Por encima de las cifras oficiales de las que se vanagloria el PSOE, el mejor termómetro para comprobar si España progresa es éste: nuestra generación luchaba por comprar un piso donde formar una familia, nuestros hijos luchan por alquilar un piso.
Y ahora, con Sánchez, se conforman con conseguir una habitación en pisos-patera, donde resulta imposible formar un hogar: está claro que progresamos mucho.
Pero vivimos de la propaganda y Moncloa, el mejor aparato de propaganda que ha existido en España, muy superior al del Franquismo y al de la Transición, bastante pedestres, nos asegura que mejoramos sin parar, en un progreso continuo que nos encamina derechos hacia la ruina.
El caradura de Sánchez ya habla de milagro económico y en cuanto a la trilera de Marisu Montero, vicepresidenta primera, la única duda es si es tan tonta como para creerse sus propias mentiras acerca de la bonanza o sí, por el contrario, se trata de un impostora. Yo apunto por a esto último.
El Sanchismo combate el problema de la vivienda, el que más desespera a la población, con propaganda: la vivienda no es un negocio, es un derecho, aseguran... y con ese eslogan no precisan hacer nada más.
La única forma de crear viviendas asequible es liberar suelo a lo bestia, fomentar la vivienda pública de construcción privada y precio tasado y construir, construir y construir viviendas, sin trabas fiscales ni ecológicas.
Pero eso atentaría contra su propia propaganda. Por eso, la ministra de vivienda es Isabel Rodríguez, que sólo pintó algo en el Sanchismo cuanto era portavoz del Gobierno ha sido colocada en un ministerio cruzado de brazos pero maniatado por sus axiomas ideológicos. A doña Isabel, lo de hablar se le da mucho mejor que lo de edificar, aunque sus palabras resulten escasamente edificantes.
En una generación hemos pasado de la vivienda en propiedad a la vivienda en alquiler. Con Sánchez ascendemos hasta un tercer y no menos glorioso escalón: a lo único que pueden aspirar los jóvenes de hoy, al menos en las grandes ciudades (y cada vez somos más 'urbanitas de macrourbes') es a una habitación con derecho a cocina y baño compartido con prójimos desconocidos. O sea, como para formar una familia numerosa, si ustedes me entienden.
Es la economía que marcha como una moto, como un cohete y ahora, al parecer, como un dron suicida.