El Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha permitido que siga adelante la Ley de Texas que prohíbe el aborto cuando se escuchen, atención, los latidos del corazón del niño. En verdad, es todo un símbolo de vida que a un ser humano le lata el corazón.

Supongo que el Tribunal Supremo norteamericano no habría tomado esa decisión si no fuera porque Donald Trump hizo los cambios que hizo cuando era presidente y que ahora el muy católico Joe Biden y la muy católica Nancy Pelosi pretenden cargarse. Supongo, también, que el termómetro elegido es tan certero -latido de corazón, símbolo de vida- como poco riguroso. O sea, que al legislador texano le importa más la verdad que el rigor, buena señal. Y esto porque la captación del latido puede variar a medida que mejore la tecnología… y siempre en dirección al principio único del derecho a la vida: defenderla desde la concepción hasta la muerte natural. Sin excepciones.

Lo de Texas no basta. La vida hay que defenderla desde la concepción hasta la muerte natural. Sin excepciones

Además, si en lugar de utilizar el criterio del latido, más o menos a las seis semanas de embarazo, utilizáramos otras “evidencias científicas”, como el ADN, nos remontaríamos mucho más acá de la sexta semana. En cuanto se produce la fecundación ya hay un ser humano con un código genético distinto del padre o de la madre. Por eso, otra verdad incómoda que ocultamos de continuo es que todos los anticonceptivos que se venden hoy en la farmacia son potencialmente abortivos: pueden actuar antes de la concepción… o después.

Al mismo tiempo, desde Roma, en la entrevista con Carlos Herrera para la COPE, el Papa Francisco se hacía una pregunta que, ojo, afecta tanto al aborto como a la eutanasia: ¿es justo alquilar un sicario para resolver un problema?

La clave del siglo XXI: el débil molesta, hay que librarse de él

Porque esta es una de las cuestiones que tienden a olvidarse: tanto en el crimen del aborto como en el crimen de la eutanasia, no sólo molesta el débil sino que, además, utilizamos a un tercero, al sicario, para matarle. En el aborto, a un sanitario sin escrúpulos; en la eutanasia… a un sanitario sin escrúpulos. De esta forma, en ambos casos, el asesino no soy yo, los padres o los hijos, es la sociedad, o el Estado.

Y tiene bemoles convertir a un médico en un matasanos (o en un matadisminuidos, lo mismo da).

Sí, Texas marca el camino y el Papa Bergoglio también. Ahora, hay que apoyar a aquellos países que resisten la prueba de fuego del aborto, los países no pervertidos, y a leyes como la texana que, aunque no suficientes, al menos suponen una defensa de los seres más indefensos y más inocentes: los niños por nacer y los ancianos y enfermos.

Porque la primera nota distintiva de la modernidad es la inclemencia, la ausencia total de misericordia, ahora llamada empatía, aunque esto tan sólo se debe a que la necedad crece por momentos. Nos falta paciencia con el débil y con el improductivo.