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Estamos en Cuaresma. Un año más, Dios, a través de su Iglesia, nos da la gratuita oportunidad de volvernos de nuevo hacia Él. Un año más, en la historia acumulada de la Iglesia y los cristianos que hemos tenido la gracia de pertenecer a ella. Un año más en nuestra historia personal desde que tenemos uso de razón o conciencia de que nuestros actos, a menudo, nos distancian de Dios, o lo que es lo mismo, de nuestra salvación, que para eso -y no para otra cosa- murió y resucitó el Señor.
La conversión debe ser un proceso sutil, una labor de profundizar en el pozo de nuestro interior que pudiendo estar saneado, puede también ser más profundo de lo que pensemos y haya que limpiar más al fondo, donde llega menos la luz
El miércoles llamado de Ceniza, es un banderazo de salida a la conversión, que como sabemos no es la purga Benito, si no que lleva un proceso, una evolución reflexiva de nosotros mismos en relación a Dios y, en segundo término, con los demás. Aunque puntualizar la segunda parte puede ser reiterativo porque cuando nuestra relación con Dios está saneada y activa, la relación con los demás es un acto reflejo que se vuelca sin que nosotros apenas nos demos cuenta de lo que hacemos.
Para los cristianos madurados puede que surja una pregunta que nos despiste de nuestro voluntarioso empeño en ser otra vez el hijo pródigo y surja una pregunta delicada: ¿cuando hablamos de conversión, nos referimos a la confesión? Realmente, es posible que el inicio de la conversión puede conllevar una buena confesión, sí, pero intuyo que la conversión debe ser un proceso sutil, una labor de profundizar en el pozo de nuestro interior que pudiendo estar saneado, puede también ser más profundo de lo que pensemos y haya que limpiar más al fondo, donde llega menos la luz. La conversión debe ser integral. No solo se trata de una labor de mantenimiento mecánico como son los sacramentos que realmente operan acciones de gracia y que sin duda son herramientas imprescindibles para nuestra santidad. La conversión debe ejercer una labor de cambio interior y exterior y si eso no sucede, no es conversión.
Si rezas pero no cambias, puede que estés haciendo yoga en vez de acercarte a Dios
José Carlos Martínez de la Hoz, en su último libro Inquisición sin complejos –del que ya hablaremos en un momento más oportuno- en el capítulo de “Inquisición y conciencia”, dice que El termino conversión, es habitualmente usado en la Sagrada Escritura para explicar el paso de la vida antigua a la vida nueva. Solo puede comenzarse a vivir en Cristo, cuando se abandona el pecado. La conversión que la Iglesia pide es radical, tan radical como el primer mandamiento de la ley de Dios. De ahí que no baste la conversión externa; se precisa la conversión del corazón. La conversión no podemos tomarla como un esfuerzo arrio, sino como la sumisión con la que el amor siempre afecta a los enamorados, mirando a Dios y pidiéndole este don de convertirnos a él. ¿Y cómo hacerlo si somos tan torpes que nos olvidamos tan fácilmente de qué somos porque este mundo es un como un imán que nos arrastra por conveniencia o vanidad?
Los instrumentos, siglo tras siglo, siguen siendo los mismos porque la esencia del ser humano no cambia: oración y penitencia y limosna. Los tres grandes poderes que logran que nuestra tozudez se deshaga como un helado en una tarde veraniega. Claro, por eso es que el proceso de conversión no es acto voluntarioso. Cristo fue por delante de todos nosotros y nos puso la unidad de medida necesaria para ello: cuarenta días. Días, que a veces pueden parecer insuficientes, pero que bien aprovechados desembocan en la Pasión y en la Resurrección, verdadero objetivo Suyo para nosotros. Verdadero motivo de alegría y esperanza que nos predispone a que el resto del año podamos vivir con suficientes energías y solo recalar en los Sacramentos para seguir a flote hasta otro nuevo año y una nueva oportunidad.
Creo que hay que recordar que el acto de conversión es personal. Porque Dios murió por la humanidad de toda la historia universal, pero lo hizo por cada uno de nosotros, porque cada uno somos irrepetibles a los ojos de Dios. Tú y yo, ese y aquel, no formamos parte de un conglomerado como sí ocurre con el resto de la Creación. Por eso Noe cogió una pareja cualquiera, macho y hembra, para la consecución de la especie y llevarlos abordo del arca que Yahveh mandó construir. Sin embargo su familia entró completa, porque cada uno era distinto a los ojos de Dios. La individualidad de cada alma está correspondida en cada gota de su sangre en la Cruz. Y la conversión es cara a cara con Él. Esta es una de las razones por las que en el Credo, ya no decimos “Creemos en un solo Dios….” si no “Creo en un solo Dios…”, aunque haya personas que todavía no se hayan enterado.
La conversión es eso, dejar de ser uno mismo, vaciarse del yo y llenarse de Él.
Podemos ayudar a quién lo pida y dar ejemplo sin necesidad de dar lecciones a los que nos rodeen, pero sin duda debemos asumirlo como una relación interna en un Dios-yo y viceversa. Ponernos en sus manos, preparar los oídos, afinar las intenciones cuyas pequeñas penitencias tengan el sentido de recordarnos que estamos en ese proceso implacable de la conversión. Si no bebes alcohol, no fumas o no comes pan durante estos días, bien, pero que no se entere tu mano derecha lo que hace la izquierda, ya me entienden. Y si todo lo que hagas no tiene el aliño de la oración mental, solo serás un asceta no un converso. Y si rezas pero no cambias, puede que estés haciendo yoga en vez de acercarte a Dios.
Aprovecha lo que tienes, que es tu fe, tu conciencia, los sacramentos, la dirección espiritual, la Iglesia, la gracia, tu deseo de enamorarte, querer ser un buen hijo de Dios... Es todo esto y mucho más que cada uno llevamos ahí, como hijos de la Iglesia, en la valija de nuestra salvación personal.
Guía de pecadores (Homolegens) Fray luis de Granada. Luis de Sarria se hizo llamar fray Luis de Granada una vez tomados los hábitos de los dominicos. Si alguna gracia tiene este libro es que fue de los prohibidos en España porque el muy osado hablaba y proponía la santidad para todas las clases sociales, todos los oficios y todos los estados. Eso le llevo a ciertos enfrentamientos con Melchor Cano y los recelos consiguientes de la Inquisición. Un clásico que merece con mucho la lectura de sus páginas que verán no dista tanto de nuestros días.
¿Pecador yo? (Grafite) Maximiliano Calvo. El autor quiere poner el acento en el silencio pastoral sobre el pecado, el pecado como acto de ofensa a Dios, incluso evitar la palabra en sí misma. Está bien hablar en positivo de la realidad del hombre con palabras y sus significados como gracia, misericordia, perdón, amor, etc. Pero no se hace ningún favor a los cristianos si solo se les da la mitad de la información de la realidad del alma, entre otras cosas porque sin una no tiene sentido la otra. ¡Qué gran responsabilidad los pecados de omisión!
Dar la vida. Viacrucis con los jóvenes (Trípode) Francisco Cerro Chaves y Pablo Cervera Barranco. Todavía estamos a tiempo. Este librito reúne una serie de textos muy asequibles para gente joven en edad o madurez espiritual. Ayuda a desgranar en el día a día los pasos de la Cruz que un cristiano debe tener en cuenta si quiere crecer en Cristo. La conversión es eso, dejar de ser uno mismo, vaciarse del yo y llenarse de Él.