Sentado ante el televisor, las noticias del telediario iban creciendo en gravedad. No podía dar crédito al ver el vídeo de la catedral de ToledoTodavía no me había recuperado de lo que había presenciado hacía unos días en la iglesia de Canfranc, cuando el cura quiso darme la comunión en la mano, después de empapar la Sagrada Forma en el cáliz, a lo que me negué.

En los últimos días han salido olores pestilentes que producen los elementos podridos incrustados en el clero. No hace mucho conocíamos que el obispo de Solsona se había liado con una escritora de novelas eróticas y satánicas, y hace un par de días ha saltado la noticia de que dos meses antes de renunciar a su cargo de obispo, es decir, cuando ya llevaban tiempo liados, le administró a su novia el Sacramento de la Confirmación. Y lo hizo en oculto, en la parroquia de Biosca, un pueblo perdido de Cataluña de 200 habitantes, donde fue a confirmar a dos niñas de esa localidad y a donde se llevó a la novelista de marras. Y a mí lo de unir al Espíritu Santo del Sacramento de la Confirmación con el satanismo me suena al peor de los aquelarres.

Algunos sacerdotes empiezan a rebelarse contra "sus mandos". Es justo pero no debería ser necesario

Y ahora ha saltado lo de los videos de la catedral de Toledo, así en plural, porque además del impúdico vídeo que conocimos al principio, resulta que hay otro de unas señoritas con tutú, bailando en la catedral, que si no es tan impúdico como el primero, es igual de irreverente.

A ver si va a resultar que el deán de la catedral de Toledo tenía un negociete y estaba haciendo caja, a base de prostituir su cargo y de profanar el templo, convirtiéndolo en una “cueva de ladrones”, como ha titulado un sacerdote de la diócesis de Toledo la denuncia de estos hechos. El escrito que ha publicado este sacerdote, Rodrigo Menéndez Piñar, dignifica a la diócesis de Toledo hasta tal punto que si de mí dependiera, como medida ejemplarizante, mañana mismo le hacía ocupar la plaza de deán, que ha dejado vacante el traficante de vídeos impúdicos.

Toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales

No es el único sacerdote de Toledo que por coherencia ha denunciado estos hechos. Gabriel Calvo Zarraute escribió una carta al obispo del que depende, en la que afirmaba que “el corazón de esta archidiócesis ha sido gravemente violado”.

Pero volvamos al escrito de Rodrigo Menéndez Piñar, un jovencísimo sacerdote que hace un análisis certero y brillante. En uno de sus párrafos puede leerse lo siguiente: “Cualquier espíritu humano que no haya cedido a la barbarie desvergonzada que nos acecha como una plaga repararía en la acción canallesca que se ha producido en la catedral de Toledo, Primada de España. El mínimo sentido del honor y del respeto le llevaría a levantar la voz contra tamaña infamia. Cobraría mayor consternación y asombro al saber que fue la clerigalla la premeditadamente permisora”. 

Mucho me temo que a Rodrigo Menéndez Piñar no le van a nombrar deán de la catedral de Toledo

Pero mucho me temo que a Rodrigo Menéndez Piñar no sólo no le van a nombrar deán, sino que pudiera caer sobre él la venganza de la clerigaya que permitió lo del vídeo infame, porque el deán no pudo cometer semejante tropelía sin tener cómplices.

Por este temor, yo le recomiendo al arzobispo de Toledo, Francisco Cerro, que ejerza su autoridad y embride a toda esa pestilente clerigaya para que a Rodrigo Menéndez Piñar no le toquen ni pelo. Solo con una actitud firme de don Francisco Cerro frente a este grupo indecente de sacerdotes, que han permitido tal profanación, recuperaré mi confianza en el arzobispo de Toledo, porque su “gestito” de admitir la dimisión del deán, que estaba a tan solo a unos días de cumplir su mandato, me parece muy insuficiente, pero que muy insuficiente.

Pero al igual que dije en el artículo del domingo pasado, que la profanación de la Eucaristía en la iglesia de Canfranc no es un hecho aislado, sino la fase de un proceso desacralizador, lo que ha sucedido en Toledo es otra versión de lo mismo.

Los medios de comunicación de la Iglesia, con Giménez Barriocanal al frente, se han descristianizado

La imagen pública de la Conferencia Episcopal Española se transmite, principalmente, a través de sus medios de comunicación, radio y televisión. Y desde hace tiempo esa imagen dista mucho del fin religioso y evangelizador que debería tener.

