¡Oh desgraciada humanidad!
¡Dónde está tú portentosa soberbia!
¡Dónde tu cacareada vanidad!
Vagas ahora en el desconcierto,
y sigues decidiendo, en tu creída
sabiduría, quién vive y quién muere.
Te quejas y asustas de la muerte,
al haberte convertido en frívola,
hipócrita, mundana, descreída.
Tú, que egoísta a millones matas
de pobres inocentes, no nacidos;
o de aquellos llenos de experiencia,
que se ganaron una larga vida,
porque fueron generosos y sufridos.
Y ahora estás aterrada, estremecida,
al no ser tú quien decide y maneja,
como un dios, la muerte y la vida.