Me sorprendió días atrás el bulo sobre la muerte de Benedicto XVI. Como ocurre con todos los bulos, por eso no hacen falta verificadores ni censores, en cuestión de horas desapareció. Y es que el bulo no es más que una mentira y la mentira tiene las patas cortas: su ciclo vital dura menos que el de una mosca.

Con la histeria generada por el coronavirus, es decir, por el miedo a la muerte, azuzada por un poder global que desea a una humanidad sometida, se han producido fenómenos preocupantes:

1.En lugar de acercarse a Dios, como ha ocurrido en otras etapas históricas, cuando el hombre se enfrentaba a la muerte, el hombre covid se ha alejado de Dios y se siente abrumado ante su tragedia.

2.Los hay que se han acercado a Dios y se han acercado mal. Han buscado la compañía en el lugar equivocado. Quiero decir que en lugar de volcarse en la confianza y el abandono en Cristo han volcado su confianza en la ciencia. ¡Que no les pase nada!

Ambos vectores coinciden en un punto que en su día fue tratado por el todavía no muerto Benedicto XVI. Vienen al pelo estas palabras del Papa Ratzinger: “No es el castigo el que debe ser eliminado sino el pecado que lleva en sí el castigo”.

Dios tiene atadas las manos por la libertad que ha concedido al hombre

El covid no es un castigo de Dios porque Dios nunca castiga, Dios ha creado al hombre, con una naturaleza racional y libre. Por tanto, si la criatura no responde a la ley natural, Dios no le castiga: se autoflagela a él mismo porque violenta su naturaleza.

Pero el hombre es libre, lo que significa que el Creador, sin la colaboración del hombre, no puede cambiar las cosas: estaría violentando su libertad. Ni quiere ni puede hacerlo. Eso sería romper sus propias reglas del juego.

Ratzinger continúa: “pero es necesaria una transformación desde el interior, una pizca de bien, un comienzo desde el que partir para cambiar el mal en bien, el odio en amor, la venganza en perdón”.

El todavía Papa, aunque ya no Papa gobernante, comenta así las palabras de Abraham ante Sodoma y Gomorra: “Por esto los justos tenían que estar dentro de la ciudad y Abraham continuamente repite ‘quizás allí se encuentren’”. Se refiere a los 10 justos a los que Abraham alude, aquella minoría que Abraham busca en la ciudad para que Dios no aplique la justicia que exige la destrucción de la misma.

Ser salvados no significa evitar el castigo sino evitar el pecado que provoca el castigo

Y para terminar, Benedicto XVI concluye que, es en Sodoma, “dentro de la realidad enferma, donde tiene que estar ese germen de bien que puede resanar y devolver la vida”. Es decir, el bien tiene que partir del alma: Dios tiene atadas las manos por la libertad que ha concedido al hombre.

Ser salvados no significa evitar el castigo sino evitar el pecado que lo provoca.

Y todo esto nos lleva a la conclusión de San Juan Pablo II, un 13 de mayo, homilía en Fátima, en 1982: “El hundimiento de la moralidad lleva consigo la caída de las sociedades”. Era su respuesta a la insistencia de sor Lucía, la vidente de Fátima, de que consagrara al mundo, y a Rusia, al Inmaculado Corazón de María. Cosa que finalmente hizo el Papa polaco. Ojo, que Sor Lucia siempre recordaba: “No digamos que Dios nos castiga. Son los hombres quienes, por sí mismos, se preparan el castigo”. Pues eso.