Benedicto XVI en Westminster: El relativismo no sólo no es la ideología de la democracia, es el virus que destroza las democracias. Ante la clase política, el Papa defiende la capacidad de la razón humana para alcanzar la verdad

El mensaje de Benedicto XVI que ha dado la vuelta al mundo, el pronunciado en el parlamento británico es muy claro: o creemos en algo o nos cargamos la libertad.

Cada uno puede quedarse con el mensaje que quiera de entre los muchos lanzados por el Papa Benedicto XVI en tierras inglesas viaje aún inconcluso- que termina con la beatificación de John Henry Newman. El Papa ha hablado de educación, de pederastia, de arrepentimiento, nos ha explicado que la educación no puede ser utilitarista, les ha dicho a los jóvenes que no sean mediocres, que sean santos, les ha explicado a los ancianos que no están de retirada, que su papel en el mundo es crucial, ha proporcionado afecto a los anglicanos, sumidos en el vértigo del desconcierto Todo espléndido, pero personalmente considero que este viaje pasará a la historia por el discurso de Benedicto XVI en el Parlamento de Westminster ante lo más granado de la clase política británica en el que cabe destacar las siguientes palabras: Con todo, las cuestiones fundamentales en juego en la causa de Tomás Moro continúan presentándose hoy en términos que varían según las nuevas condiciones sociales. Cada generación, al tratar de progresar en el bien común, debe replantearse: ¿Qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los ciudadanos de manera razonable? Y ¿Qué alcance pueden tener? ¿En nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales? Estas cuestiones nos conducen directamente a la fundamentación ética de la vida civil. Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia.

No se entiende aquí como el consenso para evitar un conflicto, sino que los principios morales que configuran la convivencia no pueden variar por la misma razón que la verdad no puede sino ser absoluta: o es absoluta o no es verdad. En definitiva, El Papa está recordando que el relativismo, considerado hoy como el basamento ideológico de la democracia no conduce a nada más que a la tiranía, porque cuando el hombre no cree en unos principios inmutables entre ellos, la sacralidad de la persona, hijo de Dios- la lógica lleva la imposición. A la postre, la pregunta es clara: Si Dios no existe, ¿Por qué respetar al prójimo?

Pero, ojo, el mensaje del Papa llega más allá: la fe cristiana no sólo no se opone a la razón sino que constituye su mejor letrado defensor. Nadie como el dogma cristiano confía en la razón humana. La razón puede establecer los principios éticos objetivos, dogmáticos y discutibles a un tiempo, sobre los que cimentar un sistema político de libertades. El Papa se lo explicó así al primer ministro británico, David Cameron: Así que, el punto central de esta cuestión es el siguiente: ¿Dónde se encuentra la fundamentación ética de las deliberaciones políticas? La tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. En este sentido, el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas, como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos.

Sí, la razón humana puede alcanzar la verdad y sobre ellas construir la sociedad y la democracia. Lo que no puede es aceptar dos verdades contradictorias entre sí y mantenerlas un tiempo, o negar la capacidad de la razón para llegar a la certeza pues eso termina en la ley de la selva.

Hablamos de relativismo (este es el Papa del relativismo) definido por aquello de que nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. Pero si esa proposición es cierta ya hay algo que sí es verdad: la proposición misma. Quien no cree en nada, o quien nada concluye, acaba por actuar según el flujo de sus percepciones sensoriales inmediatas, es decir, según el flujo de sus deseos, caprichos y ambiciones.

En definitiva, Benedicto XVI ha puesto el dedo en la llaga en la política actual de los cinco continentes. Hay que elegir entre dogma o tiranía. Y no hablo de dogma cristiano sino de los dogmas de la razón. Incluso muchos ilustrados entienden por dogma el dogma religioso, pero la primera acepción de dogma en el diccionario  de la Real Academia española no habla de religión: Proposición que se asienta por firme y cierta y como principio innegable de una ciencia. Principio innegable, pues, no sometida a discusión. Existe el dogma religioso y el dogma racional. Es más, sin dogma no hay ciencia. Por todo ello, el relativismo no es el garante de la democracia sino el inicio de la tiranía. Hoy, esto es una paradoja, pero no tiene por qué serlo. Al final, el fin de la historia no llegará con la abolición de la fe sino con la abolición de la razón, cuando la última generación caiga en la cuenta de que fe y razón no sólo no se oponen sino que constituyen las dos caras de una misma moneda.

De postre, en su viaje por Gran Bretaña Benedicto XVI ha respondido a Stephen Hawking, nuevo campeón del ateísmo: Las ciencias humanas y naturales proporcionan conocimientos asombrosos sobre algunos aspectos de nuestra existencia y enriquecen nuestra comprensión sobre el funcionamiento del universo físico. De esta manera se pueden aprovechar para el mayor beneficio de la familia humana. Aun así, estas disciplinas no dan, ni pueden dar, una respuesta a la pregunta fundamental, porque su campo de acción es otro. No pueden satisfacer los deseos más profundos del corazón del hombre. No pueden explicar plenamente nuestro origen y nuestro destino, por qué y para qué existimos. Ni siquiera pueden darnos una respuesta exhaustiva a la pregunta: ¿Por qué existe algo en vez de nada?".

Lo explica Benedicto XVI mucho mejor que yo y emplea menos palabras para ello. Es por esto, sospecho, por lo que Joseph Ratzinger es Papa y yo un periodista de segunda división. No vean lo que me fastidia, pero así es.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com