Jim Caviezel en La Pasión de Cristo, de Mel Gibson
Nuestra época puede enorgullecerse de una obra cumbre sobre La Pasión de Cristo, la que hizo Mel Gibson: esa película es una obra de arte que todos deberíamos re-ver y re-mirar cada Semana Santa.
Observen la Magdalena de Gibson y la Magda-feminista ridícula de la nueva película tontiprogre. En esa comparación pueden comprobar la deriva del mundo.
No es una película blanda: eso habría resultado una gran mentira
Y ahora observen la estúpida doctrina que nos ofrece la modernidad: tan edulcorada como mísera, donde se confunde la misericordia con la cursilería.
No, la vida interior es una vida recia, que no permite medias tintas.
El actor norteamericano quiso enseñársela al Papa Juan Pablo II antes de emitirla y Karol Wojtyla la vio y concluyó: “Así fue”. Simplemente: fue así como ocurrió.
La muerte de Cristo fue una tragedia, no un canto cursi a la solidaridad
La Pasión de Cristo no es para nenazas. Describe la condena a muerte del carpintero criado en Nazaret, su flagelación y su crucifixión. Y todo esto no es cosa de risa. Fue así de cruel cuando el Creador se anonadó por su creatura.
Recuerdo que cierta Navidad Hispanidad regaló esta cinta a sus proveedores. Muchos no soportaron la visión y apagaron el reproductor antes de su conclusión.
¿Era necesario para salvar al hombre? No, pero sí para saciar a un Dios que es amor
Pues mire usted, para quien la Pasión resulte insoportable dedíquese a la vida muelle: es aburrida pero sin sobresaltos. Bueno, uno sí: al final.