Menudo susto que me llevé el otro día, cuando puse la televisión para ver cómo iba lo de Afganistán. Pero el sobresalto no me lo produjo la actuación de los talibanes, sino que de repente… ¡Zas, una aparición!: ¡Josep Borrell, al que yo tenía como un cadáver político…, se me manifestó!

Ya sé que Josep Borrell desempeña el cargo de Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común y Vicepresidente de la Comisión Europea. Pero, precisamente, le han dado ese nombramiento porque políticamente está muerto, ya que con todo lo que ha sido Borrell, para mí que en tan rimbombante cargo se cobra más que se decide. Y a Josep Borrell también le gusta vivir bien, aunque sea en un cementerio político.

El caso es que como responsable de la política exterior de la Unión comentó lo ocurrido en Afganistán, y después de referirse a unos cuantos lugares comunes de cómo tratan los talibanes a las mujeres, Borrell acabó poniendo un huevo y dijo que hay que ayudar a esos afganos que huyen de su país… —y aquí tomó, aire porque lo de la expulsión del huevo tiene lo suyo— como los españoles que en 1939 salieron de España, huyendo de Franco.

 Borrell desempeña el cargo de Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común y Vicepresidente de la Comisión Europea. Para mí que en tan rimbombante cargo se cobra más que se decide

Como socialista que es, la memoria de Borrell es selectiva y partidista, porque Josep Borrell no cuenta cómo trataron los socialistas a las mujeres durante la Guerra Civil. El PSOE, junto con el resto de los partidos del Frente Popular, asaltaron conventos de monjas, de las que asesinaron exactamente a 296, a muchas de las cuales antes las torturaron e incluso violaron a unas cuantas antes de quitarles la vida. Lo mismo que hicieron con otras mujeres solo por ser católicas, como las tres enfermeras mártires de Pola de Somiedo cuya violación fue socializada, ya que antes de asesinarlas las pusieron durante toda la noche en la Casa del Pueblo, sede del PSOE, a disposición de los hombres, para que hicieran con ellas “lo que mejor les pareciera”.

Y en algún caso —como ya conté en otro artículo—, los milicianos del Frente Popular llegaron a cotas de barbarie despiadadas y salvajes, como fueron las torturas a las que sometieron a tres religiosas de Gerona que eran también hermanas de sangre, Carmen, Rosa y Magdalena Fradera Ferragutcasas, a las que en la noche del 26 de julio de 1936 los milicianos las desnudan, después las violan y, a continuación, las penetran con palos por la vagina y, por último, y como muestra de desprecio a su virginidad consagrada, las introducen de un golpe los cañones de sus pistolas hasta la empuñadura, las desgarran del todo sus entrañas y aprietan el gatillo.

Jorge López Teulón, postulador de las causas de los mártires de la provincia eclesiástica de Toledo y gran conocedor de la persecución religiosa durante la Guerra ha publicado en un libro reciente cuatro diarios de otros tantos conventos de clausura femenina, que cuentan con detalle cómo se produjo el asalto de sus conventos y el maltrato que sufrieron por parte de los milicianos. Uno de los diarios narra lo que hicieron los socialistas en el del pueblo de Cuerva (Toledo), donde tras asaltar el convento de las carmelitas, para que trabajaran para ellos como esclavas, distribuyeron a parte de la comunidad “en las casas de los socialistas principales”, que siempre y en todos los sitios ha habido clases, incluido el PSOE.

El PSOE y el resto de partidos del Frente Popular asaltaron conventos de monjas, de las que asesinaron exactamente a 296, a muchas de las cuales antes las torturaron e incluso violaron. Entre ellas, las hermanas Carmen, Rosa y Magdalena Fradera Ferragutcasas

Pero ya que Borrell ha mezclado lo de Afganistán con la Guerra Civil española hoy voy a recordar que la crueldad de los milicianos del Frente Popular no se detuvo ni ante la ancianidad, un aspecto al que no se le ha prestado la atención debida, a pesar de lo que significa como desprecio de la dignidad humana. Y si además de los muchos años son mujeres… Así fue, los socialistas, los comunistas y los anarquistas asesinaron a personas muy mayores; y hoy voy a detenerme a describir solo tres de los muchos asesinatos de personas ancianas, que además eran monjas.

