“Papá, he soñado con Carlo Acutis y me voy al Cielo”. Esta fue la respuesta que dio a su padre una niña de diez años, Teresita Castillo de Diego, cuando este trataba de consolar a la pequeña momentos antes de entrar al quirófano del Hospital de La Paz de Madrid, diciéndole que todo iba a ir muy bien y que pronto se pondría buena. Y no me cabe duda, por lo que hemos sabido de su corta vida, que el pasado 7 de marzo Teresita se fue a gozar de Dios para siempre, en compañía del adolescente Carlo Acutis, que fue beatificado el pasado mes de octubre.

Esta vida ejemplar es una prueba más de la que ha sido calificada como la profecía de San Pío X, cuando al adelantar la edad para que los niños recibieran la Primera Comunión afirmó: “Y a partir de ahora habrá niños santos”.

Son muchos los motivos por los que tengo rendida devoción a San Pío X, solo diré los dos más importantes: yo nací un 21 de agosto, festividad del papa santo, y San Pío X  tuvo el santo valor de denunciar el modernismo como el conjunto de todas las herejías. Pero eso que algunos califican de “la profecía de los niños santos”, para mí -y seguro que también para mi querido San Pío X- que es una “profecía de cajón de madera de pino”. Nuestra religión católica es sacramental, de manera que sin sacramentos no hay santidad; por lo tanto, si los católicos no reciben sacramentos hasta que llegan a la mayoría de edad, no habrá niños santos.

Nuestra religión católica es sacramental, de manera que sin sacramentos no hay santidad; por lo tanto, si los católicos no reciben sacramentos hasta que llegan a la mayoría de edad, no habrá niños santos

Y como historiador a las pruebas me remito. Los santos pueden ser de dos clases: mártires o confesores. Estos últimos son los que han “confesado” la fe con su vida; para entendernos: son los que se han muerto en la cama. Pues bien, si consideramos que niños son aquellas personitas menores de quince años, niños santos confesores, oficialmente elevados a los altares, solo hay cuatro en toda la Historia de la Iglesia: Santo Domingo Savio, la beata Laura Vicuña y los dos pastorcitos de Fátima, Santos Francisco y Jacinta Marto. Yo mismo me he ocupado de divulgar sus biografías en un libro de muy pocas páginas, escrito con todo rigor, pero para que se anime a leerlo mucha gente con un lenguaje atractivo como su título: Santos de pantalón corto.

Por otra parte, en Roma y también en otros lugares lejos de la Ciudad Eterna, San Juan Pablo II celebró casi doscientas ceremonias de beatificación y canonización, en las que elevó a los altares a 1.338 beatos y 482 santos. Tan abultado número se explica por las reformas introducidas por él, que permiten agilizar los procesos de beatificación y canonización, pero sobre todo por las persecuciones religiosas de los últimos tiempos, especialmente durante la pasada centuria, que es conocida como el siglo de los mártires.

Los procesos de los mártires suelen ser más cortos, pues para ser elevados a los altares no se exige la realización de un milagro como en el caso de los confesores, es decir, los siervos de Dios que “confiesan” la fe con una vida santa. En el caso de los mártires es suficiente con probar que entregaron su vida a causa del odium fidei. De todas las persecuciones religiosas, la que tuvo lugar en España durante la Segunda República (1931-1936) y la Guerra Civil (1936-1939) es la que más mártires ha aportado a estos procesos, así en una sola ceremonia, Juan Pablo II beatificó a 122 mártires de la Guerra Civil Española. En otras ocasiones y en una sola ceremonia también fueron canonizados 117 mártires vietnamitas, 99 de la Revolución Francesa y 87 de la Revolución de Cromwell.

Niños santos confesores, oficialmente elevados a los altares, solo hay cuatro en toda la Historia de la Iglesia: Santo Domingo Savio, Santa Laura Vicuña y los dos pastorcitos de Fátima, Santos Francisco y Jacinta Marto

Ahora bien, sí que conviene comentar una cuestión que suele pasarse por alto en las referencias a tan importante número de beatos y santos, como es el empeño de San Juan Pablo II en proponer con tan elevado cupo a todas las vocaciones y situaciones como posibles para alcanzar la santidad: religiosos, sacerdotes y laicos; ricos y pobres; cultos e incultos; intelectuales y trabajadores manuales; solteros, casados y viudos; personas ancianas, de adultas y, por supuesto también los niños.

San Juan Pablo II se encontró que los procesos de beatificación de los niños estaban frenados por una norma canónica, dictada precisamente en beneficio de los fieles. Dicha norma decía que la vida de una persona podría haber sido la mayor parte del tiempo un desastre, pero si los diez últimos años habían sido ejemplares, con esa década al menos era bastante para abrir un proceso. Y esto que era una facilidad para los adultos, probar que se vivieron las virtudes en un grado heroico como mínimo durante diez años, se convirtió en obstáculo para los que morían con tan solo cuatro o cinco años de uso de razón. 

En consecuencia, con motivo del cuarto centenario de la Congregación de la Causa de los Santos (1588-1988), por indicación de San Juan Pablo II se celebraron una serie de sesiones en las que se llegó a la conclusión de que la llamada universal a la santidad es incompatible con la exclusión de los niños, porque de excluirlos dejaría de ser "universal". Por lo tanto, en el caso de los niños había que modificar el requisito de los "diez años" de estudio de las virtudes heroicas. Si bien es cierto que la Iglesia reconoció siempre la santidad de los niños mártires, es relativamente reciente la elevación a los altares de los niños confesores, es decir, de aquellos que a pesar de su corta vida supieron responder a su condición de bautizados viviendo las virtudes cristianas en grado heroico.

