Sr. Director:
Con cada celebración de Jálogüin (Halloween) comprobamos la normalización en nuestra patria de una fiesta cuya macabra parafernalia de calabazas iluminadas y demás personajillos, nos parecía hasta hace poco como la típica carajotada jolivudiense made in USA. Desde una perspectiva religiosa cabe denunciar la grave depreciación causada a una fecha dedicada a la memoria de quienes nos precedieron y que posibilitaba un tiempo de reflexión sobre el sentido de la vida y de la muerte, pero que ha quedado burdamente reemplazada por una juerga de borrachuzos disfrazados de mamarrachos e intentando conservar la verticalidad nocturna.
No obstante conviene reconocer que en su vertiente exclusivamente infantil resulta comprensible el éxito de esta fiesta, porque los niños se lo pasan bien con unos disfraces que en ellos no dejan de tener su gracia, por más que llame la atención que les resulte poco terrorífico todo ese mundo de caninas y demonios, brujitas y draculines, vampiresas y zombis. Y esto quizás se deba a que si se trata de buscar lo que de verdad les causa pavor, serían... los padres que les maltratan o que destrozan su hogar sin motivo grave y se separan egoístamente convirtiendo a sus hijos en molestas mercancías de fin de semana, o los tipejos que les ofrecen cosas raritas a la salida de los colegios, o los que les adoctrinan desde tierna edad en la duda sobre sus identidades sexuales, o quienes venden que son meros amasijos de células hasta cinco minutos antes de nacer, etcétera.
Pero no encontraremos tiendas de chinos con tétricos disfraces que encarnen a todos esos causantes de auténticos terrores infantiles que se mueven a nuestro alrededor con aspecto absolutamente normal.