Y estos fueron los antecedentes del encargo que aquel arcediano, convertido en Urbano IV, hizo a Santo Tomás de Aquino para que escribiera la liturgia del Corpus Christi
Retines (Bélgica), 1198, una huérfana de seis años ve una luna muy luminosa, partida en dos por una mancha negra. Este fue el principio que concluyó en la decisión del papa Urbano IV, que a mi juicio supuso la reforma litúrgica más importante de toda la historia de la Iglesia. Por la publicación de la bula Transiturus de hoc mundo de (12-VIII-1264) Urbano IV establecía para toda la Iglesia la celebración del Corpus, la fiesta del santísimo “Cuerpo de Cristo”, fijada para el jueves siguiente a la octava de Pentecostés.
¿Y a qué se debe que un chico como yo, escriba de un tema como este? La verdad es que desde hace tiempo vengo dando vueltas a escribir sobre esta materia. La primera vez que se me ocurrió fue cuando saltó a las noticias una gravísima profanación eucarística, de la que prefiero no dar detalles, para no darle publicidad al hijo de Satanás que la cometió.
Blasfemia en el supermercado: poca dignidad tiene quien vende su cuerpo, aunque sea para adquirir un dinero para sobrevivir, pero todavía tienen menos dignidad quienes han fabricado esa bebida con marca blasfema y los que la han puesto a la venta para “sobreenriquecerse”, porque vivir, lo que es vivir, ya lo hacen con desahogo
Después de esto han sido muchas las veces que he pensado escribir un artículo en defensa y honor de Jesús Sacramentado, aunque no lo he hecho. Esto sucede cada vez que me encuentro en alguna iglesia un sagrario arrinconado, veo a alguien pasar por delante del sagrario como quien va de paseo por la calle y se cruza con una farola o presencio que alguien comulga a la remanguillé. Dicen que actúan así por naturalidad y en el ejercicio de su libertad. Pues bien, en el ejercicio de mi naturalidad y de mi libertad, que como ellos también tengo derecho a ejercer, lo que yo digo es que quienes así actúan es porque no se creen que Jesucristo esté verdaderamente presente en las especies sacramentales reservadas en los sagrarios de nuestras iglesias.
Pero lo que definitivamente me ha animado a escribir este domingo sobre la Eucaristía es la marca blasfema contra Jesús sacramentado de una bebida puesta a la venta en un conocido hipermercado, que solo la han retirado cuando han visto peligrar sus beneficios, ante la protesta de sus clientes. Los responsables de fabricar esa bebida y los directivos que decidieron vendarla en esa gran superficie tienen menos dignidad que la mayoría de las putas. Cierto que algunas mujeres de las del viejo oficio no se dedican a ello ni presionadas por las mafias ni por apremiantes circunstancias vitales. Por su parte y aunque lo hagan por necesidad, poca dignidad tiene quien vende su cuerpo, aunque sea para adquirir un dinero para sobrevivir, pero todavía tienen menos dignidad que ellas quienes han fabricado esa bebida con marca blasfema contra la Eucaristía y los que la han puesto a la venta para “sobreenriquecerse”, porque vivir, lo que es vivir, ya lo hacen con desahogo.
La herejía de Berengario de Tours: reduciendo a esquemas humanas el dogma, concluyó que la presencia de Jesucristo en la Eucaristía no era real, sino que tenía un carácter simbólico. Herejía que posteriormente promovieron los cátaros y, más tarde, los protestantes
Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz. La historia de la fiesta del Corpus la ha contado magníficamente el gran filósofo Eudaldo Forment en la espléndida biografía que ha escrito de Santo Tomás de Aquino. En ella me he inspirado y se la resumo en este artículo.
La devoción a la Eucaristía resurge con fuerza en el siglo XI, como reacción a la herejía de Berengario de Tours (1000-1088). Reduciendo a esquemas humanos el dogma, Berengario concluyó que la presencia de Jesucristo en la Eucaristía no es real, sino que tiene un carácter simbólico. Herejía que posteriormente promovieron los cátaros, más tarde, los protestantes y hasta algún teólogo que por mucho que se diga católico es más "berengario" que el de Tours.
Y entonces, como hemos dicho, una niña huérfana de seis años, que más tarde se convirtió en Santa Juliana de Cornillon (1192-1258), tuvo esa visión de la luna luminosa partida en dos mitades por una mancha negra. Eso sucedía en el monasterio de las monjas agustinas de Mont Cornillon en la ciudad de Lieja (Bélgica) donde estaba recogida junto con su hermana. Pero, aunque no entendió el significado de esa visión, nada dijo la niña a nadie de la visión que había tenido en ese éxtasis.
Pasados los años, Juliana profesó en ese convento, del que llego a ser priora. Y en cierta ocasión, estando en la capilla escucho unas voces celestiales que le explicaron la visión que había tenido con tan pocos años. La luna luminosa representaba la Iglesia militante y la mancha que la ensuciaba era la falta de una fiesta litúrgica especial del Santísimo Sacramento. E incluso después de esto, tampoco se lo comunicó a nadie
Por entonces conoció a una joven, llamada Eva que, por consejo suyo, se recluyó a vivir como religiosa en una de las dependencias de la iglesia de San Martín de Lieja. Y en cierta ocasión, Eva le contó que había tenido una visión, que coincidía exactamente con la que Juliana había contemplado en su infancia.
Liturgia eucarística: se viene diciendo que Urbano IV se lo encomendó, simultáneamente, a Santo Tomás y a San Buenaventura. Lo presentaron ambos a la vez, y al escuchar este último la lectura de lo escrito por el Aquinate, rompió su manuscrito porque vio que era insuperable
Y esta coincidencia fue la que le animó a Santa Juliana a contarle al canónigo de San Martín, Juan de Lausana, lo que habían visto. Por su parte, este canónigo comentó lo sucedido con el arcediano Santiago Pantaleón, que con el tiempo se convertiría en el papa Urbano IV (1261-1264). Estos dos sacerdotes comenzaron a hacer gestiones con algunos obispos, y consiguieron que por primera vez en 1233 se celebrara localmente la fiesta del Corpus, cuya liturgia escribió un joven clérigo, llamado Juan de Mont Cornillon.
Y estos fueron los antecedentes del encargo que aquel arcediano, convertido en Urbano IV, hizo a Santo Tomás de Aquino para que escribiera la liturgia del Corpus Christi, cuya vigencia para toda la Iglesia fue una de las últimas decisiones de aquel papa, pues la bula que así lo establecía se publicó tan solo dos meses escasos antes de su muerte, que se produjo el 2 de octubre de 1264.
La importancia del encargo que el papa hizo a Santo Tomás, queda reflejado en lo que escribe Eudaldo Forment: “Se viene diciendo que Urbano IV se lo encomendó simultáneamente a Santo Tomás y a San Buenaventura. Lo presentaron ambos a la vez, y al escuchar este último la lectura de lo escrito por el Aquinate, rompió su manuscrito porque vio que era insuperable. No hay ninguna prueba de esta historia en la que además se hace notar la humildad del franciscano. Sin embargo, lo que se desprende de ella es que el encargo del Papa tenía una gran trascendencia, ya que acudía a los dos grandes maestros de las órdenes mendicantes. No obstante, parece bastante extraño que el papa realizara esta especie de contienda entre ellos, tan distintos uno del otro”.
La conversión del pan en el cuerpo de Cristo se distingue de todas las demás conversiones naturales. Pues en cualquier conversión natural permanece el sujeto, pero en la conversión mencionada el sujeto se cambia en otro, y permanecen los accidentes; por eso esta conversión se llama sustancial”
En el oficio litúrgico compuesto por Santo Tomas se encuentran los conocidos himnos eucarísticos que seguimos cantado todavía hoy, como son el Pange Lingua (Celebra lengua mía el misterio/ de este cuerpo glorioso/ de esta preciosa sangre/ que por rescatar al mundo/ Jesús, fruto de generoso vientre,/ rey de los pueblos, derramo), o el Adoro te devote, en el que una de sus estrofas explica magistralmente la razón de nuestra fe en la Eucaristía: “Vista, tacto y gusto, no alcanzan;/ mas el oído confirma la fe./ Creo todo lo que dijo el Hijo de Dios;/ nada más verdadero que la palabra de la Verdad”.
Eudaldo Forment, autor de esta biografía de San Tomás, publicada en la BAC, que recomiendo vivamente, por el contenido de estos himnos, califica con justicia a Santo Tomás como “poeta de la Eucaristía”. Pero a continuación, como no podía ser menos, nos transcribe las principales enseñanzas que Santo Tomas hace de la Eucaristía en la Suma Teológica.
Eudaldo Forment nos transmite la explicación de la palabra “transustanciación”, de tan importante significación teológica. En mi juventud escuché a San Josemaría Escrivá de Balaguer que solo pronunciarla le ponía a Satanás en el disparadero y a continuación, él mismo la decía remarcando sus sílabas: tran-sus-tan-cia-ción… Aunque solo sea por esto merece la pena transcribir la explicación que Santo Tomás expuso de la transustanciación:
“La conversión del pan en el cuerpo de Cristo se distingue de todas las demás conversiones naturales. Pues en cualquier conversión natural permanece el sujeto, en el cual se suceden las diversas formas ya accidentales, como cuando lo blanco se convierte en negro, ya sustanciales, como cuando el aire se convierte en fuego, por eso se llaman conversiones formales. Pero en la conversión mencionada el sujeto se cambia en otro, y permanecen los accidentes; por eso esta conversión se llama sustancial”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.