Los mensajes mundanos, y anticristianos, en más de una ocasión, han ido en aumento desde que Fernando Giménez Barriocanal controla las finanzas y los medios de comunicación de la Iglesia en España. Y si piensan que exagero, echen un vistazo a la crónica escrita en este mismo periódico en la que se daba cuenta gráficamente de una fiesta para la juventud organizada por Megastar, una emisora como la COPE bajo la responsabilidad de Fernando Giménez Barriocanal. En dicha fiesta se contrató a Go-gós ligeritas de ropa, toda una manifestación tan impúdica como la de la catedral de Toledo y una grave ofensa a la dignidad de la mujer.

Decía al principio que estamos percibiendo olores pestilentes, que proceden de un sector corrompido del clero. No, todas estas noticias tan lamentables que les he comentado no han surgido de repente, porque el proceso de putrefacción lleva su tiempo.

En mi juventud, concretamente en el año de 1974, tuve la ocasión de leer un texto de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Se trataba de una larga carta, que popularmente se conoce como “la tercera campanada”. Confieso sinceramente que cuando la leí por primera vez no entendí casi nada. En uno de sus párrafos afirma el fundador del Opus Dei lo siguiente: “Toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales…”. En 1974 a mi vista no se tambaleaba nada, todo me parecía firme y seguro. Pero con el tiempo me he dado cuento que la visión de un santo llega mucho más lejos que la mía.

Clérigos mundanizados: esta es la cuestión

Hoy le concedo a ese escrito de San Josemaría el gran valor histórico que tiene. He leído muchos de sus escritos, casi todos o todos los que se han publicado, y considero que esa carta de 1974, “la tercera campanada”, es el más importante de todos ellos, al menos para mí que leo con la deformación profesional de historiador.

En ese escrito, San Josemaría describía el proceso de putrefacción que ya se había iniciado en la Iglesia, “dentro y arriba”, esas eran sus certeras palabras porque todos los males que nos aquejan no han surgido desde abajo. Y como no se hizo caso a sus advertencias proféticas, ese texto ha quedado como explicación clarividente de los males que padecemos en la actualidad. Se podrían citar muchos párrafos de “la tercera campanada” que así lo confirman, pero sirvan los siguientes como muestra:

“En una palabra: el mal viene, en general, de aquellos medios eclesiásticos que constituyen como una fortaleza de clérigos mundanizados. Son individuos que han perdido, con la fe, la esperanza: sacerdotes que apenas rezan, teólogos —así se denominan ellos, pero contradicen hasta las verdades más elementales de la revelación— descreídos y arrogantes, profesores de religión que explican porquerías, pastores mudos, agitadores de sacristías y de conventos, que contagian las conciencias con sus tendencias patológicas, escritores de catecismos heréticos, activistas políticos.

Que no os coja durmiendo esta marea de hipocresía

Hay, por desgracia, toda una fauna inquieta, que ha crecido en esta época a la sombra de la falta de autoridad y de la falta de convicciones, y al amparo de algunos gobernantes, que no se han atrevido a frenar públicamente a quienes causaban tantos destrozos en la viña del Señor.

Hemos tenido que soportar —y cómo me duele el alma al recoger esto— toda una lamentable cabalgata de tipos que, bajo la máscara de profetas de tiempos nuevos, procuraban ocultar, aunque no lo consiguieran del todo, el rostro del hereje, del fanático, del hombre carnal o del resentido orgulloso.

Hijos, duele, pero me he de preocupar, con estos campanazos, de despertar las conciencias, para que no os coja durmiendo esta marea de hipocresía. El cinismo intenta con desfachatez justificar —e incluso alabar— como manifestación de autenticidad, la apostasía y las defecciones. No ha sido raro, además, que después de clamorosos abandonos, tales desaprensivos desleales continuaran con encargos de enseñanza de religión en centros católicos o pontificando desde organismos paraeclesiásticos, que tanto han proliferado recientemente.

Me sobran datos bien concretos, para documentar que no exagero: desdichadamente no me refiero a casos aislados. Más aún, de algunas de esas organizaciones salen ideas nocivas, errores, que se propagan entre el pueblo, y se imponen después a la autoridad eclesiástica como si fueran movimientos de opinión de la base. ¿Cómo vamos a callar, ante tantos atropellos? Yo no quiero cooperar, y vosotros tampoco, a encubrir esas grandes supercherías”.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá