
En el Valle de los Caídos reposan los restos mortales de siete adoratrices mártires, ya beatificadas. Así es que este domingo voy a contarles su martirio puesto que, como dije en el artículo de hace siete días, me he impuesto la obligación de contarles la vida y el martirio de todos los beatos y los siervos de Dios enterrados en el Valle de los Caídos, con el fin de poner rostro a todos ellos, a ver si de este modo evito la grave profanación que amenaza a sus restos mortales y a los de más de 30.000 españoles, que allí reposan.
Ahora bien, tengo que confesarles, queridos lectores, que las imágenes del funeral por el papa Francisco, celebrado en la catedral de Madrid el pasado martes 29 de abril, me dejaron turbado. Y en esa turbación sigo por lo que esas imágenes dan a entender, o al menos por lo que yo he entendido. De manera que de confirmarse lo que yo sospecho, este podría ser el último artículo que escriba de esa prometida serie en defensa de los beatos y españoles, que esperan la resurrección de la carne en el cementerio-basílica del Valle de los Caídos.
Entre tantos artículos que se han escrito con motivo de la muerte del papa Francisco, me ha llamado la atención la coincidencia de algunos de ellos en destacarle como el Papa de los pobres. El problema es que en esos artículos se identifica esa atención a los pobres con la solidaridad laica, que nada tiene que ver con la caridad cristiana.
Sin duda, a la santa Madre Teresa de Calcuta (1910-1997) se la puede considerar una de las grandes maestras de la Iglesia católica en el cuidado de los pobres. Pero, como certeramente me apuntó hace días mi buen amigo José Escandell, la santa madre Teresa de Calcuta llegaba a los pobres, previo paso por la Eucaristía. Y resulta que en España tenemos otro modelo de este comportamiento, como es el de la fundadora de las Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, Santa María Micaela del Santísimo Sacramento (1809-1865).
La santa madre Teresa de Calcuta llegaba a los pobres, previo paso por la Eucaristía. Y resulta que en España tenemos otro modelo de este comportamiento, como es el de la fundadora de las Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, Santa María Micaela del Santísimo Sacramento
Esta mujer se llamaba en el siglo María de la Soledad Micaela Desmaissières López de Dicastillo. Pertenecía a una familia aristocrática y ella misma estuvo en posesión del título de vizcondesa de Jorbalán. Despierta como pocas, era una mujer muy culta, por eso no es de extrañar que la reina Isabel II (1833-1868) la quisiera tener a su lado para que le aconsejara. Y a su lado se puso, no para decirle a la reina lo que ella quería oír y así mantener el puesto, sino para decirle a la soberana lo que debía hacer, aunque para ello las dos se tuvieran que poner coloradas. Esto es lo que declaró Isabel II en el proceso de beatificación de Santa María Micaela del Santísimo Sacramento:
“Con increíble consuelo de mi alma, accediendo a sus ruegos y repetidas instancias, dejé la costumbre de ir escotada en las funciones religiosas, de etiqueta, en la capilla real y en las iglesias. Y, alguna vez me solía decir que se arrepentía de haberme aconsejado que me vistiera en París, porque esto me había hecho gastar más de lo que era debido. Viendo la sierva de Dios en las habitaciones del palacio real cierto cuadro no muy en armonía con las leyes de la honestidad, me suplicó que mandase retirarlo de su lugar como así se hizo, sustituyéndolo con la imagen de un santo. Se hizo lo mismo con un velador que mostraba figuras también poco edificantes por indicación suya, apartándolo de la vista y mandando destruir las figuras que se sustituyeron por otras piadosas”.
En cierta ocasión, cuando María Micaela visitaba el hospital de San Juan de Dios, donde ingresaban a mujeres afectadas por enfermedades venéreas, se conmovió al ver una enferma muy joven, hija de un conocido banquero. Arruinada por un mal marido, buscó remedio a su penuria económica en la prostitución y acabó afectada de sífilis. Y, en consecuencia, María Micaela empleó toda su fortuna en fundar casas-colegios, para ayudar económicamente a estas mujeres y proporcionarles una formación, con el fin de sacarlas del inframundo de la prostitución. Este fue una de los rasgos distintivos de las adoratrices: ayudar a estas pobres mujeres, que sin duda están en el puesto más alto del escalafón de la pobreza por su doble carencia material y moral.
