Portada del libro El final de los tiempos, de José Javier Esparza.
El final de los tiempos, como dice el Marqués de Tamarón en su prólogo, “es una alegoría política del presente y barrunto del futuro, y un relato de aventuras, y una historia de amor, y una descripción, a veces cómica, de la estupidez suicida del género humano”, y además, “una búsqueda de lo sagrado”.
La peripecia de los protagonistas se desenvuelve en una acción trepidante donde la intriga y las maniobras de poder se combinan con un código simbólico que el lector descubrirá poco a poco. Una crítica global del mundo contemporáneo que irritará a los conformistas y estimulará a los disidentes. Quizá el final de los tiempos ha comenzado ya.
La vieja civilización ha muerto, asesinada con saña. El nuevo orden del mundo ha proclamado la muerte del espíritu y la condena de la Historia
José Javier Esparza acaba de publicar con Sekotia una novela distópica de fuerte carácter cristiano que trata de momentos demasiado presentes. Realmente es la renovada publicación que ya sacara hace más de 12 años bajo dos títulos diferentes: El dolor y La muerte, pero en esta ocasión revisada y estructurada en tres partes, ya que a los dos anteriores se añade Los diarios de Román, que es el nexo de unión entre las anteriores partes ya citadas.
Por lo tanto, con El final de los tiempos, realmente nos encontramos ante una novedad literaria porque se ha convertido en una obra diferente. En todo caso, y teniendo en cuenta que la trama y los hechos que se narran tienen ya casi 15 años desde que se escribieron, sin embargo asusta ver la realidad de lo que vivimos hoy en nuestras calles y nuestras vidas.
Dice la sinopsis: “En un paisaje sin Dios ni identidad, el dinero y la técnica imponen su dominio. La religión es un sucedáneo y la democracia una pantomima”. Pienso que sólo esta frase define con claridad el espejo social en el que se mira esta novela, que como bien dice el autor: “El final de los tiempos es una novela futurista, pero no es ciencia ficción: se trata en realidad de una alegoría de nuestro propio tiempo”.