- Clase media es la que llega justa a fin de mes y no se queja.
- El cristiano no pide, comparte.
- Y si se ve obligado a pedir, sabe que está solicitando un favor, no exigiendo un derecho.
- Y también sabe que la pobreza no puede convertirse ni en una profesión ni en una vocación.
- La pobreza es una desgracia que hay que socorrer, no un mérito que otorga derechos.
- Y se combate con la creación de riqueza no con la caza del rico.
Pequeño gran escándalo
por mi artículo de ayer sobre Manos Unidas y Alfa y Omega. Al menos por los
correos recibidos. Pues bien, lo siento pero no me convencen: tengo que ratificarme en lo que dije.
Ninguna pobreza más cristiana que la de la clase media, esa que llega justa a fin de mes pero que no se queja. Y si no llega, reduce gastos; si le sobra algo se da una alegría a los suyos
y si le sobra mucho intenta dar una alegría a todos.
La pobreza cristiana se identifica, más que con la exhibición de la miseria, con crearse necesidades, con la austeridad.
He dicho austeridad, no pobretería.
La pobreza se combate con la creación de riqueza, no exigiendo a los demás -no sólo al rico, sino a
todo el que tiene más que yo- que reparta la suya.
Y esto por lo de siempre: porque para redistribuir primero hay que producir
y para repartir primero hay que crear.
La marca de la clase media es la cristiana: llega justa a fin de mes y
lo hace con dignidad, sin pretender ser una carga para nadie y sin hacer exhibiciones de miseria. Y
si hay que compartir se comparte, también lo necesario, pero ahí está la cosa: el cristiano comparte, no pide. Y si tiene que pedir
lo hace como último recurso y sabiendo que está pidiendo un favor,
no exigiendo un derecho.
Es cierto, el cristiano tampoco se preocupa de juzgar al que pide. De hecho,
el único juicio para distinguir el verdadero pobre del pobre profesional es que el primero pide, el segundo exige.
El cristiano sabe, también, que la pobreza es una desgracia que hay que socorrer, pero
no un mérito que otorga derechos.
¿Y el cristiano rico? Es aquel al que no le cuesta desprenderse de nada. La pobreza y la pobreza de espíritu
tiene la misma raíz. El pobre de espíritu puede ser rico pero no se siente propietario de nada. Todo lo considera un don. El indigente no considera un derecho que los demás le faciliten los medios para sobrevivir. Lo considera una necesidad. Porque la pobreza no es culpable, pero tampoco meritoria. En ocasiones
percibo mucho orgullo en la miseria.
Enfrente de la pobreza cristiana está la pobreza de Podemos: el dinero de todos, que es que
yo robo a los demás. El dinero público, que es el dinero de los demás que yo administro. Pregunten a
Pablito Iglesias.
Sería de agradecer que Manos Unidas tuviera en cuenta todo esto.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com