La invasión de Madrid por parte de los tractores ha sido aplaudida por los perjudicados, al menos en su movilidad diaria. Curioso. Hasta el Gobierno socio-sumarita, siempre más pendiente de su imagen que de las preocupaciones del personal, ha tenido que rectificar su idea inicial de homologar a los tractoristas con la ultraderecha. Cambiaron en cuanto se percataron de que la gente se les echaría encima. Y es que no cuela que las protestas del campo sean cosa de ultras, a pesar de que las manifestaciones suponían una vuelta a la sensatez... y la sensatez es a lo que más teme la insensatez progresista. Por supuesto, esto no quita para que nuestro amigo Grande-Marlaska haya enviado a sus antidisturbios de la Policía Nacional, los de más mala leche, a golpear a los agricultores. 

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En cualquier caso, la situación la reflejó con nitidez una agricultora, de las que entraron en Madrid: "No queremos subvenciones, queremos que nos paguen lo que valen nuestros productos". ¿Comprenden?

Los campesinos hacen peor cuando arremeten contra las grandes superficies. El problema no está ni en Mercadona ni en Carrefour

Ahí le duele. No queremos limosnas, queremos que nuestro, duro, trabajo se pague por lo que vale, es decir, que les pague la gente con el sombrero de consumidor, no con el sombrero de contribuyente y con la intermediación del Estado. Esas palabras apuntan directamente contra el corazón de la Agenda 2030 -no producir más sino consumir menos-, contra el corazón de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) -no produzcas más sino consume menos- y contra el cerebro -sí, tiene cerebro- del mismísimo Nuevo Orden Mundial (NOM) -no poseerás nada y serás feliz-. 

Naturalmente, como la producción se puede reducir -por ejemplo por motivos ecológicos, para no dañar a nuestro dios, al planeta y a la Pachamama- más deprisa que el consumo, lo ideal para el Nuevo Orden Mundial (NOM) es reducir el número de consumidores, es decir, el número de seres humanos sobre la faz de la tierra. 

Volvamos a la política agraria común (PAC). La espléndida declaración de estos campesinos, el no queremos subvenciones públicas sino justicia es tanto como decir que se termine con una agricultura, una ganadería y una pesca, antaño los oficios más libres del mundo, que hoy viven de las limosnas públicas. Pero ahora, desde la fundación de la Unión Europea, se ha convertido en un sector hiper-regulado, a base de subvenciones públicas. El Estado, Bruselas, te ordena lo que tienes que sembrar, cuándo tienes que sembrar. Te dice, sobre todo, cuánto tienes que reducir la producción. Insisto: como me resumía hace décadas el presidente de ASAJA, Pedro Barato: de mi finca salen ahora la mitad de camiones que antes pero yo ingreso lo mismo.

La Agenda 2030, al igual que los ODS, supone convertir en teoría la práctica negativa de la PAC, que es auto-mutilación, vuelta a la caverna... para perpetuar el dominio de los poderosos sobre los humildes

Las subvenciones públicas no sólo son malas por injustas ni porque es el dinero que utilizan los políticos para premiar a los amigos y castigar a los enemigos: también son malas porque son insostenibles en el tiempo, generalmente tras haber forzado al productor a la vagancia y a vivir de las rentas, en suma, a cobrar por no trabajar. Y cuando te has habituado a este lamentable estado de cosas, te dicen que hay que cerrar el grifo porque el coste de las subvenciones agrarias ya no es asumible.

Pero la sensatez aún puede vencer. Los agricultores -presuntos beneficiarios- han empezado a renegar de la PAC y de la Agenda 2030. Quieren que se les pague el precio justo por su trabajo, no ir tirando gracias al favor de la clase política, de suyo veleidosa.

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Y los urbanitas madrileños aplauden. Este es el camino. Lo malo es que es un objetivo ambicioso, tras tanta insensatez progre, y para cambiarlo habrá que renunciar a las políticas verdes, que son las imperantes en el momento presente y que nos están llevando a la ruina, la desesperación y el hastío. 

Eso sí, creo que los campesinos hacen peor cuando arremeten contra las grandes superficies. El problema no está ni en Mercadona ni en Carrefour, está en la Agenda 2030, en los ODS y en el NOM. Pero oponerse a estas aberraciones implica ser acusado de hacedor de bulos, cuando no de ultra irredento.

Hay que insistir en la cuestión medular: la Agenda 2030, la igual que los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) en los que se basa, supone convertir en teoría la práctica negativa de la PAC, que es auto-mutilación, una vuelta a la caverna, todo ello para perpetuar el dominio de los poderosos sobre los humildes.

¿Y qué va a hacer el Gobierno Sánchez? Lo de siempre: ahora que sabe que no les puede llamar fachas, se solidarizará con ellos, sabedor de que los tractoristas, antes que después, tendrán que regresar donde viven, al campo, o sus dueños aún pasarán más penurias. 

Pero algo está cambiando porque los agricultores, y espero que otros colectivos le sigan, se han dado cuenta de la contradicción entre ecología y economía. Y han decidido que antes que salvar al planeta, hay que salvar a la humanidad. Es algo que, por ejemplo, la fanatizada Teresa Ribera no puede comprender.

El reflujo ha comenzado: brindemos por la buena nueva. Es mucho lo que está en juego. Mismamente, la civilización occidental, es decir, cristiana.