El lenguaje sanchista es repetitivo, topicón pero muy eficaz como instrumento de propaganda, quizás por repetitivo y topicón. Eficaz con los propios y con los extraños. 

Ejemplo: lunes pasado, 10 de febrero. Comparecencia de Pedro Sánchez ante sus diputados y senadores, que le miman como a la niña de sus ojos, para no perder su sueldo. De hecho, el mensaje que más repite Sánchez a los suyos es que habrá legislatura hasta 2027, lo que en dicho foro significa algo muy sencillo: tranquilos, muchachos, vais a seguir cobrando hasta 2027.

No sé cuántas veces habló Sánchez de ultraderecha y de neoliberales. En calidad de insulto, naturalmente. Vamos con los dos conceptos: ¿qué entiende Sánchez por ultraderechista, vulgo fascista? Pues todo aquel que no piensa como él, que, por cierto, es un individuo que defiende un pensamiento ligeramente enloquecido, ese peregrinaje mental de la modernidad que Chesterton definiera como “viejas ideas cristianas que se han vuelto locas”. En serio, escúchenle: habla como un moralista, lo que pasa es que defiende principios morales invertidos, donde los buenos son malos y los malos son buenos... y algo peor: donde el mal se ha convertido en bien y el bien en algo trasnochado.

Todo aquel que discrepe de Sánchez es un ultra. Todo aquel que defienda la propiedad privada es un neoliberal, que al parecer, es mucho peor que el liberalismo: es fascismo

Sinceramente, no creo que el presidente del Gobierno esté convencido de que dice la verdad: no puede ser tan tonto. Sánchez piensa que está en la bondad, que él es un buen chico... precisamente por esa inversión total de valores en los que, por poner el ejemplo más entendible, aunque hay otros muchos, el derecho a la vida se ha convertido en derecho al aborto. Sánchez no es un revolucionario: en un moralista invertido.

Y luego está lo de ‘neoliberal’. ¿Qué es un neoliberal? Pues es el liberal de siempre que, habrá que repetirlo, es muy distinto del capitalismo. Ahí ya hay más caradura por parte del señor presidente, porque el dinero público, invirtiendo el viejo principio socialista y diciendo verdad, no es otra cosa que el dinero que los políticos nos roban mientras alardean que lo hacen por nuestro bien. 

Pero reparen en el éxito retórico del Sanchismo: ha conseguido que la propiedad privada sea cosa de ladrones, mientras la propiedad pública constituya el terreno de la solidaridad.

Moral invertida y robo, muy legal, disfrazado de solidaridad. No es mal balance para un moralista. Y la gran estafa continúa y se perpetra a pleno día. Sarna con gusto no pica.