La verdad es que la presidenta de la Comunidad madrileña, Isabel Díaz-Ayuso, del Partido Popular, que se niega a declarar al Valle de los Caídos 'bien de interés cultural' de la Comunidad de Madrid, también tiene su parte de culpa. Como buena conservadora, que diría Balmes, la señora Ayuso aspira a conservar la revolución.

Pero la primera culpa, el primer culpable, no es el PP madrileño sino el gobierno de la nación, cuyo presidente ya aseguró, en sede parlamentaria, que él pasaría a la historia (al parecer, pretende pasar a la historia) por haber exhumado el cadáver de Francisco  Franco. Ya saben: a moro muerto, gran lanzada. El valor de un personaje 'histórico' se calibra por haber hecho trasladar, siendo presidente del Gobierno, el cadáver de un nombre fallecido 40 años atrás: más que histórico, homérico.

Cuelgamuros está en estado de decrepitud. Las esculturas de Juan de Ávalos amenazan ruina. La cúpula necesita reparación urgente. La Escolanía puede desaparecer, los ascensores no funcionan...

Pues bien, entre la cristofobia y la indolencia, Cuelgamuros amenaza ruina. La idea del gobierno, en uno de los parajes más visitados de Madrid hasta hace un par de décadas, es la siguiente: Moncloa está extorsionando a los monjes benedictinos del Valle de los Caídos para que se marchen. Si les echa directamente, quedarían al descubierto sus verdaderas motivaciones y, además, rompería con no sé cuántos acuerdos entre Iglesia y Estado.

Sánchez prefiere sitiar a los curas por hambre y penuria, pero ellos resisten en su vocación monástica y más que laboriosa, con una jornada repartida entre la honra debida a los muertos de ambos bandos de la guerra civil allí inhumados, mantener la Escolanía, atender la basílica etc.

Al no atribuirles la asignación acordada, el Gobierno ya les debe a los benedictinos 2 millones de euros y, de vez en vez, les corta la luz y el agua aunque sólo sea por molestar... a ellos y la Escolania, claro está.   

A cambio, se siguen profanando los cadáveres allí enterrados. Y por cierto, denunciar de nuevo la gran mentira: son los familiares de las víctimas los que piden recuperar los restos de sus cadáveres. Además de que se trata, incluso para las nuevas y más avanzadas técnicas actuales, de una tarea casi imposible, porque son osarios colectivos, lo cierto es que son muchas más, por lo menos cuatro veces más, las familias de los allí enterrados, que han pedido que no se toque a sus seres queridos, que las que han pedido lo contrario.

E insisto, al estar mezclados los huesos de unos y los otros, resulta que se está dando gusto a los pocos y se fastidia a los muchos.

La macedonia de restos humanos que se está liando en Cuelgamuros revela el concepto que late al fondo de todo este disparate. La profanación de cadáveres y, por el mismo precio, de un lugar sagrado. Esta es la clave.

Persiste en el Gobierno Sánchez la obsesión cristófoba: no renuncia a demoler la cruz cristiana más grande del mundo

Por lo demás, el bellísimo paraje de Cuelgamuros está en estado de decrepitud acelerada, por abandono de Patrimonio del Estado, que se dedica, como ya hemos dicho, a fastidiar al cura en lugar de cuidar uno de los paraje más hermosos y con más significado de la historia de España.

Por ejemplo, las esculturas de Juan de Ávalos amenazan ruina. Por cierto, también, Ávalos no era un escultor franquista. En su juventud tuvo carné del PSOE y mantuvo una escasa y fría relación con Franco.

En Cuelgamuros todo está en estado decrepitud acelerada: por ejemplo, la cúpula necesita reparación urgente, la magnífica Escolanía del Valle puede desaparecer, porque los frailes no pueden dirigirla, preocupados como están con sobrevivir, los ascensores no funcionan... y les aseguro que son muy necesarios.

En resumen, persiste en el Gobierno Sánchez la obsesión cristófoba, especialmente demostrable porque este gobierno obseso del odio a todo lo que huela a católico, no renuncia a demoler la cruz más grande del mundo, símbolo cristiano especialmente odiado por la progresía... y recuerden que hay progresía de izquierdas y de derechas.