14 días después de que los jueces decidieran retirarle la sonda a través de la cual se alimentaba, Terri Schiavo moría, el jueves 31 de marzo. Dos horas antes del óbito, el Tribunal Supremo norteamericano se había cubierto de gloria al negar  una nueva petición de sus padres para que se le volviera a alimentar.

En definitiva, Schiavo no ha muerto, sino que ha sido muerta. En otras palabras, ha sido asesinada, y con increíble crueldad, por sus civilizados asesinos, para los que ya había perdido la condición de ser humano y gustaban calificarla como "vegetal". Y lo han hecho con denuedo, con empecinamiento. Porque, no nos engañemos, el imperio de la muerte no es una colección de pasotas que dejan hacer, con un cansino no será para tanto. No, el imperio de la muerte está empeñado en fomentar la muerte. No podía permitir que Terri Schiavo siguiera viva. La cultura de la muerte no permite el aborto, lo exige. No despenaliza la muerte, la promociona.

En segundo lugar, con el asesinato de Terri se impone el hombre que produce ante al hombre que es. Terri Schiavo era un vegetal porque no aportaba nada a la sociedad. Se entiende, nada comprable, mensurable. Eso equivale a imponer como norma suprema la siguiente: Tanto aportas, tanto vales. Y si nada aportas, y encima eres una rémora, debes ser eliminado. Por si misma, tu condición de persona no nos dice nada.

En tercer lugar, una vez más el Estado, en el caso Schiavo los jueces, usurpa el papel que le corresponde a la familia, reproduciendo así el fenómeno más peligroso del mundo moderno, que consiste en aniquilar al hombre en nombre de la comunidad, y, eso sí, por métodos muy democráticos. Recuerden a otro de los exponentes de la cultura de la muerte, la inefable vicepresidenta del Gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, cuando afirmaba que no queremos que la religión influya en el futuro de nuestros hijos, convirtiéndose en pan-educadora de toda la población escolar española.

Si de pronto tomáramos distancia y analizáramos el caso Schiavo con frialdad, nos produciría estupor: no es que los suyos hayan abandonado a Terri a su suerte. Al contrario, sus padres querían cuidarla, en la esperanza de su recuperación (casos ha habido). No le pedían al Estado ningún favor, sino que no se entrometiera. Pero el Estado se entrometió, porque la cultura de la muerte, insisto, es pro-activa: no se conforma con permitir el homicidio, lo exige.
 
Eulogio López