Hace unos días fue noticia la reunión del Consejo de cardenales, presidido por el Papa Francisco. Y ya perdonarán mi ignorancia, pero yo ni sabía de la existencia de semejante organismo en el Vaticano. Bastante hago con ponerme al día con los nombres de los archivos vaticanos, porque me los cambian cada dos por tres y así las citas de mis libros se quedan desfasadas. Que si donde dije Archivo Secreto Vaticano, como se ha dicho durante siglos, ahora hay que decir Archivo Apostólico Vaticano, que nada de Archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, porque ahora se llama Dicasterio…

Y no me parece mal que le hayan quitado el apellido de “secreto” al Archivo Vaticano, porque no lo es, ya que los únicos documentos que no se pueden consultar son los de los años más recientes, como en cualquier otro archivo, pero pasado un tiempo no hay ninguna reserva. Y por otra parte, lo cierto es que en la sala de consulta he coincidido con historiadores de todo el mundo y de todos los pelajes. Sin embargo, siguen manteniendo lo de “archivo” en singular, cuando en realidad lo que allí se guarda es una impresionante colección de archivos: cada diócesis, cada orden religiosa, cada nuncio, cada dicasterio…, son secciones diferentes, son auténticos archivos. Allí está la historia del mundo de los últimos mil años. Trabajar de archivero entre aquellos fondos documentales es el no va más de un historiador, nada que ver con ser catedrático, pero…, “Lo que toca, tocó y el niño se conforma”.

Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz. El Consejo de cardenales fue noticia porque en ese día, presididos por el Papa, junto a sus eminencias cardenalicias participaron tres mujeres, dos religiosas católicas y una obispa anglicana, por supuesto, vestida reglamentariamente de obispa anglicana. Y yo diría que llamativamente vestida de obispa, porque los atributos episcopales de la anglicana daban en los ojos, en contraste con las otras dos religiosas, que por su vestimenta no se podía saber lo que eran.

Jo Bailey Wells, obispa anglicana, casada con un pastor anglicano, madre de dos hijos... pura endogamia clerical

Decía la noticia que yo leí, que una de las mujeres católicas era consagrada de la Orden de la Vírgenes, y la otra también era virgen porque pertenecía a las Hijas de María Auxiliadora. Y de acuerdo con la clasificación evangélica que encasilla a las vírgenes en necias y prudentes, por algo que leí para mí que la segunda es de las que se quedan sin aceite en su lámpara antes de que llegue el esposo a las bodas.

Y desde luego, la que no es virgen es la obispa anglicana, que se llama Jo Bailey Wells y es madre de dos hijos, porque está casada con un pastor anglicano; eso es endogamia clerical y lo demás son bromas, y además empoderamiento, porque pobrecillo el pastor anglicano por ser esposo de obispa anglicana, lo suyo no tiene escapatoria ni en el hogar ni en el trabajo.

Obispa anglica 1

La verdad es que no sé ni porqué fueron ni de qué hablaron en ese Consejo de cardenales estas tres mujeres, y aunque me pica un poco la curiosidad, no he indagado porque prefiero no enterarme, por aquello de que “si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho no analices”.

Si he hecho mención a ese Consejo de cardenales, es porque por esas fechas se produjo una coincidencia, que me llamó la atención. Se lo cuento. Todos los domingos asisto en la iglesia madrileña de Nuestra Señora de la Paz a la misa “tradi”, en la que los fieles nada más empezar manifestamos en latín: Ad Deum qui laetificat juventutem meam, (A Dios que alegra mi juventud), dicho con toda propiedad, no por mí, si no por los que me rodean, porque hay que ver la cantidad de jóvenes y padres con bebes y niños pequeños que asisten a esa misa.

Pero entre semana no me queda otra que ir a misa a la parroquia de mi barrio. Y sucedió que un día el celebrante de esa misa, profesor del seminario de Madrid, con motivo de la semana para la unidad de los cristianos, nos anunció a los presentes, tras la corta plática que hace todos los días, que el primer día de esas jornadas iba a intervenir una “pastora” anglicana en el seminario de Madrid.