Sor Rita Dolores Pujalte Sánchez era una monja del colegio de Santa Susana de Madrid, perteneciente al Instituto de Hermanas del Sagrado Corazón. Tenía 83 años y una fecunda dedicación apostólica como religiosa. En 1899 fue nombrada superiora general de su Instituto, cargo en el que permaneció hasta 1928. Pero en 1936 además de los achaques que padecía, estaba prácticamente ciega. Cuando los milicianos asaltaron el colegio con las niñas dentro, Sor Rita junto con el resto de la comunidad se refugiaron en una casa de una familia del colegio. Y estando postrada por su condición de enferma, los milicianos asaltaron la vivienda, la levantaron de la cama, la llevaron a trompicones a la calle, la metieron en un coche, y en la carretera de Aragón al llegar a Barajas la bajaron y la remataron a tiros.

A Sor Rita Dolores Pujalte Sánchez, estando postrada por su condición de enferma, los milicianos la levantaron de la cama, la llevaron a trompicones a la calle, la metieron en un coche, y en la carretera de Aragón al llegar a Barajas la bajaron y la remataron a tiros

En el madrileño paseo de Recoletos de Madrid estaba y está el popular monasterio de clarisas de San Pascual, donde las novias llevan la ofrenda de la cesta de huevos para que el santo titular del convento les ayude con el buen tiempo y no llueva el día de la boda. Y en ese convento había tomado el hábito en 1878 una madrileña llamada Manuela Moles López, que adoptó el nombre de Sor María Paz. Poco antes de estallar la Guerra Civil se puso tan enferma que le administraron los últimos sacramentos. Pero lo superó y no murió entonces. Y cuando el convento fue asaltado, se refugió en una casa, donde los milicianos la sacaron, la torturaron y la asesinaron. Ataron su cadáver a un camión y lo llevaron arrastrando hasta el cementerio de Barajas. Sor María Paz tenía 79 años.

Del martirio de las Concepcionistas de San José de Madrid, ya me he ocupado en dos artículos en domingos pasados. En el primero cuento los orígenes de este convento, que fue una de las fundaciones de Sor Patrocinio, y en el​ segundo describo el martirio de estas mujeres, ya beatificadas, y la intervención del cura Pablo Sarroca, que renegó de su condición sacerdotal, para convertirse en un sanguinario miliciano junto con su amante, Julia Sanz.

Sor María Paz se refugió en una casa, pero los milicianos la sacaron, la torturaron y la asesinaron, después ataron su cadáver a un camión y lo llevaron arrastrando hasta el cementerio de Barajas. Y Sor María Eustaquia de la Asunción intentaron echarla a rodar escaleras abajo, la subieron a un coche y la asesinaron en la plaza de Ventas

Sor María Eustaquia de la Asunción, que en la vida civil se llamó Asunción Monedero, era una de las religiosas del convento de San José. En 1936, tenía 72 años de edad y 49 de vida religiosa; por lo tanto, había convivido con las fundadores de ese convento, ya que Sor Patrocinio hizo la reforma del convento de San José el 8 de diciembre de 1877, diez años antes de que ella tomara el hábito.

Sor María Eustaquia de la Asunción, a causa de una enfermedad reumática, estaba paralítica desde el año de 1924. Tras el asalto del convento, un grupo de monjas se refugió en un piso situado en la séptima planta de la calle Francisco de Silvela. Y en este grupo se encontraba la monja anciana y paralítica desde hacía doce años.

Y mire usted por dónde, don Josep Borrell, que fueron los hombres de su partido del Comité Socialista de Ventas los que descubrieron el piso donde se refugiaba la monja paralítica, junto con otras nueve monjas de su comunidad. Asaltaron la vivienda nueve milicianos armados, porque hace falta tener mucho valor para detener a nueve mujeres indefensas y a una paralítica.

Como Sor María Eustaquia no podía andar, los milicianos la empujaron e intentaron echarla a rodar escaleras abajo los siete pisos. Ante tal atrocidad, el portero compadecido la cogió en brazos y la bajó en el ascensor. Y ya en la calle la subieron a un coche y partieron hacia la plaza de Ventas, donde la asesinaron.

 

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá