¿Qué pasa con la selectividad? Pues sucede que cuando ya el porcentaje de aprobados hace años que superó el noventa y tantos por cien, resulta que ahora hay distritos universitarios donde se ha disparado el número de sobresalientes. Es decir, en los exámenes de selectividad sucede lo mismo que en las votaciones de los regímenes comunistas: los resultados oficiales no guardan relación con la realidad.

El barco del sistema educativo español se hunde sin que nadie se arremangue para evitarlo. Y como no se ataca al problema en sus causas, las malas consecuencias van en aumento. Se hacen reformas, para dar la impresión de que se hace algo y así mantener anestesiada a la opinión pública, por decirlo amablemente, ya que en realidad estamos siendo sometidos a una grosera manipulación, porque ahora resulta que la culpa de todo la tiene… ¡El perro! ¡Que no, hombre, que no…! Que la culpa no la tienen los libros de texto.

En modo alguno quiero yo con esto justificar que la ideología haya manchado las páginas de los libros de texto de nuestros escolares. Admito la crítica de esa manipulación ideológica en forma de manual para el estudio de nuestros estudiantes, pero ese no es el problema.

El barco del sistema educativo español se hunde sin que nadie se arremangue para evitarlo

Los libros de texto no son el problema porque si los profesores así lo deciden, los manuales ni siquiera llegan a ser el último eslabón de la cadena educativa. Para que así sea basta con no recomendar como libro de texto el que esté cargado de ideología. Y esta actitud se podría mantener aún en el caso de que todos los libros de texto del mercado estuvieran contaminados. En este caso no se manda comprar ninguno a los alumnos, y aquí paz y después gloria. Y esto que en otro tiempo podría haber sido un problema, hoy no lo es porque lo que sobran son recursos didácticos en la red. Cosa distinta es que esta búsqueda exija un trabajo y una dedicación al docente que no recomienda un libro de texto.

Por lo tanto, cuando en una determinada asignatura se utiliza un libro de texto cargado de ideología, solo puede obedecer a una de estas dos causas. Primera, si un profesor es libre para elegir un libro de texto cargado de ideología para su asignatura y la dirección del centro no interviene en esa elección, el problema es el profesor, que es portador del mismo virus ideológico que tiene el libro. Y segunda, a veces lo que sucede es que la dirección del centro es quien decide sobre los libros de textos, sin fijarse en la carga ideológica que contengan y no pocas veces se eligen los libros de la editorial que mayor descuento hacen, para mayor beneficio del colegio, porque dicho descuento no se suele aplicar a los padres de los alumnos que pagan el 100% del precio de venta al público.

Los libros de texto no son el problema porque si los profesores así lo deciden, los manuales ni siquiera llegan a ser el último eslabón de la cadena educativa

Antes que echar la culpa a unos libros de texto, que no es obligatorio utilizar, habría que revisar las leyes, que cuando se quiere se cambian y cuando no se pueden cambiar, si conviene, no se respetan. Ahí está el ejemplo de lo que está sucediendo en Cataluña, donde las leyes de Educación y las sentencias de los tribunales se las pasan por el arco del triunfo.

Me permitirán, queridos lectores, que les cuente una vivencia personal. Eran los primeros años de la década de los 80, cuando una conocida editorial me encargó escribir un libro de texto de Historia para bachilleres. Al final de cada capítulo tenía que poner unos ejercicios, entre los que había que incluir textos históricos para su comentario. La editorial me comunicó que el libro además de en español se iba a publicar en catalán y así lo hicieron. Yo no intervine en la edición catalana, ni siquiera me la dejaron revisar. Cuando la puede ver, ya estaba en librerías. Me producía una desazón intelectual no leer los Reales Decretos de Fernando VII e Isabel II en su versión original en español, porque todo estaba en catalán; rectifico, casi todo… En el último capítulo había incluido un texto de un discurso de Franco y ese no lo tradujeron, lo dejaron en español… Y nadie había puesto una pistola en el pecho a los responsables de la editorial… Así es que ahora que nadie se extrañe, porque de aquellos polvos, estos malolientes lodazales.

Y qué decir de los colegios católicos. En otro artículo ya comenté que en un número mayor del deseable de las universidades y de los colegios católicos su enseñanza de católica solo tiene el nombre.

