Podemos dibujarle como un primate. Sí, el pobre hombre no es muy agraciado pero lo que caracteriza a la raza humana no es la fisionomía del cuerpo sino la expresión del alma. 

El ministro de Transportes, Óscar Puente, tiene muy mala leche pero ni un pelo de tonto. Es más, argumenta mucho mejor que su jefe, Pedro Sánchez, cuyo discurso es el propio de un narciso, dando vuelta de continúo sobre sí mismo, convertida su persona en el silogismo único supremo.

Además, Óscar Puente no es eficiente, es más, es un desastre como ministro de Transportes, porque no dedica mucho tiempo a trabajar, pero sabe cómo hacer daño y se emplea en ello con encomiable esfuerzo. Sus mentiras no consisten, como ocurre con Pedro Sánchez en caricaturizar al adversario y luego criticar la caricatura comparándola consigo mismo, en un ejercicio de vanidad adolescente verdaderamente inigualable. No, Puente argumenta, sabe dar con el punto débil del adversario y, a partir de ahí, echa sal en la herida. Un tipo inteligente, sin duda alguna, que considera que no hay mejor defensa que un buen ataque, a ser posible sin hacer prisioneros. 

Puente es un mentiroso inteligente, ese biotipo que se caracteriza por decir la verdad, nada más que la verdad pero no toda la verdad, sólo la que interesa propagar en público. 

La labor que Puente está realizando se revela nítidamente en el caso de Javier Milei: Puente ridiculiza a Milei y cuando el mandatario argentino, mucho más eficaz y sincero que Puente o Sanchez, pero más primario, se revuelve, Sánchez se trasmuta, de verdugo a víctima propiciatoria y pergeña una de sus mejores actuaciones como el verdugo que pasa por víctima. 

La campaña del PSOE para las elecciones europeas no la ha pergeñado la talibán pedantona, Teresa Ribera, sino el feo Óscar Puente, un genio con muy mala leche. Le ha hecho todo el trabajo a su jefe: Sánchez sólo ha tenido que actuar. No se confundan: el de Valladolid es un tipo muy inteligente.