Sí, Nayib Bukele tiene razón en su mano dura contra la violencia pandillera que asolaba El Salvador, porque la peor mano dura era la de estos delincuentes contra la población civil. Tras su victoria electoral, el presidente de El Salvador ha enseñado a la prensa su megacárcel, donde se hacinan presos violentos, uniformados de blancos y sin contacto con el exterior.

Los progres europeos braman contra Bukele, pero se topan con un apoyo popular extraordinario, casi unánime, al mandatario salavadoreño. Lógico: la gente estaba harta de ser asesinada, extorsionada, violada, robada, atemorizada por estos miserables, pervertidores de menores, que cada día crecían en impunidad y arrogancia.

Ahora bien, Bukele: no olvides que una vez que has puesto orden, hay que darle una oportunidad al malvado, aunque sea remota. ¿Para delinquir? No, para arrepentirse del mal realizado. Ahora, deberá pagar su deuda con la sociedad, ciertamente, por muchos años, quizás, y no por ello tiene derecho a ser tratado con mimo. No, no lo tiene porque él mismo ha dilapidado ese derecho.

Ahora bien, el sistema Bukele no será perfecto hasta que no entreabra una puerta, por pequeña que sea, al arrepentimiento, a la posibilidad de que ese preso cambie de vida. Que cumpla su condena, por supuesto, pero sin cerrar todas las vías de salida porque, la desesperación es el camino más corto hacia la reincidencia y porque el gobernante no puede prescindir de la justicia pero tampoco de la clemencia. 

Si no tienen nada que ganar, ¿qué importa perder? Además, no olvides, Bukele, lo que ha olvidado la progresía occidental: el hacinamiento envilece y conduce a la degeneración.

Un aplauso para Bukele: no me extraña que los salvadoreños le voten, pero demos pábulo al arrepentimiento.