Sr. Director:
En tiempos no tan lejanos, una de las primeras cosas que aprendíamos en las escuelas era el catecismo de la doctrina cristiana. El sacramento de la penitencia, por el que Dios perdonaba nuestros pecados a través del sacerdote, requería de cinco requisitos ineludibles: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia.
Más tarde, el laicismo liberador nos iría implantando el nuevo y vigente catecismo progresista, donde al respecto se nos aclara que todo eso de la culpa, el pecado y el perdón eran zarandajas, secuelas de un sentimiento judeocristiano felizmente superado...
En la política, algo que recuerda lejanamente todo aquello es la facultad de indulto que tiene el Gobierno de perdonar el cumplimiento de las penas impuestas por los jueces. Lejanamente, porque tratándose de un Gobierno progresista como el nuestro, la generosidad no conoce límites y no sólo no se exige ninguno de aquellos requisitos del catecismo, sino que cabe concederlo incluso cuando los delincuentes proclaman que se sienten orgullosos del grave delito cometido y que lo volverán a repetir en cuantito puedan. Lo único que se les reclama es la minucia de que se trate de unos políticos delincuentes que apoyen con sus votos al Gobierno que les indulta.
Magnanimidad de la ética progresista.