No hay más que una raza en la tierra.
De su divina filiación, debe darse cuenta,
y del dialogo de hijos con su Padre,
hemos de hablar en la misma lengua:
lengua que habla con el corazón,
lengua que habla con la cabeza,
lengua de almas contemplativas,
de hombres que son espirituales,
de mujeres que son maternales,
que en mil mociones se manifiesta;
de la voluntad, del entendimiento,
de afectos del corazón, de vida recta,
de bien, de paz, de contento.

 

No hay más que una raza en la tierra.
De la única llama portadores seremos,
del único fulgor, capaz de iluminar
de las almas los caminos terrenos,
en los que nunca darse podrán,
oscuridades, penumbras, ni sombras.
Debemos ser antorchas, que iluminen
a otros para que no estén en tinieblas,
y que seguros anden por senderos,
que hasta la vida eterna llevan.