“Es que usted y yo, aquí en este debate, -le decía hace unos días en el Congreso de los diputados Yolanda Díaz, ministra de Trabajo y vicepresidenta del Gobierno, a la diputada catalana Míriam Nogueras, que se negaba a votar una ley propuesta por ella- representamos algo que mueve la historia: se llama lucha de clases. ¿Y sabe usted a quién representa? Usted en esta lucha representa al capital”.

Leer esta noticia y recorrerme un escalofrío por el cuerpo, fue todo uno. Ya sé que se ha dado poca importancia a las declaraciones de esta señora y que incluso se ha ridiculizado su intervención, porque ¿Cómo vamos a poder admitir la frivolidad de una mujer, que viste y peina como una pija, proclamándose la representante del proletariado en la lucha de clases?

De todos es sabido que las intervenciones de Yolanda Díaz son bastante insustanciales, porque en el decir de los aldeanos “donde no hay mata, no hay patata”. Pero parafraseando la sentencia de que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero, se puede afirmar que la gravedad del marxismo es grave, lo diga Carlos Marx (1818-1883) o su porquero o, como en esta ocasión, una de sus porqueras.

A estas alturas de la película ya hemos visto varias escenas de la historia que ha movido la lucha de clases, que se resume en el establecimiento de la peor y la más inhumana tiranía de todos los tiempos: exterminio de seres humanos, cuyas víctimas se cuentan por centenas de millón, pobreza y miseria hasta desatar hambrunas y un mundo hundido en la ciénaga del materialismo donde la libertad no existe.

No, no se puede tomar a broma la declaración de la ministra Yolanda Díaz. No se puede despachar este asunto sin darle la importancia que tiene. No se siembra la tranquilidad cuando se dice que Yolanda Díaz vive anclada en el pasado o que propone un mundo falso que no existe. Tan falsa fue la concepción del hombre y del mundo del marxismo en el siglo XIX, como lo es en la actualidad la de Yolanda Díaz, tan grosero fue el discurrir de los marxistas de antaño como es el de la ministra de Trabajo; y a pesar de su falsedad y grosería intelectuales, los ancestros políticos de Yolanda Díaz impusieron regímenes totalitarios en el siglo XX en muchos países. No, no conviene minusvalorar a Yolanda Díaz por aquello que dice el refrán español: “el que hace un cesto hace ciento, si le dan mimbres y tiempo”.

Frente a la voz tronante de quien se proclama en el Congreso de los Diputados representante de la lucha de clases, contrasta el silencio cobarde de los católicos moderaditos para decirle a esta señora que lo que ha movido la historia de verdad, lo que ha hecho posible el nacimiento y el desarrollo de nuestra cultura occidental ha sido la Cruz, que recogió lo que de aprovechable tenían Grecia y Roma. No, no es la lucha de clases, es decir el odio, el motor de la Historia, sino la Cruz que, con amor redentor, acoge a todos los hombres con sus brazos extendidos.

¿Cómo vamos a poder admitir la frivolidad de una mujer, que viste y peina como una pija, proclamándose la representante del proletariado en la lucha de clases?

La lucha de clases y la Cruz, el odio y el amor, son dos mundos antagónicos que le inspiraron a Marx para escribir lo siguiente en Filosofía del Derecho: “La crítica de la religión es la condición de toda crítica”. Pero para los marxistas la crítica de la religión no se debe limitar a una “crítica teórica”, sino que debe ser “práctica” hasta arrancar la religión del corazón de los hombres. Para conseguirlo, continúa escribiendo Marx: “La crítica del cielo se transforma en crítica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica del Derecho, la crítica de la teología en la crítica de la política”. La consecuencia práctica de esta propuesta han sido las persecuciones religiosas que han llevado a cabo en el siglo XX los socialistas y los comunistas, marxistas todos ellos, que en España durante los años de 1931 a 1939, en la Segunda República y la Guerra Civil, por el número de mártires es la mayor de toda la historia de la Iglesia católica en sus dos mil años de existencia.

