Sr. Director:

Los católicos reconocemos en el papa al sucesor de Pedro como cabeza visible de la Iglesia, y por eso debemos respetarle y rezar por él. Pero esto no nos obliga a ignorar que bajo el papado de Francisco se están generando graves tensiones en la Iglesia que auguran un inquietante y tenso porvenir. Malhadado panorama que en gran parte se debe a la arriesgada apuesta de este papa por eludir enfrentamientos con ciertos valores políticamente correctos del mundo actual, pero al elevado precio de limar «aristas» fundamentales de la fe católica, como la realidad del pecado, la culpa y el castigo, que Francisco suele esquivar priorizando la Misericordia de Dios por encima de su Justicia. 

Sin embargo, y como sólo Dios es perfecto, la misericordia que se administra desde el Vaticano resulta bastante imperfecta según sus distintos destinatarios: a los defensores sin complejos del Magisterio de la Iglesia y del depósito sagrado de la Fe, se les aplican duras sanciones cuando osan cuestionar opinables decisiones y declaraciones de Francisco y de sus colaboradores, mientras que se procede con con generosa manga ancha y silente comprensión con quienes enarbolan desafiantes posiciones filocismáticas. Y similar desigual vara de medir cabe con el trato a los políticos de uno y otro signo; quedando hasta gráficamente patente el afectivo acercamiento de este papa con los de izquierda y extrema izquierda. Es tan «singular» la misericordia que dispensa el actual Vaticano con los críticos de Francisco, que se ha hecho común el uso del verbo «misericordiar», para expresar su temible aplicación.