Y como ya hemos dicho, en el título oficial de su fundación religiosa, las adoratrices a su esclavitud de la caridad anteponen el ser esclavas del Santísimo Sacramento, por eso sobre su hábito, mediante una cadena al cuello, pende una custodia sobre su pecho. Entre sus prácticas religiosas destaca la adoración día y noche del Santísimo Sacramento.
Las 23 adoratrices del número 15 de la costanilla de los Ángeles fueron fusiladas el 10 de noviembre de 1936 en las tapias del cementerio de la Almudena de Madrid
La Adoratrices y las Hijas de la Caridad son las dos órdenes femeninas que mayor número de mártires tuvieron durante la persecución religiosa que llevaron a cabo los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, durante la Guerra Civil española. Concretamente, cada una de estas dos órdenes religiosas aportaron treinta mártires.
Al estallar la Guerra Civil, las adoratrices se escondieron en casas de familiares y amigos, y en pisos alquilados, tras abandonar su convento, que se transformó en una checa. De las treinta adoratrices mártires, veintitrés se refugiaron en el número 15 de la costanilla de los Ángeles de Madrid, donde pasaron todo tipo de calamidades. Y en él permanecieron hasta la tarde del día 9 de noviembre en el que fueron llevadas a la checa de Fomento, para ser fusiladas al día siguiente. Durante este tiempo nunca abandonaron la prioridad de su vocación, como era la adoración a Jesús Sacramento, por lo que se jugaron la vida para conseguir hostias consagradas, que escondían detrás de una losa de la chimenea, habilitada a modo de Sagrario. Esto es lo que cuenta la Crónica del Instituto de las Adoratrices:
“Llegada la noche, como en el convento, el relevo se hacía cada dos horas. En la más completa oscuridad, casi a tientas, logrando a penas paso entre camastros y colchones que se extendían por el suelo, acudía la adoratriz enamorada a la cita del sagrado Prisionero”.
Nunca como en la película Rojo y Negro (película que se puede ver completa en la red y que refleja lo que fue el terror rojo en Madrid) se ha filmado una violación, sin ninguna imagen morbosa, pero con todo el dramatismo que transmite la protagonista de esta película en la checa de las Adoratrices.
Las 23 adoratrices del número 15 de la costanilla de los Ángeles fueron fusiladas el 10 de noviembre de 1936 en las tapias del cementerio de la Almudena de Madrid. Los nombres de las siete adoratrices, cuyos restos reposan en el Valle de los Caídos, son los siguientes: Belarmina Pérez Martínez (44 años); Josefa Boix Riera (41 años); Mercedes (Ángeles) Tuñi Ustech (48 años); Concepción (Ruperta) Vázquez Areas (65 años); Felipa Gutiérrez Garay (75 años); Magdalena Pérez y Cecilia Iglesias del Campo (de estas dos últimas no tengo fecha de nacimiento).
Uno de los asesinos de las adoratrices fueJosé Villalba del Río, cuyo historial criminal es impresionante. Antes de la proclamación de la II República había sido encarcelado en San Sebastián, acusado de atentar contra el generalDámaso Berenguer (1873-1953). José Villalba del Río pertenecía a la CNT-FAI y formaba parte del comité del Ateneo Libertario del Retiro, que estaba en el número 18 de la calle Narváez de Madrid. Este elemento era requerido por distintas checas de Madrid para asesinar a los que tenían presos. Y no sería extraño que con semejante curriculum le pusieran una estatua dentro la basílica del Valle de los Caídos, gracias al acuerdo al que han llegado las autoridades eclesiásticas con el Gobierno de Pedro Sánchez; acuerdo que fue aprobado por unanimidad en la última sesión plenaria que los obispos españoles celebraron en la sede de la Conferencia Episcopal Española.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá