El Gobierno central reconoce 27.400 muertos en residencias de ancianos, pero cree, vaya usted a saber por qué, que sólo 9.000 han muerto por causa del coronavirus.

Ojo, no se pueden sumar -aunque sí se debe- a los 28.000 muertos oficiales por Covid-19. Porque claro, el criterio no son los muertos por coronavirus sino aquellos que han sido certificados como tales por PCR. ¿Por qué? Porque lo dice Salvador Illa. Y esta chuminá, esta fruslería, después de dos meses negándose a proporcionar los muertos en asilos.

A ver si nos entendemos: mientras duró el estado de alarma -unos 100 días- la forma de saber cuántos españoles han fallecidos por el virus es comparar los muertos de este año con los del año pasado, durante el mismo periodo.

Entramos aquí en el proceloso terreno de los “muertos desubicados”, que diría el inefable Fernando Simón. ¡Grande eres Simón!

Porque claro, ¿qué ha pasado en 2020 que no pasara en 2019? Parece claro que el virus. Pues mire usted cuántos muertos hubo, en residencias o en cualquier otro sitio, en 2019 y cuántos en 2020. Las diferencia entre ambos periodos son los muertos por coronavirus.

Nada nuevo, eso es precisamente lo que desde 2003 hacía el MoMo, dependiente del Instituto Carlos III, dependiente del Ministerio de Ciencia, que lidera Pedro Duque. Pero, miren por dónde, Sanidad, se ha dedicado a distorsionar, emborronar, retrasar y, en general, fastidiar, las cuentas del MoMo. Es como lo que dice del Real Madrid cuando juega en su área: aleja la cámara que se ve mucho el agarrón.

No había fumado alucinógenos -no lo hace, que conste- cuando Simón aseguró que, a lo mejor, la diferencia podía explicarse por cualquier cuestión. Ejemplo: un “gigantesco accidente de tráfico”. ¡Grande eres, Simón! Mismamente, en el periodo en que no circulaban coches.

Así que ya lo saben: tras la colección de mentiras del Gobierno Sánchez, lo cierto es que los muertos en España por coronavirus superaban los 50.000. Y la manera de medirlo es la del MoMo: comparar fechas iguales y extraer la diferencia.   

Al final, Sánchez ha engañado a los españoles de dos formas: escondiendo las cifras reales y creando estadísticas tan rigurosas como falsas.

Ya saben: cuanto más cerca del rigor más lejos de la verdad.