El buen uso de la palabra es para todos un deber de justicia ya que el fin inmediato al que se ordena el lenguaje es a la convivencia social, promover la cooperación de todos en la realización del bien común.

 

Conocer la verdad es un anhelo radical del corazón. Hemos de buscar la verdad con arrojo, sin dejarnos llevar por actitudes recelosas y mostrar a todo el mundo ese encuentro con la verdad que nos hace libres. La libertad depende fundamentalmente de la verdad que libera a la razón y a la voluntad.

El que busca la verdad, sinceramente, la descubre siempre. Pero la verdad compromete, hay que adherirse a la verdad. Proclamarla enaltece a la persona porque la hace partícipe del que posee la libertad de los valores trascendentales.

Allí donde se respira la sinceridad y la veracidad son posibles las relaciones genuinamente humanas entre las personas. Por otra parte, la difusión de la verdad debe estar templada por la moderación, la honestidad y la benevolencia. Debemos transmitir la verdad sin lastimar, la verdad se impone por sí misma.

Por otra parte, la libertad lleva a una gran responsabilidad que endereza toda la vida. El hombre sin libertad es como "las nubes sin agua, llevadas de aquí para allá por los vientos, árboles otoñales, infructuosos, dos veces muertos, sin raíces".

Donde no hay intimidad con la Deidad, se origina un vacío personal: En ese oscuro abismo, todo es opresión.

Agustín de Hipona escribió aquél maravilloso canto a la libertad: "Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti." En aquel lugar ondea un himno a la libertad.

El libre albedrío y la donación no se refutan; se protegen recíprocamente. La libertad sólo puede donarse por un flechazo de amor. Por lo que una libertad sin colofón alguno, sin norma objetiva y sin compromiso, es libertinaje.

La libertad alcanza su significado cuando se cultiva para servir a la verdad. San Juan afirmaba que "sólo la verdad os hará libres".

"¡Oh, libertad, encanto de mi existencia!, sin ti el trabajo es tortura y la vida una larga muerte", dijo Pierre Joseph Proudhon.

Clemente Ferrer

clementeferrer3@gmail.com