Domingo de Ramos no es la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, montado sobre un polinillo, segura
Como uno es de Ventanielles, barrio bajo de la ilustre ciudad de Oviedo, lo que realmente le mola del evangelio correspondiente al Domingo de Ramos no es la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, montado sobre un pollinillo, seguramente por la Puerta Dorada, sino lo que viene después: que, llegado al templo, haciendo un látigo con cuerdas (reconozco que también me mola lo de "haciendo de cuerdas un azote") se lio a mandobles con el personal y les expulsó del templo a gorrazos. La cita evangélica: "Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados; y haciendo un látigo de cuerdas, arrojó a todos el templo, con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas" (Jn 2, 14-15).
En efecto, los susodichos emprendedores habían hecho de un lugar de oración un mercado, porque el pecado de simonía es una constante en la Iglesia. La Iglesia, cuanto más rica para Dios, mejor; cuanto más pobre para los hombres, mejor que mejor.
Pero por lo que lo de el látigo nos gusta a los de Ventanielles, es porque tiramos a borricos y no nos acaban de satisfacer esas pías jaculatorias del tipo "Oh Jesús, dulce y bueno". Nos empalagan un poquito y por eso las combinamos con el Cristo que utiliza la violencia contra la blasfemia, ese Cristo que se deja clavar en una cruz cuando con el movimiento del meñique podía haber destrozado todo el Imperio Romano, pero que, al mismo tiempo, arroja a latigazos, con violencia expresa, a mercaderes y banqueros del templo de su Padre Dios, por haberlo convertido en un mercado.
En un mismo día, pasamos del Jesús dulce y bueno, montado en un asnillo, al Jesús que se lía a latigazos con los blasfemos. Son el mismo Cristo
Debió de resultar una irrupción de la que provoca pánico porque cuando a un banquero le tocas sus activos o a un un mercader su productos, se cabrean mucho y arremeten contra el agresor con entusiasmo. Y Jesús estaba sólo -supongo que sólo Pedro se entusiasmaría viendo a su maestro en faena- y ellos eran muchos. Además, aquellos empresarios habían cumplido con las normas: es decir, actuaban en legalidad, habían satisfecho sus tasas a los sacerdotes, dueños notariales del templo de Jerusalén. Así, la liturgia se había convertido en negocio, igualito que en la Alemania actual, donde el Estado cobra su impuesto a las distintas iglesias, preferentemente a los cristianos, y luego lo reparte equitativamente.
Resultado: la Iglesia alemana es rica... y eso le ha llevado al cisma y al ateísmo. Necesita que el Papa Francisco haga de cuerdas un azote y...
Dicho de otra forma, el drama germano es que allí la Iglesia católica se guía por la 'legalidad', pero eso no implica necesariamente 'legitimidad'... la misma diferencia que el bueno de Pedro Sánchez no logra identificar. Verá presidente: legal es quien cumple la ley, legítimo es quien obra en justicia. El problema de negar la ley natural es que entonces cada hijo del vecino puede decidir qué es lo justo y lo injusto. Qué cosa más curiosa: es justamente lo que le ocurre a la modernidad.
El problema del cisma alemán es de simonía: la Iglesia, cuanto más rica para Dios, mejor; cuanto más pobre para los hombres, mejor que mejor
Total, que Jesús entró en Jerusalén como un manso pollino, sí, pero cuando subió al templo se cabreó un poquito con los mercaderes blasfemos. De lo que se deducen varias cosas:
1.Que mansedumbre y cobardía no tienen nada que ver la una con la otra.
2.Que hay guerras justas y guerras injustas, que hay violencias admisibles y violencias inadmisibles.
3.Que no hay paz sin justicia.
4.Que no seamos sanchistas, vulgo idiotas.
Y como diría Antonio Machado, que todo es poco más que algo menos... y que cuando a Rolex, Rolex y cuando a setas, setas (esto último no es de Machado, es una chiste Txomin e Iñaki).