Pero como acabo de caer en la cuenta de que un 12 de junio, como hoy, pero de 1954 el papa Pío XII canonizó a santo Domingo Savio, quiero acabar con la transcripción de la conversación que mantuvieron Don Bosco y Santo Domingo Savio, que publiqué en uno de mis libros titulado Santos de pantalón corto. Don Bosco, un santazo y un gigante de la Educación, sí que sabía de qué iba este “negocio”. Seguro que su ejemplo nos ayudará a mejorar:    

“Era el primer lunes de octubre —escribe el fundador de los salesianos— por la mañanita. Un niño, acompañado de su padre, se acerca para hablarme. El rostro sereno, la sonrisa franca y a la vez respetuosa, atrajeron mi mirada sobre él. Le pregunté:

—¿Quién eres? ¿De dónde vienes?

—Soy Domingo Savio. Ya le ha hablado de mí don Cugliero, mi maestro. Venimos de Mondonio.

Entonces le hablé aparte, y charlando de los estudios hechos, y de la vida que hacía en familia, sintonizamos enseguida: él conmigo y yo con él.

Descubrí en aquel muchacho una persona que vivía completamente según los deseos del Señor. Y quedé asombrado del trabajo que la gracia de Dios había hecho en él durante tan pocos años.

Después de un buen rato de conversación, y antes de que yo llamase a su padre, Domingo me dijo:

—Entonces, ¿qué piensa de mí? ¿Me llevará usted a Turín para estudiar?

—Me parece que en ti hay una buena tela.

—¿Y para qué podrá servir esta tela?

—Para hacer un buen traje y regalárselo al Señor.

—Pues si yo soy el paño, usted será el sastre. Lléveme con usted y hará un buen traje para el Señor.

—Tengo un temor: que tu débil salud no aguante los esfuerzos del estudio.

—No se preocupe. El Señor que me ha dado su amistad y salud hasta ahora me ayudará también en el futuro.

—Cuando hayas terminado los estudios de latín ¿qué piensas hacer?

—Si el Señor me concede un favor tan grande, quiero con toda mi alma ser sacerdote.

—Bien. Ahora voy a probar si tienes suficiente capacidad para el estudio. Toma este librito (era un ejemplar de las Lecturas Católicas), estudia esta página y mañana vuelves a dármela.

Dicho esto le dejé libre para que se divirtiera con los otros muchachos, y me puse a hablar con su padre. Pasarían ocho minutos, cuando Domingo volvió sonriente. Me dice:

—Si quiere le recito ahora la página.

Tomé el libro y, con sorpresa, constaté que no solo había aprendido de memoria la página, sino que entendía perfectamente el sentido de lo que en ella se decía. Le dije:

—Bravo. Te has anticipado en el estudio de la lección, y yo adelanto la respuesta. Sí, te llevaré a Turín. Desde este momento eres uno de mis queridos hijos. Comienza pues a rogar al Señor para que nos ayude a ti y a mí a cumplir su santa voluntad.

No sabiendo cómo manifestar su alegría y su gratitud, me tomó de la mano, la estrechó y la besó. Después dijo.

—Espero portarme de tal modo que jamás tenga queja de mí”.

Días después de este primer encuentro —ahora soy yo quien sigue contando la historia—, el domingo 29 de octubre, su padre le lleva a Valdocco. Tiene doce años y medio. Solo le quedan dos años y cuatro meses de vida, casi el mismo tiempo que va a permanecer al lado de don Bosco, para que le prepare las hechuras del traje, como habían quedado. Después de casi tres horas de viaje en la vieja diligencia, llegan por fin a Turín. El contraste entre la pequeña aldea y la gran ciudad llama la atención de Domingo: 150.000 habitantes, gente que va deprisa, comercios, escaparates y, sobre todo, mucho ruido que no deja oír el canto de los pájaros como en su aldea.

Cosa distinta es que esta búsqueda exija un trabajo y una dedicación al docente que no recomienda un libro de texto

Pero no importa, porque el destino no era Turín, sino don Bosco. Ya está de nuevo con él, ahora en su cuarto bajo y estrecho del viejo caserón, que Francisco Pinardi le había vendido hacía ya tres años. En una de las paredes de su habitación, hay un cartel escrito en latín, que Domingo no puede descifrar. Es lema de su apostolado, que don Bosco se lo traduce: “Dame almas y llévate lo demás”. La frase le deja pensativo unos momentos, pero de inmediato reacciona y le dice al sacerdote:

—Ya entiendo. Este no es un negocio de dinero, sino de almas. Espero que mi alma forme parte de este negocio.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá