Constantes enfados, irritabilidad, furias inesperadas. Aunque, eso sí, es un profesional de la política. En cuanto está en acto público se trasforma. Su mandíbula revela su interior pero el exterior es pacífico, ecuánime, inexpresivo.
Mejor que sea inexpresivo porque la tensión se le desborda en cuanto entre en el Falcon o en el coche blindado. Y con otra virtud: Sánchez es muy laborioso, su vida consiste en defender su sillón presidencial y no regatea esfuerzos para ello.
Sanchez es ególatra y filofóbico. Sus colaboradores le temen. Acostumbra a gritarles y su actitud tiene poco que ver con el Sánchez artificialmente medroso y humildico. Hay dos Sánchez, el privado y el público. Al primero no hay quien le soporte, el segundo es la viva imagen de la templanza y la contención.
Pregunten a cualquier psiquiatra, incluso a cualquier psicólogo. No hace falta hablar con Sánchez para albergar serias sospechas de una personalidad curiosa.
Ahora bien, asegurar por ello, como se oye periódicamente en cualquier tertulia madrileña que Sánchez puede dimitir, roderado como está de corrupción, es no recordar el numerito que montó hoy va para un año, cuando se tomó cinco días para descansar porque un juez había osado imputar a su Señora. Todos sabíamos que iba a continuar pero él puso en marcha su numerito con una seriedad tremenda.
Ahora bien, todo lo anterior no deja de ser una cuestión de carácter y cada uno tiene su 'cadaunadas'. No, lo verdaderamente preocupante, lo que hace dudar de la estabilidad emocional de Sánchez, es que empieza a ser un mentiroso que se cree sus propias mentiras, el propio mundo paralelo que ha creado su propaganda. Es capaz de retorcer una frase, una idea, un concepto, como si fuera una viruta y manifestarlas con una convicción tan marmórea que hace dudar a la duda.
Recuerden que un loco no es más que aquel que no vive en la realidad. ¿Pedro Sánchez vive en la realidad?