Para que todos nos fuéramos contentos a tomar las uvas, el presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, nos regaló un broche de oro para 2004: el anteproyecto de ley por el que se regula el matrimonio gay. Es decir, parejas de hecho convertidas en parejas de derecho para poder divorciarse por derecho, con los correspondientes papeles, en el menor plazo de tiempo posible. Pero no quiero hablarles de Mr. Bean sino de otro personaje surgido de las sombras ante tan rotunda nueva.

Se llama Edmundo Rodríguez, así que pocas bromas. Con ese nombre podría haber sido cualquier cosa, pero su modestia, asimismo muy elogiable, le convirtió en portavoz de la Asociación Jueces para la Democracia, un cargo de la mayor relevancia intelectual. Para nuestros amigos hispanos les aclararé que no deben confundir Jueces para la Democracia, magistrados progresistas, con los de la Asociación Profesional de la Magistratura, a los que, imagínense su catadura, la vicepresidenta primera del Gobierno, doña Teresa Fernández de la Vega, se ha visto obligada a calificar de tenebrosos, y a los que ha colocado en la misma fila de fusilables que los curas, no les digo más. No, Edmundo es de los jueces buenos, o al menos de los buenos jueces, tan pendientes del futuro que a veces hasta se les olvida el presente.

Pues bien, Edmundo, al que me imagino como el conde de Montecristo, acaba de dictaminar hacia dónde nos encamina la aprobación del homo-matrimonio. Quiero decir que el chaval es espabilado, como su tocayo, el Conde de Dumas, y entonces nos ha comunicado que una vez la ley haya sido aprobada, ojo al dato, ningún juez o alcalde podrá negarse por motivos morales al cumplimiento de la ley. Do you understand?

Esta es la cosa de la cosa: porque claro, lo del matrimonio gay, no sé cómo decirles, por sí sólo, tiene poca chica. El matrimonio gay es como la monarquía: a la moral la monarquía le importa más bien un comino (a los moralistas mucho, pero es que los moralistas y la moral no tienen por qué coincidir siempre, si ustedes me entienden) pero sí le importa, y mucho, como modelo para enseñar al pueblo. Como las leyes. Y el modelo dice que nadie, por motivos morales puede negarse a casar a dos cachorros, ni juez, ni alcalde (seguro que a alguna bella cabeza pensante del Zapatismo ya se le ha ocurrido permitir a los ex curas rebotados oficiar bodas gays para fastidiar un poquito más).

El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, Dios le bendiga, ya se ha prestado a casar a quien haga falta. Pues bueno es él. El asunto vendrá cuando algún alcalde se niegue a ello alegando razones morales, o, ¡el Señor nos asista!, alegando sentido común y salud mental adecuadas. Pues bien, ya lo ha dicho Edmundo: será castigado con todo el peso de la ley. Y lo mismo ocurrirá con los magistrados.

Al menos en este punto, el atentado contra la objeción de conciencia, es decir, contra un derecho básico de la persona, es aún más grave que con el aborto. El aborto es un homicidio, a partir del cual se ha generado toda la vida pública en Occidente, pero al menos se permitía al médico que no quisiera practicar el crimen no hacerlo y, de paso, abochornar a los que sí lo hacían. Pero aquí no. Aquí, lo ha dicho Edmundo, resulta que tiene que abandonar el cargo. Es decir, otra vez estamos en las mismas: del aborto libre (o de la eutanasia o del matrimonio gay o de lo que sea) se pasa al aborto obligatorio. En nombre de la libertad y la diversidad se condena a desaparecer de la vida pública a todo aquel alcalde o juez coherente.

Es la forma de desterrar de la vida pública a todo cristiano, o simplemente a toda persona con sentido común. ¿A lo mejor es por eso por lo que Zapatero ha llegado a presidente del Gobierno? No lo había pensado.

 

Eulogio López