Anda Europa a gritos -quiero decir, abriendo un debate- con las crisis bancarias. ¿Quién debe pagar los platos rotos de una crisis bancaria Los alemanes, en su línea: plantean bien pero reparten mal. Vamos, que son un pelín egoístas.

Berlín asegura que las quiebras bancarias no deben pagarlas los contribuyentes sino los accionistas y acreedores. Y eso es lo justo. Lo que ocurre es que los chicos de Merkel piden que la responsabilidad última sea de cada país, no del conjunto de la Unión. Y eso, que parece cierto, es una falsedad enorme. Ocurre lo mismo que con el euro: ¿una moneda común y diecisiete tesoros públicos diferentes No, hombre no. Con eso lo que se consigue es que los países más débiles paguen su deuda a precio de oro mientras que los alemanes lo paguen a precios de risa. Es la igualdad de los desiguales. Pero el principio germano es justo: no deben pagar los depositantes sino los inversores, es decir, accionistas y acreedores de todo tipo. Por ejemplo, los preferentistas.

Ahora bien, frente al Gobierno español, que muy acertadamente asegura que los depósitos son sagrados, los alemanes, y otros países europeos -miren le caso Chipre- se preguntan, como un bizantino cualquiera, ¿qué es un depósito O mejor, ¿en qué se diferencia un depósito remunerado de una inversión en acciones

La respuesta es fácil: si un depósito es de alta remuneración lo que se tiene que hacer es devolver el depósito al depositante sin intereses o, al menos, todo aquello que supere el interés legal.

¿Y si ni tan siquiera quedaran activos en el banco para devolver los depósitos Pues entonces, que al menos se aseguren dos cosas:

1. La prelación prioritaria del pago de los depósitos.

2. El límite de 100.000 euros asegurados.

Y esto porque si el cliente de un banco quebrado tiene más de 100.000 euros en depósito líquido, una vez abonados sus gastos ineludibles, es que se trata de un depositante que no pasa apuros a final de mes.

Pero el esquema de salvamento -o de no salvamento- es el mismo. Ningún europeo, en una sociedad tan bancarizada como la nuestra- puede prescindir de su cuenta bancaria para pagar la luz, el agua, el colegio de los niños (o la hipoteca). Ese dinero está 'depositado' en el banco pero no es el banco. La entidad actúa como una caja fuerte que ya cobra sus comisiones por gastos de pago y trasferencia.

Pero el inversor es otra cosa. El inversor es el que tiene dinero para intentar una rentabilidad de capital (es decir, una rentabilidad por no hacer nada) superior a la de las cuentas a la vista. El depositante abre una cuenta para poder pagar sus gastos, el inversor compra acciones o deuda subordinada, o lo que sea, para obtener una mayor rentabilidad que la del depositante. Y, desde luego, si tiene para invertir es porque no pasa apuros a final de mes.

Esto es: a los bancos hay que tratarlos igual que a las familias o a las empresas: cuando no pueden hacer frente a sus obligaciones, van al concurso de acreedores. En estos concursos se establece una prioridad o prelación de pagos. Y cuando se acaba el dinero devuelto a los primeros de la lista, los segundos se quedan sin cobrar. Pues bien, los primeros son los depositantes.

Lo que no vale, y Europa ha tardado casi seis años de crisis en darse cuenta de ello, es que los contribuyentes, es decir todos, paguen los rotos bancarios. Entre otras cosas porque comer, rascar y sanear todo es empezar, una tarea que nunca tiene fin.

En resumen: las crisis bancarias deben pagarlas los inversores, aquellos que arriesgaron para cobrar más y les salió mal el envite. Y si vivimos en un área, la Unión Europea, en la que todos los socios han cedido su soberanía monetaria al BCE de Francfort -es decir, a quien manda en el BCE, que es Berlín- entonces, mis queridos muchachos, resulta que la deuda pública de todos los países del euro debe ser común- mutualización de la deuda, en la jerga bruselina- y el saneamiento bancario lo mismo.

Por cierto, ¿por qué el saneamiento bancario no termina nunca España ha dedicado 40.000 millones de euros a financiar tres grupos bancarios -y con ello ha disparado el déficit fiscal español- y los bancos siguen sin dar crédito a las empresas, sobre todo a las pequeñas. La razón estriba en lo que en Hispanidad hemos llamado la conjura de Basilea, el Banco Internacional de Pagos (BIS), con su moderna sede en la ciudad suiza (en la imagen), ha sembrado en el mundo la entente entre políticos y banqueros, que podemos resumir así: tú, banco, cómprame toda la deuda que yo, político, emito de forma irresponsable y yo, a cambio, cuando tú, banquero, entres en crisis te solucionaré el problema con cargo al contribuyente. Es una verdadera conjura de los poderosos, políticos y banqueros, contra el pueblo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com