“Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son.”
—Carlo María Cipolla
La historia reciente de España y, por extensión, de muchos países occidentales, puede comprenderse a través de conceptos incómodos pero esenciales: la “mediocridad inoperante activa”, el progresismo como herejía moderna y la proliferación de la estupidez organizada en los centros de poder. Estas ideas, desarrolladas por autores como Carlo María Cipolla y Joaquín Costa, se reflejan hoy en la crisis de confianza y funcionamiento de los servicios de inteligencia españoles, y en la actitud de amplios sectores del funcionariado y la sociedad civil.
Mediocridad Inoperante Activa: El Triunfo de la Estupidez Organizada
El análisis de Cipolla sobre la estupidez humana, en su célebre “Alegro, ma non troppo”, es demoledor: la estupidez no sòlo posee el don de la ubicuidad, sino que, cuando se combina con el poder político, y especialmente el progresismo, sus efectos pueden ser devastadores. La “mediocridad inoperante activa” es ese fenómeno por el cual los menos capaces, lejos de limitarse a su ineficacia, se organizan y ocupan posiciones de influencia, multiplicando el daño social.
Joaquín Costa denominó a este proceso “meritocracia por lo bajo”, cuando los mediocres se protegen y promueven entre sí, marginando a los verdaderamente inteligentes y capaces. El resultado es una sociedad donde la incompetencia y la estupidez dejan de ser motivo de rubor para convertirse en norma, y donde la destrucción de valor y la ruina colectiva se vuelven inevitables.
Progresismo: Herejía Moderna y Motor de la Decadencia
El progresismo, lejos de ser una fuerza de avance para mejorar, es en el fondo una forma de “herejía del cristianismo”, una ideología que ha penetrado en todas las instituciones —Estado, Iglesia, medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas— y en la vida cotidiana, instalando valores que justifican la mediocridad, la expropiación y el intervencionismo estatal. Bajo la bandera de la justicia social y la solidaridad, el progresismo legitima políticas que socavan la propiedad privada, la economía de libre mercado y la meritocracia.
Inspirados por el mito de Robin Hood, los progresistas convierten la “caridad ajena”, por supuesto obligatoria, en virtud, defendiendo la redistribución compulsiva de la riqueza y culpando al capitalismo de todos los males sociales, incluso cuando estos son consecuencia directa de sus propias políticas. La propaganda y la manipulación de masas logran que la opinión pública acepte como dogmas inamovibles ideas que, a la postre, conducen a la ruina económica y moral.
Miedo, Obediencia Debida y la Cultura del “Hazte el Torpe”
En este contexto de mediocridad organizada, el miedo y la obediencia debida se convierten en herramientas fundamentales para perpetuar el statu quo. Nunca olvidaré que mi abuelo materno tenía como máxima para “triunfar en la vida” la frase: “Sé listo y hazte el torpe”. Consideraba que quienes no la seguían al pie de la letra “no sabían vivir”. Esta máxima le permitió sobrevivir al caos de la Segunda República, la guerra y la posguerra, camuflándose, pasando desapercibido y evitando ser víctima de arbitrariedades y autoritarismos.
Esta “moral de obligación y sanción” se basa en el miedo, la desconfianza, la simulación y una actitud casi permanente de servidumbre, sacrificando la libertad a cambio de una cierta seguridad. Es el perfecto resumen de la “meritocracia por lo bajo” que padece nuestro país, en el que la mediocridad y la simulación se convierten en estrategias de supervivencia. En la administración pública, esta actitud se traduce en la tendencia a no colaborar, a escaquearse, a no destacar ni comprometerse, siguiendo el consejo ancestral: “No seas tonto y hazte el torpe”.
Los gobernantes, conscientes de esta dinámica, legislan sin cesar, creando leyes imposibles de cumplir y generando una nación de transgresores, de insumisos y de “culpables” potenciales a los que poder sancionar y controlar. Así, perpetúan su poder y su red clientelar, mientras proclaman que gobiernan para los más humildes y desfavorecidos, cuando en realidad solo buscan su propio beneficio y perpetuarse en el poder.
El Ejemplo de los Servicios Secretos Españoles: Desconfianza y Parálisis Institucional
La teoría se vuelve realidad en la crisis actual de los servicios de inteligencia y seguridad del Estado español. Agentes de estos cuerpos han alcanzado tal nivel de desconfianza hacia el Gobierno que han dejado de hacer llegar información sensible, temiendo un uso indebido o incluso delictivo de la misma. Se ha instalado una “cultura del miedo”, donde la pasividad y la vigilancia mutua son la norma. Algunos agentes consideran que el Gobierno, y en particular el PSOE, actúa como una “organización criminal” y representa la principal amenaza para la integridad del Estado.
La compartimentación de la información, la falta de cooperación y la sospecha generalizada han llevado a situaciones tan graves como la del narco túnel de Ceuta, donde la descoordinación permitió que una amenaza a la integridad territorial española pasara inadvertida durante meses. Casos como la no detención de Carles Puigdemont en Barcelona ilustran hasta qué punto el miedo y la desconfianza paralizan la acción institucional, incluso cuando se trata de cumplir la ley.
Los casos de presunta corrupción que afectan al entorno más cercano del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su familia, al PSOE y a miembros del Ejecutivo, han puesto a los agentes en una posición comprometida. Para algunos, el deber y la integridad institucional están por encima de las presiones del régimen, mientras que otros optan por la inacción, conscientes de lo que sucede pero sin reportar la información. El Estado, en palabras de algunos agentes, ha pasado a ser el principal enemigo del propio Estado, y la rebelión interna es vista por algunos como la única vía para proteger la estructura institucional.
Conclusión y Epílogo: ¿Hay Esperanza Frente a la Mediocridad Organizada?
La España de hoy es el resultado de décadas de dominio de la mediocridad inoperante activa y del progresismo entendido como una alianza de estupidez y maldad en el poder. La crisis de confianza en los servicios de inteligencia, la fractura institucional, el miedo y la tendencia al escaqueo son la consecuencia lógica de este proceso, donde la incompetencia y la desconfianza se retroalimentan.
Sin embargo, la historia enseña que la recuperación es posible, aunque requiere la convergencia de líderes inteligentes, valientes y comprometidos con los valores fundamentales de la democracia, la meritocracia y la libertad. Solo una reacción colectiva, liderada por personas capaces y con principios sólidos, podrá revertir la deriva actual y devolver a la sociedad los valores que garantizan su progreso y su libertad.
Mientras tanto, la advertencia de Cipolla sigue vigente: “El estúpido es más peligroso que el malvado”. Y cuando la estupidez se organiza y alcanza el poder, la sociedad entera está en peligro de autodestrucción. El desafío, hoy más que nunca, es identificar, denunciar y combatir la mediocridad inoperante activa, el miedo y la simulación, antes de que sea demasiado tarde.