El alto el fuego de ETA, que comenzaba a las 0 horas de este viernes, vuelve a poner en peligro aquello que tanto sacaba de quicio a dos personajes tan distintos y enfrentados como Felipe González y José María Aznar: el auge de los nacionalismos. González afirmaba que la gente ya no se identifica por las ideas, sino por las identidades. A partir de ahí, puede pasar cualquier cosa, y cualquier cosa es justificable.

Y no nos engañemos: la vicepresidenta del Gobierno, ella sabrá por qué, asegura que esta vez va a en serio. Mientras, su jefe de filas, Rodríguez Zapatero, dice algo más: asegura que hablará con ETA, una formación impecable si no fuera por un defecto en el tiempo verbal: no es que vaya a hablar es que ya ha hablado. Casi todo está acordado, la tregua seguirá adelante, ETA conseguirá lo que puede conseguir ni tan siquiera ha empleado el término autodeterminación en sus dos comunicados- y todos, quizás salvo los navarros y los franceses, tragaremos con remedos como la mancomunidad vasco-navarra o la asamblea de municipios vascos con municipios navarros en su interior.

Por su parte, la mayoría de los españoles considerará que el fin justifica los medios, que lo importante es acabar con ETA y Zapatero se quedará en Moncloa por mucho tiempo. Todas las barrabasadas del inquilino de La Moncloa quedarán oscurecidas por su condición de pacificador de Euskadi, y los votos nacionalitas, los votos de los partidos-bisagra, le aseguran que el PP no levantará cabeza en mucho tiempo. El comportamiento de Mariano Rajoy durante la jornadas del 22 y 23 de marzo fue el de un boxeador casi noqueado, que apenas puede mantenerse en pie e incapaz de romper la iniciativa del contrario. Oficialmente, debe alegrarse del fin de ETA, y ante esa conclusión, sabe que cualquier cesión va a resultar válida para el conjunto de los electores.

El voto nacionalista es, por otra parte, muy representativo de una de las notas características de la política actual y la sociedad actuales: el poder de las minorías. Y es que España, como otros muchos países occidentales, se caracteriza por dos grandes fuerzas políticas apenas hay diferencias entre ellas, de tal forma que cada una busca la diferenciación, a veces en cuestiones peregrinas-. El ejemplo típico es la normativa sobre el matrimonio gay: una minoría de 400 parejas modifica todo el entramado jurídico y moral en el que se basa la sociedad, cualquier sociedad, desde que se inventó la civilización. ¿Por qué? Pues porque esos dos bloques mayoritarios están muy igualados en voto, y son unos 500.000 sufragios, los que en España deciden las elecciones., Los otros, no sólo están amañados, sino que, además, son prisioneros de sus partidos: PSOE y PP pueden permitirse el lujo -¡oh paradoja!, de despreciar a sus más fervientes seguidores.

Por ejemplo, desde que Aznar introdujo el progresismo de derechas, también llamado centro reformismo, muchos votantes del Partido Popular se vieron obligados a seguir el mismo camino : taparse la nariz y votar al PP. Pues bien, quizás ha llegado la hora de que, sobre todo el voto en valores, deje caer al PP, que el partido se estrelle. De hecho, éste es el momento idóneo para liquidar al Partido Popular. Está tan podrido que una derrota electoral podría llevarle, no a la oposición, sino a la disolución. Precisamente, de las grandes mareas es de donde salen los nuevos mapas políticos. Fue en la Transición a la Democracia donde creció el PSOE (40 años de vacaciones) y se hundió el partido más opositor al franquismo, que no era otro que el Partido Comunista. Ha sido con la crisis del Cristianismo en Occidente cuando ha surgido el panteísmo ecologista, los verdes como fuerza política. Fue tras la muerte de Franco cuando surgieron UCD y AP, luego trasformado en el PP. De la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial surgieron la democracia cristiana y la socialdemocracia, sin duda las dos grandes corrientes políticas que forjaron la Europa de hoy, y cuyo tiempo ya ha pasado. El voto del PP permanecería si el PP se estrella, y sería un voto mucho más coherente con una clase política renovada. Porque la de hoy, tanto en el PP como en el PSOE, huele a cadáver aunque se empeñan en seguir gobernando con lo único que les queda, la tecnocracia, y con lo único que les motiva: la usurpación del presupuesto público.

Y encima, en todo Occidente gobierna para las minorías. En España, para las minorías nacionalistas, que son las bisagras que pueden dar el Gobierno al PSOE o al PP. Zapatero lo sabe, y está dispuesto a darles lo que pidan con tal de que le apoyen a él y no a Rajoy. Y lo ha hecho muy bien, lo ha conseguido. Hay Zapatero para rato.

En España, este bipartidismo pútrido se junta con el auge nacionalista, a quien Zapatero se ha atraído a costa de cesiones históricas. Y Felipe González tiene toda la razón. ¿Por qué los nacionalismos tienen tanto auge? Muy sencillo : si rechazamos los principios y las ideas justamente lo que hemos hecho en Occidente- sólo nos quedan las identidades. La gente ya no se define por sus convicciones sino por su lugar de nacimiento, que, desde luego, no es fruto de su libertad, sino de la voluntad de sus padres. Precisamente en un mundo global: curioso.

Ahora bien, el problema de los nacionalismos siempre es el mismo. Para el nacionalista, del tipo que sea, lo importante no es el Estado de Derecho sino el tamaño del Estado. Y ahí no hay manera de llegar a conclusión alguna, porque estamos en el terreno de la mera opinión, es más, en el terreno de los sentimientos.

Un ejemplo bastará. Los abertzales quieren el derecho de autodeterminación para Euskadi, un derecho que debe ejercerse mediante referéndum. Ahora bien, partimos de que el País Vaco forma parte secular de España. Entonces, en ese referéndum, ¿quién debe votar, los vascos o el conjunto de los españoles? Los mismos abertzales afirman que Navarra forma parte del País Vasco y que es necesario un referéndum para la integración. ¿Quién debe votar en ese referéndum? Según el abertzalismo, todos los vascos y navarros.

Naturalmente, los resultados pueden ser muy distintos, en cualquier de las dos opciones, según se opte por una base de votantes o por otra.

En Cataluña ocurre algo similar. ¿Quién debe votar un estatuto que considera a Cataluña como nación? ¿Los catalanes o el conjunto de los españoles que consideran a Cataluña como parte del país?

Lo que es tanto como decir: el nacionalismo no tiene solución, es un callejón sin salida. Lo que, por otra parte, se concilia bastante bien con la realidad: ¿Conocen algún problema nacionalista que, hacia la absorción o la secesión, no se haya resuelto a golpes? Seguramente habrá alguno, pero en este momento no se me ocurre.

Mientras tanto, lo más importante es acabar con el Partido Popular. Hoy mejor que mañana. Lo que resurja de sus cenizas será, sin duda, mucho mejor. O, por lo menos, será algo más que una maquinaria de poder.

Eulogio López