Sr. Director:
El 30 de noviembre, hubo una misa en  el cementerio de Paracuellos de Jarama, que hacen allí  anualmente por encargo de la Hermandad de los Mártires de Paracuellos y que ofició  el nuevo Obispo de la diócesis, Monseñor Reig Plá, según he leído en la Prensa.

 

Luego, vinieron las críticas. El pretexto: una bandera preconstitucional colocada allí desde hacía mucho; también,  la presencia de Blas Piñar. Me parece una hipocresía las críticas por esa bandera, cuando hay partidos de izquierda que sacan la republicana cuando les parece;  también me parecen inapropiadas las críticas por la presencia de Blas Piñar, de ultraderecha pero no manchado de sangre.

La Eucaristía, sin connotaciones políticas, según nota del Obispado se hizo  en honor de los sacerdotes y religiosos beatificados en su momento por el Papa Juan Pablo II -algo más de un centenar- y cuyos restos reposan en ese lugar, que podría considerarse «la catedral de mártires más importante del mundo». Las críticas me han llevado a leer curiosamente en Internet este texto conmovedor de un tal Arsenio de Izaga:

Cuadro espantoso aquel cuadro... espectáculo escalofriante el terrible piquete de forajidos que disparaba sus fusiles o sus ametralladoras sobre unos hombres de bien de toda profesión, de toda categoría y de toda edad. sacerdotes y seglares, militares y paisanos, ricos y pobres, patronos y obreros, desde los que habían pasado los dinteles de la ancianidad hasta los que apenas habían salido de la niñez, mientras sus compañeros de infortunio, hacinados sobre los vehículos o apelotonados a la vera del camino, esperaban el turno fatal y contemplaban indefensos el suplicio que poco después iban a sufrir....Yo que conocí el temple de sus pechos, lo adiviné cuando vi que salían de la prisión con el resplandor de los elegidos...

Ninguno renegó de sus convicciones religiosas y patrióticas. Ninguno dio la más leve prueba de vacilación ni de flaqueza () Todos se animaban entre sí, y oponían a las blasfemas imprecaciones de sus verdugos, su fe de creyentes y su altivez de españoles. Todos recibían la helada caricia de las balas como el galardón eterno que el Cielo les tenía prometido () Y no se había extinguido el eco de la última descarga, cuando aún resonaba en el espacio su vibrante grito, ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!.

Juan López Sánchez