Me refiero a Arturo Pérez-Reverte (en la imagen), el mayor 'amargao' de ahora mismo. Ahora le ha dado por escribir en el suplemento dominical del grupo Vocento, XL, una historia de España por fascículos. El vigésimo sexto no tiene desperdicio.

De entrada, Felipe II no le cae simpático. Su retrato no puede ser más ecuánime: "El burocrático Felipe II, asesorado por su confesor de plantilla, prefirió ser defensor de la verdadera religión, como se decía entonces". Que no, don Arturo, que también se dice ahora la misma tontuna. Entre otras cosas porque, a renglón seguido, nuestro ilustrado blasfemo nos informa de que el pecado real del burócrata Felipe consistía en preocuparse de la religión -ya saben de la cosa esa de la religión- lo que le impedía, es obvio, "meter a sus súbditos en el tren de la modernidad". ¡Toma ya! ¡Modernidad en el 1500!

Mira Arturito: se te da mejor destrozar al prójimo que construir. Ahora bien, para una vez que propones algo, no seas hortera. Supuesto, y no admitido, que un rey del siglo XVI debiera adoptar como objetivo político introducir a los españoles en la modernidad, entones no serían súbditos porque, vosotros, los progres, tenéis una macedonia mental que mezcla el "tren de la modernidad" con esa originalidad de que el monarca del Escorial "no comprendió el futuro". Otra cursilada: el futuro es un niño en las rodillas de los dioses, que no entiende nadie por la sencilla razón de que no existe: el futuro no es otra cosa que la libertad del hombre ejercida en el presente.

Sigamos, muy buena la interpretación histórica, aún más hortera, de que por no coger el redicho tren de la modernidad, "España nunca se tomó en serio el mar como camino de comercio, guerra y poder". Vaya, que se enredó en las quisicosas cavernícolas de evangelizar cuando deberían haberse dedicado a la piratería, como los ingleses, el modelo de don Arturo.

Su serial histórico se apunta a ese patriotismo español rabiosamente anticlerical, es decir, una contradicción en origen, porque España no se entiende sin el cristianismo, pero puede prescindir del modernismo, a Dios gracias. Lo digo porque en su serial, don Arturo no deja de hacer alusión a lo que podríamos calificar de patriotismo laico. Verbigracia: Durante el desastre de la escuadra llamada invencible, asegura don Arturo que los ingleses "apelaron todo el rato a una palabra (apenas pronunciada en España, donde tiene mala prensa) que se llama patriotismo, y que les sería muy útil en el futuro, tanto contra Napoleón como contra Hitler, como contra todo cristo". Estas últimas palabras cobran una especial relevancia: nunca debe faltar una blasfemia en un artículo o en un libro de don Arturo, nuestro blasfemo ilustrado.

Pues mire usted, esa es la gracia. El olorcito ya había asomado demasiadas veces en los frutos literarios y periodísticos de Pérez-Reverte, pero ahora se ha convertido en hedor. Porque ese patriotismo cristófobo al que se apunta nuestra estrella literaria siempre fue conocido como fascismo. El fascismo no es otra cosa que la deificación de la nación y con ello, la consideración de la fuerza como el más señero principio moral. El bueno es el que gana y el malo es el que pierde. Cómo gane y qué gane es lo de menos. El triunfo acredita su bonhomía. No me van a creer pero, mucho antes que don Arturo, ya había formulado tamaña doctrina un tal Nietzsche. Era un poco más listo que Reverte, menos majadero y más canalla, porque no blasfemaba con palabra sino con doctrinas. Don Friedrich consideraba que el crucificado que ofrece su vida es un débil y provoca escándalo, pero el que machaca al adversario es el superhombre y el que no utiliza la fuerza pudiendo hacerlo es un imbécil, mayormente, un perdedor. El problema es que entre Nietzsche y nosotros está un tal Hitler quien, por el momento, no goza de buena prensa, como el patriotismo en España.

Y hete aquí cómo descubrimos que la modernidad -bueno, el tren de la modernidad- de don Arturo no es más que eso: purito fascismo. Bueno y también la blasfemia. Porque don Arturo es un ilustrado blasfemo o, cuando menos, un blasfemo ilustrado… y un pelín hortera.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com