Así es que, en el ofertorio, se me fue la piedad a pájaros, buscando la razón por la que la pastora anglicana iba a actuar en el seminario de Madrid; y para que vean lo bien pensado que soy, el primer motivo que se me vino a la cabeza, jugaba a nuestro favor, es decir a favor de la Iglesia católica. Me dije, ya está, la llevan para demostrar a los seminaristas lo nocivo que es el sacerdocio femenino, ya que en la presentación el responsable del seminario dirá algo como esto: “muchachos, veis a esta pastora anglicana, pues gracias a esta pastora y a otras tantas como ella, hemos incrementado los efectivos católicos en Inglaterra, ya que han sido numerosos los anglicanos, que en viendo sacerdotisas y obispas anglicanas, se han pasado a nuestro bando, y por eso entre otras razones de más peso teológico, nosotros, los católicos, no perpetraremos semejante atentado contra el sacerdocio”.

El problema mayor no es el cura progre sino el cura al que ya nada importa nada porque ya no cree en nada

En la consagración, recompuse mi cabeza y puse mi atención en el altar, pero al acabar esta parte de la misa, lo de la pastora anglicana en el seminario de Madrid me la volvió a jugar. Y en ese momento, me di cuenta que el razonamiento anterior tenía muy buena voluntad, pero ningún fundamento. Ese no podía ser el verdadero motivo, porque ni los responsables del seminario van a ser tan mal educados de hacerle pasar ese mal trago a la buena mujer, ni la pastora anglicana se iba a dejar utilizar para ese juego.

Y entonces en mi lado malo, que como todos también lo tengo, afloraron malvados pensamientos y llegué a la conclusión de que el rector del seminario había llevado a la pastora para ir concienciando a los seminaristas, para que los chicos vieran lo progres que son los anglicanos que tienen sacerdotisas y lo carcas que somos los católicos que andamos en un sí es, no es. Lo cierto es que este argumento tenía mejor defensa que el primero. Para la pastora anglicana una exhibición de progresismo era una buena razón para actuar en el seminario de Madrid. Pero al momento también rechacé esta causa de la presencia de la pastora anglicana entre los seminaristas, porque no me cabía en la cabeza que los responsables que ha puesto en el seminario de Madrid el cardenal, José Cobo Cano, perpetren semejante felonía para emponzoñar el alma de los seminaristas con una doctrina tan contraria a la Iglesia.

Y a esta conclusión había llegado yo, cuando de repente escucho lo de “podéis ir en paz”. Menos mal que no era día precepto, en los que según el catecismo de mi primera comunión hay que oír misa entera, porque por culpa de la pastora anglicana, aunque de otro modo, había hecho lo mismo que los mozos del pueblo de León donde veraneaba en mi infancia, que durante el sermón se salían a la calle para fumarse un pitillo. Marché de la iglesia, sin que se me fuera de la cabeza lo de la pastora anglicana en el seminario y bajé toda la calle, desde la parroquia hasta mi casa, sin despejar el enigma.

Y de repente se me hizo la luz, con una llamada de teléfono lo podía resolver, porque estaba seguro de que uno de mis amigos sacerdotes sabría decirme el motivo de tal invitación. La cuestión es que por la respuesta que me dio comprenderán que no diga su nombre, porque como este curita ya está más padecido que el caballo del picador de los de la época en la que todavía no llevaban peto, no quiero que por mi culpa le den otra cornada.

“Mira Javier -me aclaró mi amigo sacerdote- ninguno de los dos motivos que me has dicho es válido, y no se te ocurre un tercero que es el verdadero, porque no conoces por dentro la “corporación”. Los que han hecho eso no valen ni para ser carcas ni para ser progres, porque no creen en nada, no son nada, solo actúan según lo que ven que se hace por arriba, y si el cardenal Burke fuera el papa, serían los primeros en decir la misa tradicional de espalas al pueblo”.

Y me quedé de pegado, porque además de entender lo de la pastora anglicana me di cuenta de otra cosa mucho más grave. Comprendí en ese momento porqué los seminarios están vacíos, ya que es lógico que los chicos serios, que los hay y muchos entre nuestros jóvenes católicos, no quieran ser como esos cuya falta de categoría humana les empuja a actuar como progres sin ni tan siquiera serlo, porque no son nada, no atraen a nadie, repelen y por eso, apostólicamente, son estériles. Y si no creen lo que digo, que prueben durante una temporada a procurar ser sacerdotes santos de verdad y ya verán lo que pasa.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá