Desde Nicaragua, Daniel Ortega marca el camino: encarcela curas y obispos y hace parodias de juicio con la cabeza más reconocida de la sociedad nicaragüense, el obispo Rolando Álvarez. Y todo ello lo hace sabedor de una norma universal, no centroamericana, según la cual, en 2023... ¿a quién le importa que maten a un cura? ¿Acaso no saben que todos los curas son una mezcla de pederastia, avaricia, crueldad e hipocresía? 

Daniel Ortega ha descubierto la impunidad. Y cuando el impune se convence de que no hay límites, llega la guerra, entendiendo por guerra la violencia generalizada

El sandinista Ortega, tan alabado desde España a fines del pasado siglo y al que se enfrentó, en vivo y en directo, sin otra arma que la palabra, San Juan Pablo II en Managua, es el jefe de los sandinistas, el mismo a quien durante los años ochenta y noventa tanto alabara la prensa española, mismamente El País, ha empezado con los curas, el eslabón más débil, porque sabe que no se van a defender con armas, aunque alguno lo haría de buena gana. 

Ahora se dedica a enviar al extranjero a los disidentes y a privar de la nacionalidad nicaragüense, es decir, de sus derechos elementales -es decir, de su libertad- a decenas de discrepantes, incluido el que fuera su vicepresidente Sergio Ramírez. Se trata de otro "expoderoso arrepentido", una figura del siglo XXI. Quiero decir que es otro de los que ahora se opone a un régimen del que formó parte nada menos que como número dos del Gobierno. Y está muy bien que ahora Ramírez discrepe de Ortega, pero hombre, no puede ser don Sergio, que no hizo nada cuando podía hacerlo, quien ahora nos dé lecciones de libertad o capitanee a las víctimas de siempre del tirano Daniel. 

No podemos olvidar que la tiranía no sólo acaba con la libertad, también termina con la paz social, siempre acaba en violencia generalizada

Lo peor de todo es que Nicaragua está marcando el camino en el mundo, el camino de la impunidad. Daniel Ortega ha descubierto la impunidad. Y cuando el impune se convence de que no hay límites, llega la guerra, entendiendo por guerra la violencia generalizada. No podemos olvidar que la tiranía no sólo acaba con la libertad, también termina con la paz social. Antes de que eso llegue, Occidente debería parar a Ortega con una amenaza directa de invasión o propiciando un golpe militar interno. Es una injerencia positiva que, intentando evitar todo lo posible el uso de la fuerza, debería ponerse en práctica con premura en las cancillerías occidentales.

Sergio Ramírez es otro "expoderoso arrepentido", una figura del siglo XXI: no hicieron nada cuando estaban en el poder, cuando podían hacerlo, pero, una vez fuera, se postulan contra el tirano a quien sirvieron

Si se quiere evitar la impunidad total, me temo que sólo la presión internacional, empezando por España, puede acabar con regímenes como el sandinista. Por la fuerza, si es necesario, sí... y siempre para evitar males mayores. 

Occidente, bajo la batuta del senil Joe Biden y con el apoyo descarado de los dirigentes europeos, está normalizando y blanqueando a dictaduras hispanoamericanas como Cuba, Venezuela o Nicaragua... y cuidado con Chile, Colombia y Brasil

Lo que percibo es justamente lo contrario de ello: Occidente, bajo la batuta del senil Joe Biden y con el apoyo descarado de majaderos del tipo Ursula Von der Leyen, Pedro Sánchez o Emmanuel Macron, está normalizando y blanqueando a las dictaduras hispanoamericanas como Cuba, Venezuela o Nicaragua. Ya ha blanqueado a otros países aprendices de sandinismo como Chile, Colombia o, mucho me temo, el Brasil de Lula.  

Nicaragua necesita de injerencia positiva por parte de Occidente

Hay que hacer algo: parar a Ortega, cuanto antes.