- Francisco causó revuelo con su encíclica 'Laudato si', pero su mensaje poco tiene que ver con Obama.
- El Papa habla de una 'ecología' integral, no sesgada, en la misma línea que Juan Pablo II y Benedicto XVI.
- También fue sonada la encíclica 'Rerum novarum', de León XIII, sobre la justicia social y las condiciones del trabajo.
El Papa
Francisco abrió un interesante debate sobre el medio ambiente que no ha terminado desde la publicación de su encíclica
Laudato si. Y no deja de ser curioso que haya recibido tantos elogios desde entonces, incluso de los sectores más
parciales a la hora de valorar, según y cómo, distintos aspectos de la realidad de la persona. Me alegro, en cualquier caso, de que así sea y miel sobre hojuelas si ocurriera con todo lo que el Pontífice escribe.
Pero una cosa son las felices coincidencias y otra muy distinta, como hacía este martes
El País, comparar a
Obama con el Papa al referirse al Plan de Energía Limpia del presidente norteamericano. Vamos a dejarnos de pamplinas. Muchos de los sectores que ahora defienden al Papa -de
izquierda o de
derecha rancias, fundamentalmente, y también
ecolojetas- son los mismos que critican habitualmente a la Iglesia por otras cuestiones como el derecho a la vida, o que se muestran incapaces de comprender la profundidad del
mensaje cristiano en todos los ámbitos: humano, sobrenatural, ético e intelectual.
Francisco denuncia
"el uso irresponsable y el abuso de los bienes que Dios ha puesto a disposición del hombre" y se apoya para ello, como es natural, en lo que han dicho los papas en los últimos 50 años (es un clásico en el
Magisterio de la Iglesia). Pero son los dos últimos,
Juan Pablo II y
Benedicto XVI, los que más centraron la cuestión en algo que apenas se destacó cuando se publicó
Laudato si. Me refiero a "las condiciones morales de la auténtica
ecología humana" de las que habló el papa polaco, o a las heridas que provoca en el ambiente natural el comportamiento irresponsable, como explicó el papa alemán.
Les aconsejo que lean esa encíclica tan actual -invitó también a ello el cardenal
Tukson, presidente de Pontificio Consejo Justicia y Paz, en la mismísima sede de Naciones Unidas- porque ayuda bastante a "buscar otros modos de entender el progreso" que nada tienen que ver con el
mito de la ciencia y la
salvación por la técnica -errores intelectuales que han prendido de la Ilustración- y mucho con el
bien común.
Es posible que la encíclica tenga un efecto parecido al que provocó la
Rerum Novarum de
León XIII a finales del siglo XIX. Era la primera encíclica que entraba a fondo en la
doctrina social de la Iglesia y en la que se daba una solución cristiana a muchas de las cuestiones que habían planteado la
revolución industrial y los movimientos revolucionarios.
El cristianismo no es una ideología pasajera (no se adscribe a ningún partido político y a todos ellos da consejos) sino una religión revelada que resume una historia de amor de Dios con el hombre. A Leon XIII le preocupó la
descristianización de las masas trabajadoras y en ese contexto precisó los principios de la dignidad en
justicia social económica o de la defensa de la
propiedad privada.
"La gran desgracia de la Iglesia en el siglo XIX -dijo llorando León XIII-
es que haya perdido a la clase obrera".
Desconozco el alcance que tendrán las palabras del papa Francisco sobre la naturaleza y el cuidado del medio ambiente. A falta de más, me quedo con el
homenaje de un papa a otro, ambos vivos, de Francisco a Benedicto XVI.
"Mi predecesor Benedicto XVI -dice Francisco- renovó la invitación a 'eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y a corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente'. Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque 'el libro de la naturaleza es uno e indivisible', e incluye el
ambiente, la
vida, la
sexualidad, la
familia, las
relaciones sociales, etc."
Y a partir de ahí apunta a unas de las conclusiones del propio Ratzinger: todas las heridas sociales, también la degradación de la naturaleza, "se deben en el fondo al mismo mal; es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la
libertad humana no tiene
límites". Y ese derroche empieza, según los dos papas, cuando no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros mismos".
Rafael Esparza
rafael@hispanidad.com