Doña Teresa Ribera ocupa la Vicepresidencia de Transición Ecológica. Si quieren ustedes contemplar la desastrosa labor de esta aprendiz de talibán verde no me lean a mí, sino a Cristina Martín, en Hispanidad. Yo ahora simplemente quiero centrarme en el nombre del ministerio riberiano, creado por Pedro Sánchez, porque creo que su denominación ofrece una de las claves sobre este abrasivo miedo telúrico que, cual virus maligno, se está inoculando a lo largo de los cinco continentes, muy especialmente en el Occidente satisfecho. 

¿Transición hacia dónde? El nombrecito se concreta en tres objetivos: domicilios, coches y centrales eléctricas. Casas eficientes, coches eléctricos y supresión de todo tipo de centrales eléctricas y su sustitución por huertas solares.

No entro en la eficiencia de la energía renovable, ni en el ahorro de energía de una casa eficiente, ni en si hay que cerrar las centrales nucleares. Sólo hablo del ritmo de sustitución. ¿Recuerdan la historieta clericalona sobre aquellos frailecillos que esperaban una espléndida cosecha de manzanas y, pródigos y presuntuosos, se orinaron en las malas manzanas ya cosechadas y resultó que vino una tormenta de granizo y tuvieron que comerse las manzanas malas y orinadas? Pues de eso es de lo que quiero hablarle, doña Teresa. 

El planeta no depende del hombre, siempre presuntuoso: qué más quisiera. Mejor confiar en la Providencia. Ella sí que sabe

Señora vicepresidenta: ¿Qué pasaría si apostamos por una transición ecológica natural, es decir, menos forzada y más lenta? Ribera: use usted lo viejo hasta que disponga de lo nuevo, no vaya a ser que tengamos que tragarnos nuestro propio orín

No jubilemos casas, ni coches, ni centrales eléctricas. Como dicen los gringos, "si funciona, no lo cambies". El sentido común aconseja que las nuevas casas se construyan con mayor eficiencia energética y sin disparar el precio, que no es un factor verde, sino rojo. O sea, más urgente que el verde. 

El sentido común aconseja que se permita funcionar a los automóviles de combustión y no entregarlos al chatarrero precipitadamente y, a más a más, que se pondere si deben desaparecer o transformarse en coches menos contaminantes. 

El sentido común también exige que no cerremos los reactores nucleares porque la energía atómica, espléndido invento de la humanidad, aunque haya sido utilizada para fines repugnantes en Hiroshima y la católica Nagasaki, es la más intensiva... y resulta que la energía, antes que verde, debe ser barata.

Y estos tres vectores y, algún otro que debería añadir, señor Ribera, aconsejan una transición ecológica lenta. Teresa: no tires lo viejo hasta que no llegue lo nuevo, atención hasta que lo nuevo no demuestre que es mejor que lo viejo.

Sobre todo, el fundamentalismo verde no busca salvar a la tierra, sino eliminar a la humanidad. ¿Todos los verdes odian a la humanidad? No, sólo lo parece

Y no te apures por el planeta, señora vicepresidente: lo del planeta, igual que lo del sistema solar, y no digamos nada la Galaxia, se guía por magnitudes que superan nuestra capacidad. Los verdes lleváis demasiado tiempo anunciando que la diosa Gaia, la tierra, se va a la porra, pero la tierra sigue ahí, toda entera. A lo mejor es que el planeta no depende del hombre, que qué más quisiera el 'homo sapiens' que ser tan poderoso. Mejor confiar en la Providencia. Ella sí que sabe.

Aún más, sobre todo, mucho me temo que el fundamentalismo verde no busca salvar a la tierra: tal y como actúan, y dado lo que proponen, uno diría que los profetas del cambio climático no quieren salvar al planeta sino eliminar a la humanidad.

O como dice ese majadero un poco peligroso, -lo digo porque hay otros majaderos mucho más peligrosos- llamado Elon Musk, sobre el otro majadero mucho más peligroso, llamado George el húngaro, resulta que "Soros odia a la humanidad".  

Todos los talibanes verdes, como Teresa Ribera, ¿odian a la humanidad? Yo diría que no: sólo lo parece.