¡Aclarémoslo de una vez por todas…! Digamos las cosas como son para que aflore la verdad y, sobre todo, para que surja la paz en esa parte de mi familia, que piensa que me avergüenzo de mis orígenes y los oculto: contra lo que algunos piensan, yo confieso que no nací en Navarra, ni tampoco en Vallecas; yo soy de pueblo, pero de un pueblo muy pueblo y muy pequeño de León.

Mis padres fueron emigrantes leoneses, que se instalaron en Vallecas, y cuando llegó el momento del nacimiento del primogénito, que soy yo, como mi madre todavía no tenía conocidos de confianza en Madrid, se fue al pueblo a dar a luz. Recuperada del parto, regresó a Vallecas conmigo, donde me crié. Cuando acabé la carrera, me trasladé como profesor a la Universidad de Navarra y me identifiqué tanto con aquella tierra, que me afilié a Unión del Pueblo Navarro, contra el parecer de mi director de tesis, que me advertía con frecuencia: “así nunca harás carrera universitaria”. Y no hubo manera de ponernos de acuerdo, porque cuando él decía que so, yo respondía que arre.

Yo actuaba así, no tanto por llevarle la contraria, sino porque lo de la política a mí me tiraba mucho, y gracias a mis quehaceres políticos recorrí toda la Ribera de Navarra, donde además de una gente estupenda había unos espárragos y un vino que me quitaban el sueño, por lo que llegaba a la Facultad algunas mañanas con unas ojeras merecedoras de las advertencias de mis superiores académicos. Pero daba mis clases y cumplía como un campeón. 

En UPN formé parte del sector crítico, grupo dirigido por una persona a la que yo admiraba por su integridad. Y tan cortados estábamos los críticos por la conducta del líder, que nos convertimos en unos idealistas y unos íntegros tan de cuidado, que ninguno de nosotros disfrutamos cargo político remunerado en todo el tiempo que permanecimos en el partido.

Yo no he sacado ningún beneficio de mi actividad política; sin embargo, debo confesar que con ello  me sucedió lo mejor de mi vida, porque gracias a las conspiraciones que teníamos en casa del líder, conocí a su hija, con la que me casé y tengo una familia maravillosa

Lo más cerca que estuve de tocar poder fue en una reunión de nuestro sector crítico, en la que, ante la previsión de que ganásemos la presidencia de UPN en un congreso del partido, el líder repartió los futuros cargos a los allí presentes. A todos les tocó algo, menos a mí, por lo que reclamé mi parte, a lo que me respondió el líder:

    - A ti te reservo, para la alcaldía de Funes.

Así es que cada vez que viajo a Pamplona y veo el indicativo de la carretera hacia Funes, todavía sigo preguntándome cómo me pudo vacilar de aquella manera mi respetado y muy admirado líder. Pero al final todo el sector crítico salimos por igual, porque perdimos en el congreso de UPN, ellos se quedaron sin sus cargos y yo sin mi alcaldía de Funes, de la que hasta la promesa que me hizo el líder era falsa y vacilona. En conclusión, que yo no he sacado ningún beneficio de mi actividad política. Sin embargo, debo confesar que en relación con aquella actividad política me sucedió lo mejor de mi vida, porque gracias a las conspiraciones que teníamos en casa del líder, conocí a su hija, con la que me casé y tengo una familia maravillosa.

Y como quiero tanto a mi barrio de Vallecas y a mi Navarra de mi juventud doy la impresión a los que no conocen mi pasado, que mi origen tiene que ser por fuerza navarro o vallecano. Pero lo desmiento públicamente, porque, como ya he dicho, yo nací en un pueblecito de León, concretamente en uno que se llama Villaverde de Arcayos, no muy lejos de Sahagún de Campos y de Cistierna.

Cuando veraneaba de niño en mi pueblo natal, sus gentes eran muy religiosas. En todas las familias había una o varias vocaciones de monjas, frailes o curas. Y en la iglesia parroquial de Villaverde de Arcayos han colocado recientemente las imágenes de dos religiosos del pueblo, que han sido proclamados beatos porque murieron mártires a manos de los rojos en Madrid, durante la última Guerra Civil.     

Como todas las naciones, ciudades y aldeas de Europa se han encomendado desde hace siglos a un santo, al que nombraron su patrón. La sociedad de Europa hasta la Revolución Francesa era cristiana, porque estaba formada por creyentes. A partir de entonces cambiaron las cosas y los creyentes se transformaron en ciudadanos. Los cristianos celebraban el día de su patrón, y los ciudadanos cambiaron los usos y comenzaron a festejar el día en que  se aprobó la Constitución.

En el Villaverde Arcayos que yo conocí se celebraba la fiesta de su patrón el 24 de junio, que era la festividad de San Juan Bautista. Cultos y festejos que proseguían el día siguiente de la festividad litúrgica, porque el día 25 de junio, en mi pueblo, era el día de San Juanín, y había misa, baile y a última hora de la tarde lucha leonesa en el Campo de la Presa, en la que siempre ganaba un molinero que era como una torre y se llamaba Senén.

La sociedad de Europa hasta la Revolución Francesa era cristiana, porque estaba formada por creyentes. A partir de entonces cambiaron las cosas y los creyentes se transformaron en ciudadanos. Los cristianos celebraban el día de su patrón, y los ciudadanos cambiaron los usos y comenzaron a festejar el día en que aprobó la Constitución

Pero ahora las cosas han cambiado y, como ya somos todos ciudadanos, celebramos la Constitución, que algunos piensan que es un invento de principio del mundo, cuando en realidad, en la Historia de la Humanidad, es un fenómeno tan reciente como efímero. Por no salir de casa, diremos que en España hemos tenido unas cuantas: El Estatuto de Bayona (6-VII-1808), La Constitución de Cádiz (19-III-1812), La Constitución de 1837 (18-VI-1837), La Constitución de 1845 (23-V-1845), La Constitución non nata de 1856, La Constitución de 1869 (1-VI-1869), La Constitución de la Primera República (17-VI-1873), La Constitución de la Restauración (30-VI-1876), La Constitución de la Segunda República (9-XII-1931) y, por fin, La Constitución de 1978, que se festeja el próximo viernes 6.

Por su parte, los llamados constitucionalistas no han sido muy respetuosos con sus Constituciones. Son muchas las ocasiones en que han sacado a pasear los artículos constitucionales por el arco del triunfo. Veamos un ejemplo: tras el fracaso de la Regencia de María Cristina (1833-1840) y de la Regencia de Espartero (1840-1840), se planteó en 1843 la posibilidad de adelantar la mayoría de edad de Isabel II, que entonces tenía 13 años y que, según la Constitución, no podía asumir la titularidad de la corona hasta 1848. Por lo tanto, para adelantar la mayoría de edad de Isabel II   -según escribió Pacheco- “se necesita barrenar la ley y declarar a la reina mayor de edad…; de lo contario vamos a andar a cintarazos y con poco provecho”.

La intervención del diputado Bernabéu, el día 30 de octubre de 1843, proporcionó lo solución. Afirmó que en los días anteriores se habían violado 19 artículos de la Constitución, y que, por lo tanto, bien podría producirse una vigésima violación, porque lo aconsejaba el interés nacional. Y siguiendo el consejo de Bernabéu el 8 de noviembre de 1843 los dos cuerpos colegisladores declararon mayor de edad Isabel II con trece años, quien dos días después juró solemnemente la Constitución y comenzó su reinado personal, en plena adolescencia.

Tampoco se sostiene la idea de que sin una Constitución no hay nada que hacer. Las mejores épocas de España, su Siglo de Oro en lo político, en lo cultural y en lo religioso fue anterior al invento constitucional. Veamos lo que opinaba Jovellanos, cuando alguien tuvo la ocurrencia de hacer una Constitución en plena invasión napoleónica.

En mayo de 1808 surgieron juntas de defensa por toda España, para defender la patria de los invasores franceses o gabachos, que es como se les llamaba entonces a nuestros vecinos, a los que vivían al otro lado de los Pirineos.

Ante el vacío de poder -la familia real, presa de Napoleón en Francia, los capitanes generales y los órganos del Estado paralizados o agabachados- y con una celeridad sorprendente, todas esas juntas confluyeron en juntas provinciales y estas, a su vez, eligieron una Junta Central, que inició su Gobierno el 25 de septiembre de 1808.

"Nuestra Constitución, entonces, se hallará hecha y merecerá ser envidiada por todos los pueblos de la tierra que amen la justicia, el orden, el sosiego público y la libertad, que no puede existir sin ellos”

Jovellanos, vocal por la junta de Asturias, fue uno de los personajes más importantes de la Junta Central. Jovellanos, acogiéndose a las leyes fundamentales de la Monarquía era partidario de convocar las Cortes, para que éstas designaran una Regencia, que asumiera la jefatura del Estado, mientras durase la ausencia del rey.

Pero las conspiraciones llevadas a cabo por un oficial mayor de la Junta Central, Manuel José Quintana, utilizando al vocal por Aragón, Calvo Rozas, introdujo en la Junta Central la propuesta de elaborar un “Constitución bien ordenada”.

Amoscado se quedó Jovellanos con la propuesta, porque si era necesario “ordenar constitucionalmente a España”, eso era tanto como admitir que hasta entonces España había sido un caos. Y en consecuencia, Jovellanos emitió un dictamen en el que se podía leer: “Y aquí notaré que oigo hablar mucho de hacer en las mismas Cortes una nueva Constitución, y aun de ejecutarla; y en esto si que a mi juicio, habría mucho inconveniente y peligro. ¿Por ventura no tiene España su Constitución? Tiénela, sin duda; porque, ¿qué otra cosa es una Constitución que el conjunto de leyes fundamentales, que fijan los derechos del soberano y de los súbditos, y los medios saludables para preservar unos y otros? ¿Y quién duda que España tiene estas leyes y las conoce? ¿Hay algunas que el despotismo haya atacado y destruido? Restablézcanse. ¿Falta alguna medida saludable para asegurar la observancia de todas? Establézcase. Nuestra Constitución, entonces, se hallará hecha y merecerá ser envidiada por todos los pueblos de la tierra que amen la justicia, el orden, el sosiego público y la libertad, que no puede existir sin ellos”.

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá