Siempre pudoroso, Francisco Umbral, mi ídolo, nos advierte que el Cristianismo no debe caer en un "realismo exasperado", porque "el fenómeno cristiano siempre nos ha llegado e interesado más como fenómeno estético". Esto es importante y debe despertar toda nuestra gratitud. Todos sabemos que Umbral ha dedicado los mejores años de su vida a asesorar a la Iglesia y a los cristianos, y todo ello gratis total. Y también agradecemos, cómo no, que Umbral haya empleado el plural mayestático, ese que sólo empleaba el Papa, para explicarnos que a "Nos", o sea, a él, el Cristianismo le interesa y le llega mucho más como fenómeno artístico. Esto es importante.

 

Porque aquí hay dos tipos de personas. En primer lugar, están los filántropos, que intentan convertir a la Iglesia en una ONG, y en ese caso, pues qué quieren que les diga, hasta una ONG puede resultar más eficaz que la Iglesia. Luego vienen los estetas, empeñados, como maese Umbral, en convertir al Cristianismo en un fenómeno artístico, y la cosa suele terminar en la simbología más cursi que imaginarse pueda. Clive Lewis explicaba su conversión al Cristianismo de la forma más anti-estética y anti-literaria posible: se convirtió el día en que cayó en la cuenta de que la redención y resurrección de Cristo era el único mito que había existido en el mundo. Es decir, Cristo, su muerte y resurrección, eran el mito real. O sea, que al comecuras Umbral le interesa la fe porque provoca arte (el gótico es puro lirismo, nos informa Umbral, mientras el románico es puro militarismo, vayan ustedes a saber por qué), mientras a Lewis, y todo aquel que busca un sentido a la vida, le interesa el arte porque escenifica la fe, que es lo más real que existe. Lewis se convirtió al Cristianismo cuando, en tanto que experto en mitos, descubrió un mito que era real. Un mito que no era pedagogía, sino vida; que no era analogía, sino narración; que no era literatura, sino periodismo.

 

Pero, eso sí, observen el detalle. Las anteriores citas de Paco Umbral vienen a cuento de la película La Pasión de Cristo, de Mel Gibson. Él no la cita, claro está, porque sus mejores amigos le retirarían el saludo si citara a un cineasta que no fuera, pongamos, Orson Wells: Nobleza obliga. Pero, todos sabemos que está hablando de La Pasión de Cristo, la película que está arrasando en todo el mundo, pese a los esfuerzos de la mundanidad por anularla. Porque con La Pasión está ocurriendo ahora, en 2004, lo mismo que lleva ocurriendo con la Iglesia desde el siglo I: todos los "Umbrales" del universo han dedicado sus afanes a decirnos que estábamos en el error o en el ridículo, para acabar reconociendo la grandeza de la teología más simple que vieron los siglos, la insondable simplicidad del Dios que ama al hombre. Y todos los "Umbrales" han dedicado su vida a predecir el fin del Cristianismo, para acabar considerando (para aplaudir o blasfemar, según depende) que el fin de su vida está ligado al estético mito del nazareno. Podrán ocultar La Pasión, podrán insultar el espíritu australiano de Gibson (al parecer, los australianos no están bien vistos últimamente, sobre todo por los estetas), pero no podrán evitar que, en Italia, 250.000 personas fueran a verla el día de su estreno, a pesar de que es la película más pirateada en centros e instituciones católicas. 

 

Las líneas de ataque contra La Pasión son de lo más original. A saber.

 

1. Antisemita. La verdad es que en España no tiene mucho predicamento esta cuestión. Además, simplemente es falsa.

 

2.Los homosexuales, que se dan por aludidos. ¡Toma, claro! Si yo fuera gay también me daría por aludido. Hablo de la figura del demonio, tan andrógino y, por ello, tan repugnante. El demonio está retratado como un ser antinatural, de sonrisa antinatural… como antinatural es la homosexualidad. Es muy duro, sólo que es cierto. En España, el lobby rosa está en pie de guerra. No me extraña nada. La verdad puede ser más dolorosa que la injuria y la calumnia.

 

3. La Pasión representa un peligro inminente de conversión. Al final, lo más grave de La Pasión, lo que más preocupa a la progresía, es que los cristianos empiezan a levantar cabeza con La Pasión. Cuando se "ve" lo que el Hijo de Dios ha sufrido por ti, justamente por ti, bueno, entonces puede ocurrir cualquier cosa. Todos los planteamientos vitales enterrados en rutina, por lustros de ruido y ajetreo incesante, pueden resucitar como el mismo Cristo. Inaceptable. 

 

Dios redime al hombre operando sobre un sentido del pecado que el hombre clásico ya llevaba dentro de sí, aunque nadie les hubiese hablado del crucificado. El problema del hombre actual es que ha perdido el sentido de culpa (el pecado del siglo XX es la falta de sentido del pecado, dijo Pablo VI) y La Pasión de Gibson puede devolverles del mito en el que viven (no me arrepiento de nada) a la realidad: todos somos culpables de hasta demasiadas cosas. Ver, mirar, contemplar el sufrimiento de Cristo en la película de Gibson ya ha llevado a decenas de personas a la conversión y a millares al confesionario. Eso, ni Umbral ni cualquier progre que se precie puede permitirlo. "Me ha resultado muy macabra", comentaba cierta señora bien del barrio de Salamanca tras ver La Pasión. Daban ganas de decirle: aquí lo único macabro son sus pecados, señora, que provocaron la muerte del Salvador.

 

4. A muchos curas y laicos católicos el asunto les pone en evidencia. Resulta que con La Pasión, otra vez los símbolos, no hay transfiguración, sino transustanciación. La Eucaristía es un banquete, sí, pero también un sacrificio. Para muchos clérigos, La Pasión es un reproche a su vida en forma de película. Y ya se sabe que cuanto más progre es un cura más le gusta el diálogo: él habla y el resto escucha.

 

5. No nos gusta lo de la sangre. Pero eso es una chorrada que no merece glosa alguna. Incluso acabo de ver a un sacerdote, presentado como "biblista" en cierto canal de televisión (mentira, no lo es), que acusa a Mel Gibson de inventarse instrumentos de tortura romanos. Lo cual, como todo historiador medianamente serio sabe, no es verdad. El flagelo romano tenía muchas formas, pero siempre inscritas en dos categorías: las que terminaban en instrumentos punzantes que arrancaban la carne y las que fiaban el efecto al golpe. Con los primeros había más posibilidades de dañar zonas vitales y la recuperación era más costosa. Con el segundo, las lesiones internas podían provocar dolencias irreparables. ¿Cómo puede ser tan tonto nuestro clérigo? Pues, por aquello de Chesterton, al que una de los argumentos que más ayudó en su camino hacia la fe fue el comprobar cómo la Iglesia sobrevivía a todos los imperios y todas las culturas, aún contando con tantos de sus ministros que decían tonterías como las que escuchaba desde el púlpito. Tanta debilidad argumental de sus ministros y tanta perdurabilidad sólo eran compatibles con la existencia de una protección divina.

 

Eulogio López