Si bien es cierto que la Iglesia reconoció siempre la santidad de los niños mártires, es relativamente reciente la elevación a los altares de los niños confesores, es decir, de aquellos que a pesar de su corta vida supieron responder a su condición de bautizados viviendo las virtudes cristianas en grado heroico

El primero de los niños que tuvo tal reconocimiento fue Santo Domingo Savio (1842-1857), canonizado por Pío XII en 1954, pero después de esta fecha el curso de los procesos de beatificación sufrió un parón, hasta el centenario al que antes nos hemos referido. Juan Pablo II beatificó (3-IX-1988) a la niña chilena Laura Vicuña (1891-1904), que murió a los doce años y medio y el 13 de mayo de 2000, Juan Pablo II también beatificó a los niños videntes de Fátima, Francisco (1908-1919) y Jacinta Marto (1910-1920), que fueron canonizados por el Papa Francisco el 13 de mayo de 2017. 

En la actualidad, entre otros muchos casos de niños menores de quince años, se podían citar algunos de ellos, como los procesos de la francesa Anne de Guigné (1911-1922); el del alemán Bernard Lehner (1930-1944); los de los italianos Galileo Nicolini (1882-1897), Anfrosina Berardi (1920-1933) y Antonieta Meo (1930-1937), "Nennolina", dos de cuyos milagros tras su muerte han sido relatados precisamente por el maestro intelectual de Juan Pablo II Garrigou-Lagrange y las españolas Mari Carmen González Valerio (1930-1937), María Pilar Cimadevilla (1952-1962) y Alexia González-Barros y González (1971-1985). Algunos de los niños citados anteriormente ya han sido declarados venerables, tras otorgarles el reconocimiento de haber vivido las virtudes en grado heroico y permanecen a la espera de ser declarados beatos.

Después de escribir Santos de pantalón corto, seguí investigando los procesos de beatificación de los pequeños y me quedé impresionado por la vida de tres niñas de Madrid. Y con el mismo tono que el libro anterior publiqué un segundo libro, mejor librito por lo corto, que no se podía titular “santas de falda corta”, porque, aunque estoy convencido de que las tres están el Cielo, oficialmente esas tres niñas no son santas y además porque también estoy seguro de que en Cielo no están de moda las faldas cortas. Así es que este segundo libro lo titulé Al Cielo con calcetines cortos. Mari Carmen, Pilina y Alexia.

En cierta ocasión, me entrevistaron para hablar de estos libros. Y dije entonces que si la santidad fuera un partido de baloncesto, a estos niños no les ponen las canastas más bajas, porque sus procesos de beatificación tienen las misma exigencias que los de las personas adultas. Estas criaturas juegan en la santidad con canastas reglamentarias, y si nos entusiasma ver hacer un triple a los jugadores profesionales, cuando encesta uno de estos niños desde esta distancia, se nos estremece el alma. Por eso la vida ejemplar de estos santitos gigantes, sirve a mayores y pequeños. Y esta es la razón por la que la noticia de la vida de Teresita ha inundado las redes sociales. Porque si el bien es difusivo, la santidad tiene una difusión sin límites.

La vida ejemplar de estos santitos gigantes, sirve a mayores y pequeños. Y esta es la razón por la que la noticia de la vida de Teresita ha inundado las redes sociales

Y como de muestra bien vale un botón. Les transcribo el comienzo de la biografía de Mari Carmen, sin decirles como empezó su historia, porque para que el libro lo lea cuanta más gente mejor, escribí este capítulo sin faltar a la verdad ni inventar nada, pero con intriga y suspense, y por lo tanto no puedo ahora desvelar el misterio.

Este es el comienzo de la primera de las biografías de Al Cielo con calcetines cortos: “El 17 de julio de 1939, a las tres de la tarde, el calor es insoportable en Madrid. Ya no hay tiempo. Preparan su vestido de Primera Comunión, porque ya hace tres años que lo guardaron. Tenía que haber servido también para sus hermanas más pequeñas. Pero hoy lo planchan a todo correr, porque se lo vuelven a poner a Mari Carmen. Lo va a utilizar de mortaja.

Maripé, la enfermera que la ha cuidado durante su larga enfermedad, está sola con ella en la habitación repleta de lirios blancos desde la tarde anterior (…) Una chica de servicio ayuda a Maripé a preparar el cuerpo inerte de Mari Carmen antes de amortajarla. Le quitan las vendas de su cabeza trepanada en la operación y queda al descubierto la herida que la septicemia no ha dejado cicatrizar, por donde le metían las gasas para curarla. El tumor cerebral le ha destrozado el oído y se ve el hueso. Su cuerpo está acribillado por las agujas de las inyecciones, pues ya va para dos meses que la pinchan todos los días, algunos hasta veinte veces. La flebitis doble de tipo bacteriano también le ha dejado sus marcas, pero ahora ya pueden pasar la esponja para limpiarla sin tanto cuidado por las llagas gangrenosas de los muslos.

La enfermera le había curado y lavado a menudo, como ahora, y por eso había visto muchas veces cómo Mari Carmen ofreció sus dolores en reparación por los pecados, pacientemente, sin quejarse. El sufrimiento se hacía presente nada más moverla y se notaba, porque la cara de Mari Carmen se llenaba de angustia, pero no se oía en la habitación ni un grito, ni un lloro, ni una queja… Simplemente la niña exclamaba: ¡Jesús!

La enfermera trataba de curarla sin pausa, para atormentarla el menos tiempo posible, sobre todo cuando la veía en el límite de su resistencia que era cuando la niña pedía a los que la acompañaban: “¡Decid Jesús, decid todos Jesús!” Traspasado ese umbral, Mari Carmen seguía aguantando sin quejarse y a veces se le quedaban los ojos en blanco y perdía el conocimiento”.

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.