada uno lo que les corresponde, porque cada hijo es un ser independiente y libre, con sus aportes y sus deficiencias, que no buscan por igual, excepto en el amor. La familia no es un toma y daca, porque en la familia no se espera que te amen, te sabes amado. No estás obligado a amar, sencillamente amas.

Amor, sexualidad y familia (Sekotia) de Juan Moya Corredor. Si de complementariedad se trata, esta obra es idónea si queremos un muestrario que nos brinde la ocasión para analizar nuestra vida y la vida de nuestra propia familia, es decir, como padre o madre con nuestros hijos. En tono divulgativo, la lectura enriquece de forma definitiva y te lleva a planteamientos quizá necesarios si en lo que estás es en una ITV matrimonial.

Los 7 hábitos de las familias altamente afectadas (Palabra) de Stephen R. Covey. En este mundo turbulento puede resultar complicado tener unas relaciones familiares plenamente satisfactorias y estables. ¿Cómo comunicarnos con cada miembro de la familia? ¿Cómo evitar los malos entendidos? ¿Cómo hacerles sentir que son lo primero de nuestras vidas pese al trabajo, las responsabilidades y la falta de tiempo? ¿Qué está fallando en mi matrimonio? (de la sinopsis del libro).

¿Qué es la familia? (Nuevo Inicio) de Fabrice Hadjadj. Esta obra, quiere mostrar el vínculo que une lo lógico con lo genealógico, oponiéndose a su dislocación contemporánea en provecho de la tecnología. Se atreve a afirmar que la diferencia de los sexos es el cimiento de la inteligencia humana… ¡Ni más ni menos!