Son tiempos de profanación, sobre todo de profanación eucarística. Lo ocurrido en Canfranc o la más conocida burla perpetrada en la Catedral de Toledo, que ya ha sido explicada en estas pantallas por Javier Paredes, mucho mejor de lo que pueda hacerlo yo. 

Pero me temo que todo esto tan sólo supone la punta del iceberg. La profanación, sobre todo profanación eucarística, y la lógica sospecha de que esa profanación pública oculta el sacrilegio eucarístico privado. Es curioso: se supone que pocos somos los convencidos de que en la hostia eucarística está el mismísimo Dios, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. Sin embargo, justo la mayoría, también cristianos, que dicen que no se lo creen, que ni tan siquiera contemplan la posibilidad de creer, son los que más se empeñan en profanar ese trozo de pan ácimo: ¿por qué será?

Y justo los que se empeñan en poner sordina al milagro eucarístico diario, son los que se obsesionan con él. Mejor, contra él. ¿En qué quedamos? ¿La eucaristía es una chifla o es la maravilla cotidiana? Si es lo primero, ¿a qué viene la obsesión anti-eucarística? 

Pero volvamos a la catedral de Toledo, cuya autoridad concedió -vendió- el permiso para rodar vídeos de los grandísimos horteras del siglo XXI: influencers y raperos varios a los que me niego a hacer publicidad. 

En la era de la Gran Tribulación (en laico, fin de la historia), es decir, ahora mismo, a España le toca el desgraciado papel de ser tierra de profanación… y quién sabe si no lo será también del Profanador

Pues bien, sólo una comparación que siempre resultan tan odiosas como esclarecedoras.   

Comparemos lo del rapero catedralicio, que pagó por profanar la catedral de Toledo, con el documental El Gran Silencio, acerca de los cartujos. En Hispanidad ya hablamos de este estreno de 2006. Una película de tres horas de duración… ¡en perfecto silencio!

A lo mejor el autor no lo tenía pensado así pero resulta que se lo impusieron así. 

Veamos, el permiso para rodar en la Cartuja tardó 15 años (ya se sabe que una cosa es el tiempo del reloj y otra el tiempo del Creador) en concederse y se concedió con tres condiciones:

1.No utilizar luces artificiales. A los cartujos les basta con la luz natural del sol, la que Dios ofrece a los hombres.

2.Un sólo cámara, el mínimo material imprescindible para rodar.  

3.La condición más impresionante para el arriba firmante, que es un pelín largón: mantener el silencio. Ni declaraciones de los monjes ni historias. Silencio total, que es la marca de la Cartuja, porque “sólo cuando el lenguaje se detiene se comienza a ver” y, supongo, porque sólo en el silencio, no sólo se escucha a Dios, sino que se habla con Dios. Ya decía Santa Faustina Kowalska que “a Dios no le gusta las almas parlanchinas”. 

No se me extrañen: en el mundo racional, es decir, el mundo humano, todo objeto es realizado por un sujeto, las cosas no pasan porque sí. Ergo, para saber cómo está España, sólo hay que ver lo que pasa en España

Aprovecho para recordar que el cristiano no ‘medita’ en la oración. La oración mental no es una meditación trascendental, nada que ver con el yoga, que, de hecho resulta rotundamente anticristiano. La oración cristiana es un señor que habla con otro Señor en confidencia, que es amigo: El hombre le habla a Dios… ¡y Dios responde! Y ese Dios es la persona encarnada, que vivió hace 2.000 años, llamado Jesús de Nazaret.

En cualquier caso, los cartujos no dejaron que el mundo entrara en el templo, ni en el templo de su monasterio ni en el de su conciencia. En la catedral de Toledo metieron a un majadero y a una hortera escasa de textil a cambio de dinero. Es la historia misma del mundo: lo bueno y lo malo.

No hay mal que para bien no venga: podemos aprender… de los cartujos… y de la catedral de Toledo. Porque me temo que en estos tiempos de la Gran Tribulación (en laico, fin de la historia), los de ahora mismo, a España le toca el desgraciado papel de ser tierra de profanación… y quién sabe si no lo será también del Profanador.

No se me extrañen por estas frases tan fuertes sobre el papel de España: en el mundo racional, es decir, el mundo humano, todo objeto es realizado por un sujeto, las cosas no pasan porque sí, pasan porque un hombre, con nombre y apellidos, decidió hacerlas. Para saber cómo está España sólo hay que ver lo que pasa en España.

Porque “sólo cuando el lenguaje se detiene se comienza a ver”.