Según el diccionario de la RAE, profanar es “tratar algo sagrado sin el debido respeto”. Pues eso es exactamente lo que ha hecho la Casa de Alba con la capilla del Palacio de Liria, de su propiedad.
Desconozco si la profanación responde a un intento de la Casa de Alba por mostrar un semblante progresista y moderno. Da lo mismo, porque nada justifica exponer semejante horror, que algunos lectores no dudan en calificar de satánico, en una capilla. Está claro que la Casa de Alba ya no es lo que era, pero tampoco hacía falta que nos lo mostrara con tanta crudeza. A los Grandes de España se les presupone, al menos, un poco de buena educación, que incluye el respeto a los católicos, y más importante aún, el respeto a la casa de Dios.
La Comunidad de Madrid, presidida por Isabel Díaz Ayuso, también tiene su parte de responsabilidad como patrocinador de la exposición en cuestión, Flamboyant, de Joana Vasconcelos, que fue inaugurada por el muy progresista Rey Felipe VI.
¿De verdad había que profanar la capilla, Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, duque de Alba?