- El hombre que se olvida de sí mismo y vive para los demás nunca está triste.
- Y el hombre agradecido por estar vivo, tampoco.
- Al menos en parte, el deprimido es culpable de su depresión. Por egoísta y por orgulloso.
La depresión es la enfermedad de nuestro tiempo.
El mundo está triste y el hombre del siglo XXI es un agonías de mucho cuidado.
A lo mejor, si estuviera agradecido por el don de la vida no estaría tan de luto. Consideramos que no somos culpables de nuestra melancolía porque es producto de fenómenos ajenos a nosotros mismos. Y en parte es así, pero no en el todo.
Por lo general,
el deprimido es culpable de su depresión, porque, al menos en parte, la depresión es producto de una morbosa concentración en sí mismo y en cómo se portan los demás conmigo y cómo me valoran.
El hombre que se olvida de sí mismo y se vuelca en los demás nunca cae en la depresión. Y el hombre que se conforma con lo que tiene -también en lo que respecta a la estima ajena- tampoco.
En resumen,
la primera forma de pensamiento es el agradecimiento. El hombre que, como el niño pequeño, se muestra agradecido por haber nacido y por disfrutar de cada día, no acaba en el psiquiatra ni toma ansiolíticos.
El hombre que vive volcado en los demás no tiene tiempo para deprimirse.
El hombre que no acumula lo innecesario tampoco se deprime. Obsérvese que la depresión es una enfermedad del Occidente rico, no del Tercer Mundo pobre. Cuando uno tiene que buscarse las castañas cotidianas
le falta tiempo para deprimirse.
Los padres de la Iglesia, en pleno mundo pagano, consideraban a la tristeza como el
octavo pecado capital. Ya sabían de lo que hablaban, estos chicos, ya lo creo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com