Cuando se produce un fenómeno de histeria colectiva se confunden los conceptos y se desata la hipocresía afectiva, es decir el fariseísmo más peligroso de todos: el que utiliza una pretendida compasión sobre la desgracia ajena.

Es lo que ha ocurrido con la matanza de Texas, donde un adolescente oligofrénico o miserable, o ambas cosas a la vez, mata a su abuela y luego, ya con el olor de la sangre derramada, asesina a 21 personas en una escuela, 19 de ellas niños.

Vivimos en la confusión entre delito y pecado. No mata el arma, mata el hombre. Mientras haya maldad habrá locura y habrá homicidios

De inmediato, surge la solución progresista: prohibamos el uso de armas. Sin armas, no habrá asesinatos. Como si no hubiera mil y una formas de asesinar al prójimo, sobre todo si el prójimo es más débil que yo.

Vamos por partes. Prohibir las armas automáticas sí. Las pistolas no veo por qué. Un arma automática no supone la mejor defensa frente a un animal salvaje, por ejemplo. Están pensadas para matar a otros hombres y su esencia consiste en matar más rápido y sin necesidad de recargar. Sirven para las guerras no para la vida ordinaria ni para legítima defensa individual.

Una pistola, sin embargo, sirve para que un hombre débil pueda defenderse de otro más fuerte. Y un arma blanca exige acercarse al enemigo hasta olerle el aliento. Por decirlo así: el arma automática es para cobardes.

¿Prohibimos los cuchillos? ¿Y las artes marciales? ¿Vendamos las manos de los asesinos?

Ahora bien, la matanza de Texas dispara la confusión en el mundo entre salud mental y salud moral. El gobernador de Texas, Greg Abbott, un buen político, defensor de la vida, se defendió en falso de los ataques tras la matanza. Habló de que el problema no radica en la venta de armas, sino en la salud mental. Pues no, aunque más cerca de la verdad que el senil Joe Biden y los demócratas, quienes como lloronas interesadas lanzan la idea -que luego nunca cumplen- de prohibir la venta de armas, pero el gobernador se equivoca.

Es decir, Abbott, en este punto, al igual que la progresía y sus delitos de odio, confunde delito y pecado. Los progres siempre tienen un punto de moralistas clericalones. No, gobernador, no mata el arma, mata el hombre, cierto, pero, sobre todo, la razón de la matanza de Texas no está en la deteriorada salud mental del asesino, sino la falta de moral de un sociedad que no respeta la vida. Son malos que, por su maldad, se vuelven locos, no son locos que se comportan mal.

Porque si no vamos a la raíz del problema, -es la moral del alma no la salud de la mente-, ¿qué hacemos? ¿Prohibimos los cuchillos? ¿Y las artes marciales? ¿Vendamos las manos de los asesinos?

Al fondo, la hipocresía del progresismo internacional, por ejemplo del Sanchismo: están "consternados" por la matanza de niños en Texas mientras promulgan el 'derecho al aborto' en España

Luego, claro está, nos topamos con la hipocresía progresista. El Nuevo Orden Mundial (NOM), por ejemplo el sanchismo, pide no vender armas mientras promulga el derecho al aborto. ¡Toma ya!

Pero insisto, el problema de fondo es la confusión entre salud mental y maldad. Insisto; no son locos que se vuelven malos, son malos que, por contravenir una y otra vez la ley natural, se vuelven locos. Porque la demencia no es más que eso: no ver la realidad, es decir, lo natural, tal cual es. Y el pecado retirado siempre acaba en locura, el problema no es mental, es moral. Los psicólogos poco pueden hacer, los psiquiatras lo mismo.

Mientras haya maldad habrá locura y habrá homicidios.