Una de las mentiras de los marxistas más grosera y, también más extendida, consiste en proclamar que ellos son los defensores del débil, que tienen como misión acabar con las injusticias sociales, lo que algunos incluso se han atrevido a presentar como la forma más elevada de la fraternidad cristiana. Y hasta ha habido y hay católicos que se lo han creído y clérigos que han dejado de ser sacerdotes de Jesucristo, para mutar en sacerdotes de Marx.

El marxismo es un globo de verborrea que cuando se pincha, se descubre que no estaba inflado con aire, sino solo con odio. Por eso Engels (1820-1895) no le pudo perdonar a Feuerbach (1804-1872) que en su pensamiento le abriera un resquicio al amor y se lo reprochó con estas palabras: “El amor es en todas partes y siempre el dios milagroso que, según Feuerbach, debe ayudar a superar todas las dificultades de la vida práctica”.

Por su parte Anatoli Lunacharski (1875-1933) fue todavía más explícito. Este personaje fue comisario de instrucción de la Revolución Rusa y desde su cargo organizó el famoso juicio a Dios, acusándole de crímenes contra la Humanidad. Colocó en el banquillo de los acusados una Bilia y un tribunal que le declaró culpable le condenó a muerte. En consecuencia, el 17 de enero de 1918, al amanecer, un pelotón de fusilamiento disparó al cielo cinco ráfagas de ametralladora, que según la versión del partido habían acabado con la vida de Dios. El pensamiento marxista es así de sutil. Pues bien, por si todavía no había quedado lo suficiente claro, Lunatcharsski escribió lo siguiente: “Abajo el amor al prójimo. Lo que hace falta es el odio. Debemos aprender a odiar: es así como llegaremos a conquistar el mundo”.

En cuanto a lo de las clases sociales, da la impresión de que Yolanda Díaz tiene más claro su concepto que el propio Marx, ya que en todos sus escritos no hay una definición precisa de lo que él entendía por clase social. Lo que sí que está claro es que Marx  y sus porqueros piensan al hombre disolviéndolo en la colectividad, dinamitando por completo el concepto de persona, sobre el que se construye la civilización cristiana occidental: el hombre como criatura de Dios y redimida una a una por la sangre de Jesucristo.

Por si todavía no había quedado lo suficiente claro, Lunatcharsski escribió lo siguiente: “Abajo el amor al prójimo. Lo que hace falta es el odio. Debemos aprender a odiar: es así como llegaremos a conquistar el mundo”

Lo que desde luego que sí que hay que reconocer a los marxistas es su capacidad para empaquetar su mensaje a la moda, sin cambiar su contenido: el odio que según ellos mueve la historia. Como es sabido, la ideología marxista es tan deudora de Marx como de Engels, pero fue el primero el que se quedó con la marca, porque por las aportaciones de cada uno de ellos lo mismo esa ideología se pudo llamar “engelianismo” que marxismo.

La familia, que se debe regir por la ley del amor, también ha sido retorcida como una viruta por los marxistas, que pretenden que se rija por el odio de lucha de clases. Pues bien, ahora que está en boga la ideología del feminismo, veamos lo que escribió Engels en el Origen de la familia:

“Todo matrimonio se funda sobre la posición social de los contrayentes, y sería una prostitución en que la mujer solo se diferencia de la cortesana ordinaria en que no alquila su cuerpo a ratos, como una salariada, sino que lo vende de una vez para siempre como una esclava (…) La mujer se convirtió en la criada principal (…) La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica, el hombre es en la familia al burgués la mujer representa en ella el proletariado”.

Por eso, si alguna vez usted, querido lector, escucha a alguien que quiere modernizar el concepto de familia cristiana, dándole una manita de pintura feminista…, y sobre todo si esta propuesta sale de la boca de alguna mujer célibe, ya sea monja o laica, debe usted recordar que en una de las parábolas del Evangelio ya se nos previno de que junto a las vírgenes prudentes que salieron al encuentro del esposo, también había otras que eran necias, tan necias que no llevaron aceite para sus lámparas y se perdieron el convite nupcial.

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá