Sr. Director:
Francisco de Borja, Duque de Gandía, estaba en la corte de Carlos V, y a los 29 años de edad fue nombrado virrey de Cataluña; ese mismo año recibió la misión de conducir los restos mortales de la emperatriz Isabel hasta la sepultura real de Granada. Él había visto muchas veces a la deslumbrante emperatriz rodeada de aduladores y de todas las riquezas de la corte. Al abrir el féretro para reconocer el cuerpo, el rostro de la que fue bellísima emperatriz estaba ya en proceso de descomposición. Cuando vio el terrible efecto de la muerte, aquello le impresionó vivamente. Comprendió la caducidad de la vida terrena y tomó entonces su famosa resolución: “Nunca más servir a señor que se me pueda morir”. Cuando falleció su esposa y sus hijos estuvieron ya emancipados, ingresó en la Compañía de Jesús (jesuitas), y ahora le conocemos como San Francisco de Borja. En enero del año 2017, los hijos me llevaron a urgencias al hospital, no recuerdo nada, pero me curé. Lo tengo bien claro, si Dios no quiso que muriese tenía que estar a su servicio. Tengo 82 años, por tanto no me queda mucho tiempo. Soy muy prolífico, lo comprendo, pero por experiencia propia puedo asegurar que el mayor bien que puede tener una persona es ser católico, creer en Cristo, Hijo de Dios y verdadero hombre, que siempre nos escucha, nos perdona, nos ayuda, nos alienta, nos da la esperanza, la paz y la certeza; no es nada relativo, es la seguridad de la felicidad que nos espera, si somos fieles, después de la muerte. Merece la pena. No me puedo comparar a San Francisco de Borja. Vivimos en unos tiempos difíciles. Leo en una editorial de una revista religiosa: “Una triste tendencia del naturalismo propio de nuestro tiempo consiste en humanizar hasta lo más sagrado, reduciéndose todo a las insignificantes proporciones que el hombre moderno sea capaz de entender. Infelizmente, ese dinamismo ni siquiera ha respetado a la divina figura de Jesucristo, viéndolo de forma tan humana que poco queda de su divinidad. Estos tiempos en que vivimos, ya fueron vaticinados por San Pablo en los cuales ya dice a su discípulo Timoteo: “Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, por su aparición y por su reino: Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, vitupera, exhorta con toda longanimidad y doctrina, pues vendrá tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, antes, por el prurito de oir, se amontonarán maestros conforme a sus pasiones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas.” Para terminar este extenso escrito, volvamos los ojos a nuestra Nación, España. Yo espero que con el voto del pueblo llano y humilde, poseedor de la verdadera sabiduría, en las próximas elecciones generales, se inicie un cambio para salir de la gravísima crisis en la que estamos sumergidos y España vuelva a recuperar su identidad, que no es otra desde hace dos mil años, que la de Nación Cristiana.