Syllabus. El complejo de inferioridad de los cristianos del siglo XXI
- Puede que a veces haya que negociar con el mal menor, pero sin renunciar jamás al bien.
A ver si nos entendemos, el Syllabus (1864) no es malo, es bonísimo porque condenaba aquellas doctrinas y prácticas que atentan con los principios cristianos, como el panteísmo, el utilitarismo, y sí, el liberalismo, en su formulación filosófica, que siempre acaba en relativismo, etc. El Syllabus de Pío IX (en la imagen) es un elenco de errores que muchos cristianos harían bien en leer. Son los mismos errores que la Iglesia ha venido condenando desde hace siglos y que seguirá condenando hasta el fin de los tiempos. Luego, Pío X daría el toque maestro cuando envolvió todas esas barbaridades en el papel del modernismo, compendio de todas las herejías de la modernidad. La verdad no cambia, el Magisterio de la Iglesia tampoco. Lo que cambian son los hechos y las personas, de lo que se deduce que deben ser estas últimas las que se adecúen a los primeros, no al revés. ¿Por qué los papas posteriores a Pío IX han ido alejándose del Syllabus? Porque a la vez ahorcan, amigo mío. Si tenemos como ejemplo a un Dios que permite el sacrilegio, es la ofensa sobre su persona, y no por ello fulmina al hombre como un rayo, tampoco su representante puede imponer su doctrina, tiene que contentarse como proponerla. Pero eso, quede claro, no significa renunciar a la verdad. Sólo se renuncia a abrirle la crisma al vecino porque eso es poco cristiano. No, el Syllabus tampoco hablaba de romperle la crisma al vecino, es una imagen; hablaba de crear la ciudad de Dios, la sociedad cristiana. ¿Tiene Dios derecho a crear su ciudad entre los hombres? Todos los derechos del mundo. No caigamos en lo de la genialidad de Asterix: "Eso de que los dioses se comporten como si fuesen amos tiene que acabarse". Pero, ¿el Syllabus es bueno, a pesar de que no admite, por ejemplo, la separación Iglesia-Estado? Por supuesto. La Ciudad de Dios es la negación de la separación entre Iglesia y Estado. Que tengamos que aceptarla como mal menor no significa que no aspiremos al bien mayor: la sociedad cristiana. Respetando la libertad con la que Dios ha ordenado al hombre, ciertamente, pero sin renunciar a la excelencia. La excelencia no es la Ciudad de Dios. ¿Por qué digo todo esto? Podíamos dejarlo en algo menos que un deseo incumplible, una utopía agradable para reflexionar sobre ella durante los crepúsculos del invierno, sobre todo porque estamos en verano. Pero no. Creo necesario recordar esto por cuando los cristianos del siglo XXI sufrimos un lamentable complejo de inferioridad acerca de nuestra historia. Y eso no es bueno. La clave está en no confundir a las personas con las cosas, los corazones con el capricho y la verdad con la misericordia. Los seis elementos son necesarios para el mundo. Eulogio López eulogio@hispanidad.com